“Aurora”: más allá de la ópera

Aurora. Ópera en tres actos de Héctor Panizza. Libreto de Luigi Illica y Héctor Quesada (Versión Gambartes-Maino). Director musical: Ulises Maino. Directora de escena: Betty Gambartes. Escenografía y vestuario: Graciela Galán. Iluminación: Roberto Traferri. Diseño de video: Rodrigo Vila, Pablo Margiotta. Reparto: Daniel Tabernig. Fermín Prieto, Hernán Iturralde, Alejandro Spies, Santiago Martínez, Cristian Maldonado, Virginia Guevara, Claudio Rotella, Andrés Cofré, Ramiro Pérez, Gabriel Vacas, Leonardo Fontana, Eugenia Coronel Bugnon, Cintia Velázquez, Edgardo Zecca, Mariano Crosio, Juan Barrile. Orquesta Estable del Teatro Colón. Coro Estable del Teatro Colón. Director: Miguel Martínez. Teatro Colón. Función del 24/9/2024.

 

El solcito preside la "Canción de la Bandera" en Aurora de Panizza. Foto: Arnaldo Colombaroli / Gentileza Prensa TC

Esta reposición de Aurora de Héctor Panizza en el Teatro Colón vino precedida de un notable entusiasmo –inusual para una ópera argentina, aunque nada infrecuente en la historia de este título en particular-, pero también de inexactitudes bienintencionadas. Aquí y allá, en lugares sensibles (medios masivos, programa de mano), se leyó que el español no era la lengua natal del compositor (que se escolarizó y hasta hizo el servicio militar en estos pagos), que Aurora le fue encargada por el gobierno de la Ciudad (!), que se hicieron cuatro funciones en la temporada de su estreno, que Panizza no estaba conforme con la traducción al español, que el libretista Héctor Quesada escribió obras de teatro (fue su hijo homónimo, no el inspirador del argumento de la ópera), que Perón por un decreto convirtió la “Canción de la Bandera” en obligatoria… Otra curiosidad –pasada por alto como si fuera algo habitual- fue la declaración de los directores -musical y escénico- de haber realizado cortes, cambios en la partitura y en la traducción al español, ciertamente defectuosa, para esta nueva reposición. Si esto se hubiera hecho con Aida (cuyo tema es similar al de Aurora) habría sido un escándalo, pero cierta subestimación (desinformada también) de Panizza como compositor habría llevado a dar por sentado que esas intervenciones no requerirían demasiada justificación.

Todo este contexto predispone al espectador, en uno u otro sentido, aunque finalmente la verdad es la que se ve en el escenario y se escucha con los propios oídos. Y en ese sentido, puede decirse que esta reposición de Aurora en líneas generales resultó eficaz e intentó remontar ciertas torpezas tanto de la trama como de la traducción al español (obstáculos que no se habían salvado en la producción de 1999), por más que haber vuelto al original en italiano habría constituido, tal vez, lo más sano. No sólo porque Panizza pensó la música para ese idioma, sino también porque el español pone en evidencia la endeblez del texto y sus apelaciones nacionalistas que hoy resultan muy poco aceptables, comenzando porque nadie debería morir por la patria, sino vivir y trabajar dignamente en ella.

La puesta en escena, firmada por Betty Gambartes, subrayó tanto lo bueno como lo malo de estas apelaciones, a partir de la iluminación a giorno de Roberto Traferri (tan obstinada que insiste aun cuando el guion indica que atardece) con predominio de un blanco que se llevó muy bien con una lectura lineal de un texto lineal y autoexplicativo como es el de Aurora. Cierta ingenuidad trascendió a la de los personajes femeninos (en especial el de Chiquita) para extenderse riesgosamente a otros momentos (como el escolar solcito sobre la bandera flameante que ilustró el “Intermezzo épico”) o el hilarante atuendo casi de charro de Mariano cuando se "disfraza de espía".

Ulises Maino, músico formado en nuestro país que está terminando de perfeccionarse en Europa, tuvo el raro privilegio de trabajar en el foso del Colón para asumir la dirección musical de una ópera de la temporada oficial. Su lectura fue vibrante, plena de empuje y colorido, resaltando los méritos de la orquestación de Panizza (profundo conocedor de la orquesta), en un abordaje al que cabría señalar la necesidad de poner riendas cortas al volumen en algunos momentos (por ejemplo, en la escena inicial, donde la audibilidad de las voces fue escasa). Los cantantes principales fueron el punto fuerte de la velada: Daniela Tabernig como Aurora refirmó una vez más su nivel de artista de primer orden, tanto en lo técnico como en lo expresivo; fue un muy buen partenaire en el papel de Mariano Fermín Prieto, que se perfila actualmente como uno de los pocos tenores a considerar seriamente, mientras Hernán Iturralde como Don Ignacio, el recio padre de Aurora, estuvo en su salsa, con el profesionalismo al que nos tiene habituados.

Daniela Tabernig como Aurora en el primer acto de la tercera ópera de Héctor Panizza. Foto: Lucía Rivero / Gentileza Prensa TC

El resto del elenco vocal funcionó adecuadamente, destacándose Alejandro Spies como Raimundo, Cristian Maldonado como Don Lucas, Virginia Guevara como Chiquita, en un marco en general homogéneo. El Coro Estable, bajo la dirección de Miguel Martínez, cumplió, como es habitual, un trabajo de alto nivel.

El momento más esperado de la ópera (y el que consagró a su autor en la Argentina) es, naturalmente, la “Canción de la Bandera”, incluida en un intermedio que en esta versión se oyó ensamblado con el resto del segundo acto, con algún desmedro de la maravillosa introducción orquestal que lo precede. Prieto y el Coro Estable entonaron “Aurora” (como suele llamársela en su formato de canción) con convicción y buen empaste. Al término del segmento, ante el aplauso atronador, la tradición reciente (encarnada en Darío Volonté) hacía presuponer un bis (que debía ser autorizado por la dirección del Teatro); la que en la noche que comentamos se propuso fue la de que el tenor invitara a la sala a cantarla nuevamente con los artistas, lo que generó que el público se pusiera de pie para hacerlo. El insólito gesto tuvo estatura demagógica, y si bien a su término las interjecciones de “Viva la patria” fueron sucedidas por un “Viva la libertad”, de diversa connotación en este contexto político, el peligro de un desborde inoportuno quedó disipado con la continuidad de la ópera.

Por lo dicho, y tal como fue desde su estreno en 1908, “Aurora” no es sólo una ópera, ni mucho menos una ópera argentina. A despecho quizás de su propio autor –uno de los artistas más grandes que dio nuestro país al mundo- “Aurora” pasó a ser una arena en la que las diversas ideas de patria o de nación entran en conflicto, ya sea por el idioma, ya sea por la interpretación histórica o cualquier otro aspecto. También respondiendo a la pregunta acerca de qué queda de “Aurora” sin la historia, podríamos decir que, para una sociedad que supere sus traumas, quedaría -nada más y nada menos- que el poder de la música.

Daniel Varacalli Costas

 

 

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