La ópera es la protagonista

 Madama Butterfly. Ópera en tres actos de Giacomo Puccini. Elenco: Daniela Tabernig, Darío Schmunck, María Florencia Machado, Ismael Barrile, Daniel Gómez López, Mariano Mariño, Alfonso Giancola, Marcelo Olivera, Daniela Ratti. Dirección de escena: Pablo Maritano. Reposición: Mercedes Marmorek. Escenografía: Enrique Bordolini. Vestuario y caracterización: Ramiro Sorrequieta. Iluminación: Esteban Ivanec. Coro de la Ópera de Rosario. Director: Horacio Castillo. Orquesta Sinfónica Provincial de Rosario. Director: Ezequiel Fautario. Teatro El Círculo, Rosario. Función del 30/10/2021.

 

El dispositivo escénico pensado para esta producción del SODRE de Madama Butterfly. Foto: Raúl Schivazappa

 Luego de la obligada abstención producto de la pandemia, volver a ver una ópera con todos los elementos que requiere el género es por lo menos una fiesta. En Buenos Aires, el Teatro Colón no ha incluido en esta temporada funciones líricas en versión escénica de títulos integrales, al margen de los emprendimientos independientes de muy diversa valía, en espacios convencionales y no convencionales, que hoy por hoy resultan un camino posible.

Siempre es un gusto volver al teatro El Círculo, una sala bellísima, de excelente acústica, donde, como sucede en el porteño Teatro Avenida, se produce una aproximación inmediata al hecho artístico. Giacomo Puccini y sus contemporáneos parecen ser los favoritos de Rosario (en años anteriores hemos visto La Bohème, Turandot y Mefistofele) y para este renacer de la actividad lírica en vivo, Madama Butterfly no está nada mal.

Se trata de una producción del SODRE de Montevideo, con escenografía firmada por Enrique Bordolini, en el marco de una dirección escénica que, sin dejar de respetar las coordenadas de tiempo y lugar de la historia y buena parte de su iconografía, lleva la impronta de Pablo Maritano. Acaso el dispositivo escenográfico consistente en tres niveles, los dos más bajos divididos en tres cubículos cada uno, que se abren y cierran, y el superior, en una banda horizontal para proyectar imágenes, nos recuerde vagamente a la genialidad de Die Soldaten en el Colón. La cuadrícula visual permite algo que también sucede en la música: una suerte de armonía dramática, que hace posible la convivencia de imágenes, ya sean corpóreas o proyectadas. El trabajo con el color aparece aquí como central, con una cierta tendencia a lo kitsch que siempre se contiene gracias a un sensible refinamiento que acompaña tanto a las proyecciones como al vestuario y a ciertos elementos, como sombrillas y abanicos, que aportan su abigarrado cromatismo a las escenas de conjunto. Completan el aspecto visual la utilización de símbolos muy pregnantes que remiten a Oriente, con películas de época y otras un tanto más herméticas, como la que muestra el surgir de la larva de una mariposa, hasta desembocar en el final en la proyección del célebre texto con el que Cio-Cio San dictamina su propia muerte, tanto en italiano y en español como presuntamente en japonés.

Ya en el plano interpretativo, el protagónico a cargo de Daniela Tabernig constituyó el punto más alto de la velada. La soprano santafesina, a la que desde hace tantos años admiramos por su juvenil Tatiana y luego su Rusalka para Buenos Aires Lírica, y más recientemente por su audaz Duquesa en Powder on the face para la Ópera de Cámara del Teatro Colón (dos espacios hoy tristemente extinguidos), confirmó en esta entrega pucciniana seguir estando en la primera línea de las cantantes argentinas, con un nivel sin duda internacional. Su Butterfly fue técnicamente impecable y conmovió en una composición del personaje realizada estrictamente desde lo vocal, sin amaneramientos ni lugares comunes.



Daniela Tabernig (Cio Cio San) en el último acto de la ópera, rodeada de Ismael Barrile (Sharpless) y Florencia Machado (Suzuki). Detrás, Daniela Ratti (Kate Pinkerton). Foto: Raúl Schivazappa

Del resto del elenco podríamos distinguir dos andariveles: Darío Schmunck acompañó correctamente, con limitaciones en la proyección de su voz y en su compromiso dramático; Florencia Machado fue, por su parte, una eficaz Suzuki. En cuanto al resto de los personajes, cumplieron con dificultades de diverso tipo una tarea meritoria, algo que no alcanza aunque se trate de comprimarios: estos son parte esencial de todo espectáculo operístico y nunca debe subestimarse su importancia. 

Ezequiel Fautario fue llamado al podio con tan escasa anticipación que casi podríamos decir que salió “al toro”; en tal contexto, su desempeño fue comprometido y minucioso, llevando a buen puerto una obra difícil en un arreglo que permitió realizarla con menos de 30 músicos en el foso. Tal como sabemos por la versión de Héctor Panizza (que no fue la utilizada en esta ocasión), Madama Butterfly resiste bien la reducción; acaso una cierta pérdida de sus atmósferas impresionistas compensa la claridad con que puede oírse, por ejemplo, el fugado del comienzo o el difícil dúo de amor.

Por razones de protocolo, la representación no tuvo intervalo “social”, sino una pausa entre el primer acto y el segundo y tercero. Entre estos dos últimos no hubo solución de continuidad y se eliminó el Intermezzo orquestal que en sus casi siete minutos describe el paso de la ilusionada noche de espera a la mañana del trágico día. La decisión se percibió acertada. Es que el fantasma de una deficiente estructuración de esta obra que amaba entrañablemente persiguió a Puccini desde su fiasco inicial hasta su versión definitiva, a tal punto que el corto tercer acto, separado del anterior por una bajada de telón y ese largo segmento que sucede al coro a bocca chiusa (que aquí se oyó a boca abierta) genera una interrupción del fluir dramático que en este caso (como en la versión original) felizmente no se produjo. Qué interesante sería poder ofrecer alguna de las alternativas originales de Madama Butterfly donde los personajes del marino norteamericano y la geisha japonesa puedan mostrarse en una dimensión más descarnada, no sólo en lo musical sino en lo dramático, poniendo aun más en evidencia sus mezquindades y especulaciones.

Como fuera, volver a la ópera, aun con las limitaciones apuntadas, es siempre una fiesta. En el Colón, Kristine Opolais despertaba pasiones y reservas, mientras en Rosario, los artistas argentinos celebraban volver al escenario. Me sentí afortunado de poder compartir esta experiencia.

Daniel Varacalli Costas

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