Dos grandes voces para un Mahler íntimo
La canción de la tierra, de Gustav Mahler. Versión de cámara de Arnold Schönberg / Rainer Riehn. Solistas: Guadalupe Barrientos, mezzosoprano; Gustavo López Manzitti, tenor. Músicos de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires: Xavier Inchausti, violín / Nelly Guevara, violín / Denis Golovin, viola / Benjamín Báez, violonchelo / Javier Dragún, contrabajo / Claudio Barile, flauta / Néstor Garrote, oboe / Paula Llan De Rosos, corno Inglés / Matías Tchicourel, clarinete / Alfonso Calvo, clarinete Requinto / Sebastián Tozzola, clarinete Bajo / Gabriel La Rocca, fagot / Fernando Chiappero, corno / Christian Frette, percusión / Federico Del Castillo, percusión / Marcelo Ayub, piano / Felipe Delsart, órgano. Director: Enrique Arturo Diemecke. En el Teatro Colón. Reseña del registro audiovisual de la función del 2 de julio de 2021 disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=EnmqO6YNFJo
La
Orquesta Filarmónica de Buenos Aires volvió al escenario del Teatro Colón con
una apuesta inteligente: ofrecer la versión de cámara de La canción de la tierra de Gustav Mahler.
Dado
el laconismo del programa de mano al respecto, conviene previamente agregar
alguna información. Si bien es la primera vez que se ofrece en el Colón, esta
versión de Das Lied von der Erde ya
había sido estrenada en Buenos Aires en el año 2016 en la Usina del Arte por el
ensamble Invasión, dirigido por Juan Martín Miceli, y Bernarda Fink y Enrique
Folger en calidad de solistas.
En
cuanto al arreglo, fue en la década de 1920 cuando Arnold Schönberg concibió
una reducción para cuerdas y quinteto de vientos, más piano, celesta, órgano y
percusión. Las orquestaciones del autor del
Pierrot Lunaire no se cuentan entre lo más lucido de su producción, comenzando por las dos más famosas: la
del Cuarteto Opus 25 de Brahms y del Preludio y fuga “Santa Ana” de Bach.
Quizás el motivo de esta falta de eficacia sea que el derrotero estético de
Schönberg fuera precisamente el inverso: rehuir las masivas orquestaciones de filiación
wagneriana, cuya máxima expresión en su obra son los Gurrelieder, para apostar a un nuevo lenguaje regido por las series
en el que el despojamiento y la síntesis cumplen un papel esencial. Acaso la
clave del éxito de su arreglo de La canción
de la Tierra sea que supone una ascesis que va en la misma dirección que la
obra schonberguiana. A esto se suma que la manera en que Mahler trabaja la
orquesta rehúye las solemnes masividades de un Bruckner o las coloridas estridencias
de Richard Strauss: un enorme ejército puede ser para Mahler un íntimo vivac disfrutando
de la naturaleza a orillas de un arroyo. Seguramente no se le escapó a Schönberg
esta naturaleza camarística que Mahler hace convivir con sus estallidos sinfónicos,
pintando como nadie la neurastenia de un siglo. Por esto mismo tampoco es para
nada paradójico que este proyecto haya quedado inconcluso: un silencio obligado
que debió esperar hasta 1980 para que el compositor alemán Rainer Riehn
(1941-2015) lo completara exitosamente.
En
lo personal, conocí esta versión gracias a mi amigo Martín Parodi, cuando se
lanzó la grabación de Philippe Herreweghe. En aquel momento -épico para el
historicismo- se trataba de un registro novedoso, con el Ensamble Oblique y las
voces de Birgit Remmert y Hans Peter Blochwitz; desde entonces me pareció una
versión de referencia, pese a que luego vinieron algunas otras.
Algo más sobre las reducciones mahlerianas: también en la Usina, pero en 2017, el mismo Miceli presentó una versión de cámara de la Quinta Sinfonía. Me hubiera gustado oírla y por eso me queda la intriga, pero una vez más uno entiende que el origen de Mahler está en la canción, o en la poesía de la canción alemana, y en el origen, como se sabe, está todo.
Precisamente
son seis canciones las que integran La
canción de la Tierra, basadas en textos del alemán Hans Bethge que suponen la
reescritura de poemas chinos de la dinastía Tang, ya previamente traducidos al
alemán y al francés. La versión a cargo de Enrique Arturo Diemecke, confeso mahleriano,
quedó estupendamente capturada en formato audiovisual. Así apreciada no se echa
de menos la orquesta: los timbres de 17 de los mejores músicos solistas de la
Filarmónica exhibieron un trabajo notable por el ensamble y la expresividad
logrados. Los colores son múltiples y coadyuvan a generar los climas
requeridos: baste señalar el gong y el corno inglés en El adiós, y el inquietante clima que instalan. Los solistas
elegidos alcanzaron un nivel sobresaliente en una obra compleja: Gustavo López
Manzitti asumió la retórica wagneriana como un verdadero heldentenor, vibrante, pasional, con un sonido apto para una
versión sinfónica. Guadalupe Barrientos es una pareja a la que se pueden aplicar
los mismos adjetivos: su voz es también vibrante y pasional, eficaz en De la belleza y densa en el extenso
final; queda pendiente acaso una dicción más clara del alemán, pero nada que
afecte la musicalidad de su discurso. En suma: una gran propuesta para abrir a
lo grande una temporada de obligado pero bienvenido perfil camarístico para
nuestra Filarmónica.
En
cuanto a Mahler, esta versión es una vuelta más del destino. Se sabe que el compositor
era supersticioso y que tras terminar su Octava
Sinfonía evitó numerar la siguiente para no tentar al destino (Beethoven
murió luego de completar su Novena,
al igual que varios otros compositores). La
canción de la Tierra no fue entonces numerada y el lugar siguiente lo ocupó
su gran canto de cisne, la Novena. Finalmente
Mahler no pudo evitar el hado: murió componiendo la Décima (igual que Beethoven). La versión de cámara de La canción de la Tierra sustrae a esta
partitura de su resistido designio sinfónico y la restituye a su estatura de
colección de canciones; de este modo explica y cierra ese círculo que Mahler
dejó abierto para poder acceder a esa Himmlische
Leben que siempre acarició, no sabemos si con escepticismo o con ingenuidad.
Daniel Varacalli
Costas
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