El caballero de Providence
H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida, de Michel Houellebecq. Introducción de Stephen King. Anagrama, 2021
Rechazaba la nueva
sociedad del siglo XX, diversa y con ímpetu de cambio. Para él, un callado
nativo de Providence, de rancia estirpe puritana y colonial, la experiencia neoyorquina
pasó de la fascinación a una náusea impregnada de fobia. Apenas logró
sobrevivir en un mundo en transformación, un mundo que exigía sentido práctico:
nada más reñido con el carácter de un conservador silencioso, cuyos códigos y
hábitos entraban en tensión y choque permanentes; en definitiva, fue un hombre
del siglo XIX con una densa carga a cuestas heredada de sus antepasados. También
experimentó otra gran aversión, perteneciente a la esfera de lo íntimo y cuyo
objeto fue el sexo. De su relación con Sonia Green -la única mujer de su vida-
se sabe poco: la correspondencia conservada es muy escasa, unas cuantas cosas
se callan y a su vez se da lugar a conjeturar mucho.
Bajo el impulso de
esas fuerzas adversas que lo acosaron sin tregua, Howard Phillips Lovecraft emprendió una
obra literaria intensamente personal. Si bien acusa las influencias siempre
señaladas de escritores como Edgar Allan Poe o Arthur Machen -no existe quien esté
libre de influencias y la clave está en cómo procesarlas-, su producción es de
una poderosa originalidad: sorprende la manera en la que sublima y taxonomiza
sus más profundos rechazos y fobias, mediante imágenes y expresiones que han
adquirido vida propia. Forja una mitología personal, que lejos de ser algo
organizado o apto para la acostumbrada sistematización, funciona bajo una serie
de factores integradores que son la repugnancia, el mal absoluto, lo que no se
puede nombrar por las terribles consecuencias que puedan derivar, o lo que pasa
a ser indescriptible porque las palabras son insuficientes. Le toca al lector
imaginativo completar determinados pasajes del relato, luego de que el autor libere
todo su caudal en esos momentos de vertiginoso paroxismo descriptivo: artificio
de un gran escritor, convencido de que el mal y el horror se imponen por encima
de todas las cosas.
Pero es con esa
carga ancestral, su pesimismo, su materialismo (se asegura que no creía en nada
que no perteneciese al mundo concreto) y su inadaptabilidad a los tiempos
modernos, que Lovecraft se construye a sí mismo como escritor del siglo XX, con
su abundancia de símbolos y sus especulaciones científicas, destinadas a dar un
marco de credibilidad a lo inconcebible. Y logra hacerse de un sombrío lugar en
una de aquellas revistas de éxito destinadas a la sociedad de masas: Weird
Tales, que le abrió sus puertas luego de ser rechazado por otras editoriales.
De todas maneras, en vida fue un escritor bastante ignorado, de esos que la
fama les llega después de la muerte: por la póstuma difusión de su obra mucho
se le debe a August Derleth, miembro de un estrecho círculo que le rindió alta
devoción, al punto de -caso único- producir literatura con las mismas herramientas
empleadas por su mentor; como si a un grupo de seguidores de Joyce se le
hubiese ocurrido continuar Ulises al cabo del monólogo de Molly Bloom. Menospreciado
por quienes siempre ostentan un inagotable clasismo literario -como suele
sucederles a los que cultivaron géneros populares como el horror y la ciencia
ficción-, nunca dejó de cobrar persistentes adeptos a lo largo del planeta. Y hoy,
la obra de H. P. Lovecraft acrecienta su interés a la par de su valoración.
Yo lo descubrí a
los dieciséis años, en paralelo -no recuerdo quién fue el primero en gritar “¡tierra!”-
con un amigo del secundario que encontró en las páginas de este sufrido aristócrata, de mentón prominente y alargada cabeza, una identificación total. Y quien
también trabó su conocimiento a esa edad, en otro tiempo y latitud, fue el
autor de H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida. (Por favor,
desistan de la tentación de afirmar la tontería de que HPL sea un escritor solo
para adolescentes.)
Michel Houellebecq
es un autor muy lejano a mis gustos literarios, lo que no me significó un
impedimento para la lectura de este trabajo centrado en un escritor cuya obra
me ha despertado un renacido interés, al cabo de un extenso período de
hibernación.
El breve ensayo (algo
más de cien páginas) se detiene en aspectos esenciales que se abren a la
reflexión y también al disenso: en su excelente nota introductoria, Stephen
King señala el error de aseverar que en la obra del escritor el sexo está
ausente, cuando aparece una y otra vez
mediante símbolos, o alegorías, tan agresivos como repugnantes (cosa que un
lector abierto a vislumbrar las raíces de algunas figuras logra detectar).
Agrego que Houellebecq prescinde de toda lectura política, y omite que en los
textos de Lovecraft palpita esa pavorosa obsesión norteamericana, que es la de
la amenaza que viene desde afuera; uno de los mejores ejemplos es El color
que cayó del cielo.
Pero más allá de
estas observaciones, este libro es un buen apoyo para adentrarnos en los
orígenes del universo lovecraftiano y acompañar la lectura de sus grandes
textos -agrupados bajo el nombre Los mitos de Cthulhu-, que una y otra
vez se nos manifiestan a lo largo del camino para proponernos nuevas señales y
renovar un interés que va en aumento. Para Houellebecq, Lovecraft fue ante todo
un poeta y la conclusión de su trabajo, cuya tonalidad predominante se refleja
en el subtítulo Contra el mundo, contra la vida, es que supo cumplir con
la más elevada misión que pueda tener un poeta en la Tierra, que es la de
asumir una permanente oposición a todo y desplegar su capacidad transformadora.
Claudio Ratier
Comentarios
Publicar un comentario