Un Nabucco revisitado

Nabucco, de Giuseppe Verdi. Libreto de Temistocle Solera. Reparto: Sebastián Catana, Rebeka Lokar, Guadalupe Barrientos, Darío Schmunck, Rafal Siwek, Mariana Carnovali, Mario De Salvo, Gabriel Renaud. Director de escena, escenografía, iluminación, vestuario y coreografía: Stefano Poda. Coro Estable del Teatro Colón. Director: Miguel Martínez. Orquesta Estable del Teatro Colón. Director: Carlos Vieu. Teatro Colón. Función del 31/5/2022.

 

El anillo de Moebius desciende sobre la escena de Nabucco, en la concepción de Stefano Poda. 
Fotografía: Máximo Parpagnoli / Gentileza Prensa TC

Acaso de Nabucco de Verdi pueda afirmarse lo que Umberto Eco dijo de la Suma Teológica de Santo Tomás: que es inobjetable por dentro, pero no desde fuera. Dicho de otro modo: la tercera –y consagratoria- ópera del gran Giuseppe es de una consistencia interna fenomenal, tanto por su estructura dramática como por ser una vigorosa referencia del estilo en el que abreva: el bel canto. Dicho esto, cabe contemplarla desde afuera y desde nuestro tiempo, y en esa perspectiva Nabucco ha envejecido mortalmente. Su libreto, casi oratorial, y la retórica de su música sólo parecen encontrar redención en aspectos parciales, por ejemplo, en el “Va pensiero” que la hizo famosa, en las arias principales y en su escritura para el bajo. Por supuesto se trata de una opinión, compartida por algunos sotto voce, rechazada por otros de viva voz, que duele expresar por el respeto, la admiración y el cariño que la figura genial de Verdi inspira, pero es claro que casi la mitad de su producción, en especial la de sus “anni di galera”, no puede competir con aquellas obras a partir de su trilogía central donde, sin abdicar de sus orígenes estéticos, el compositor encuentra un lenguaje propio y una continuidad dramática sin costuras. Para bien o para mal, soy de los que sostienen algo obvio: que todo en el mundo envejece, y las obras de arte también. Los clásicos no son imperecederos, sino resignificables, incluidos Sófocles, Shakespeare, Miguel Ángel y por supuesto, Verdi.

La puesta de Stefano Poda (responsable también de todos los demás rubros escénicos) pareció ir en sintonía con este pensamiento. En lugar de subrayar los aspectos histórico-referenciales del libreto, apeló a un planteo abstracto, con predominio absoluto del color blanco (Borges hubiera hablado de un homenaje a Moby Dick o a Arthur Gordon Pym), salvo en el contrastante vestuario negro de los babilonios, y a la profusión de figurantes que con ágiles movimientos escénicos y algún amago de coreografía rompen el estatismo al que la obra parece estar destinada. Paralelamente a estos puntos positivos, la puesta adolece de dos problemas. El primero, de orden práctico: se trata de un planteo totalmente abierto que no contiene las voces de los cantantes; el segundo, el abuso de ciertos recursos, como el disco giratorio del escenario, que es utilizado hasta en el saludo final. Ciertas figuras con volumen –un cuerpo humano deconstruido, una cinta de Moebius- son enigmáticas y por eso alientan a pensar: ¿el impulso de muerte? ¿El infinito? ¿La idea de Dios? También resultaron logradas las composiciones visuales con los cuerpos de los figurantes, amasijos en permanente recomposición, y la intersección de esas figuras con las cuadrículas que a menudo bajaban sobre la  escena.

En el plano vocal, el primer elenco exhibió un nivel homogéneo, en el que se destacó el bajo Rafal Siwek como Zaccaria (aunque con alguna afinación vacilante en la Plegaria) y nuestra mezzo Guadalupe Barrientos como Fenena, en una formidable composición vocal y teatral. Cumplieron adecuadamente Rebeka Lokar como Abigaille -aunque con una voz excesivamente oscilante-, Darío Schmunck como Ismael y Mario de Salvo como el Sumo Sacerdote, junto con el resto de los comprimarios. Caso curioso el del barítono Sebastián Catana como Nabucco: quizás no ayudado demasiado por la puesta, su paso por el escenario, a despecho de sus buenas condiciones vocales, no alcanzó el relieve dramático indispensable para transmitir las vibraciones del personaje titular de la ópera.


Otro momento casi coreográfico del Nabucco verdiano. 
Foto: Máximo Parpganoli / Gentileza Prensa TC

 
El cierre de esta reseña queda reservado a lo más alto del espectáculo a nivel interpretativo: el Coro y la Orquesta. Los coreutas del Colón, comandados por Miguel Martínez, tuvieron un excelente desempeño, dejando al espectador en la duda de dónde están ubicados, por ejemplo, en el mismísimo “Va pensiero”, ofreciendo al mismo tiempo un canto idiomático y bien ensamblado. En cuanto a la dirección musical, no está demás reafirmar que el maestro Carlos Vieu es uno de los más extraordinarios directores de ópera de nivel internacional. Cuando además aborda un repertorio que es afín a su temperamento artístico, el resultado es apabullante: la Estable sonó en su mejor forma, afinada, segura en sus ataques, impecable en estilo y vehemente en su expresión. Coro y orquesta hicieron música y de la grande; el resto es silencio.

Daniel Varacalli Costas

 

 

Comentarios

  1. Muy interesante tu enfoque. Coincido casi plenamente. Saludos

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  2. Interesante y valioso tu comentario.
    Los que no conocían la historia
    no pudieron entenderla.
    Es "sadismo " hacer cantar al coro tirado en el piso.
    Saludos,Elena

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  3. Hacer cantar a profesionales en posiciones incómodas es propio de repositores ignorantes y/o presumidos.

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