Visiones sobre el destino
Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Director: Baldur Brönnimann. Luigi Nono: Il canto sospeso (El canto suspendido). Solistas: Daniela Tabernig, soprano; María Luisa Merino Ronda, mezzosoprano, Ricardo González Dorrego, tenor. Coro Orfeón de Buenos Aires. Directores: Néstor Andrenacci, Pablo Piccinni. Ludwig van Beethoven: Sinfonía No. 5 en Do menor, Op. 67. Teatro Colón. Función del 21/4/23.
A priori parecía un programa de concierto
extraño: combinar Il canto sospeso (El
canto suspendido) de Luigi Nono con la Quinta
Sinfonía de Beethoven. Dos obras separadas por un siglo y medio (y varias
hecatombes planetarias de por medio); una que se presenta como estreno argentino
(aunque el Colón llegó a anunciarla para diciembre de 2001) y otra que es una de
las más interpretadas y grabadas del repertorio sinfónico.
Sin
embargo, como la música del siglo XX invita siempre a pensar, no es difícil
reparar en que ambas partituras proponen una reflexión sobre el destino humano,
totalmente distintas en lo musical (una es una cantata serialista, apoyada en
el poder de la historia y la palabra; otra es una de las primeras sinfonías
románticas, concebida como música pura), pero quizás (y anticipo aquí mi conclusión)
no demasiado divergentes en lo ideológico.
El
concierto estuvo a cargo de Baldur Brönnimann, el talentoso director suizo inicialmente
convocado en la gestión de Pedro Pablo García Caffi y a quien conocimos en el
inolvidable y accidentado estreno de El
gran macabro de Ligeti, allá por 2011. Luego no faltaron ocasiones para apreciar
su compromiso con la música más cercana en el tiempo: la última hace una semana,
con el estreno parcial de Surrogate
Cities de Heiner Goebbels, excepcional trabajo con la Orquesta Académica
del Instituto del Colón.
En
la misma línea, pero esta vez al frente de la Filarmónica de Buenos Aires,
Brönnimann encaró Il canto sospeso con
sutil refinamiento tímbrico y expresivo, logrando un resultado de alto nivel en
una obra de la que hay escasas referencias (en mi caso, la grabación de Claudio
Abbado en Berlín). Contó para eso con solistas de incuestionable
profesionalismo –Daniela Tabernig, María Luisa Merino Ronda y Ricardo González
Dorrego-, capaces de transmitir la ominosa carga de los textos a su cargo, y el
Coro Orfeón de Buenos Aires, que dirigen Néstor Andrenacci y Pablo Piccinni, al
cual se lo oyó algo mermado en volumen, en un abordaje si se quiere más tímido
de una obra sobrecogedora. En cualquier caso, estamos frente a una escritura en
la cual la labor del director, en particular su control de los balances y las
entradas, resulta fundamental, porque si bien el orgánico de Il canto sospeso es nutrido, la orquesta
y las voces se utilizan de manera fragmentaria y dosificada, evitando sonoridades
plenas y concluyendo en la disgregación.
La
Quinta Sinfonía de Beethoven fue
encarada por Brönnimann con tiempos rápidos, sin pompas innecesarias, con acentuaciones
y fraseos más cercanos a la corriente historicista, respetando todas las repeticiones
(la canónica del primer movimiento, pero también la menos justificada del
Final). La Filarmónica porteña respondió con consecuente destreza, al margen de
algunas máculas como las entradas de los cornos en el comienzo (salvadas en la
repetición) y matices dinámicos en las maderas que no siempre se oyeron como
están escritos. Nada de esto empañó una interpretación disfrutable y consistente
de principio a fin.
En
cuanto a la consistencia del programa en sí, como anticipé más arriba, quizás no
sea tanta la brecha entre el concepto del destino que profesaban el masón
Beethoven y el comunista Nono. Es una pena que no se haya traducido Il canto sospeso como El canto suspendido (y más aun que no
haya habido sobretitulado, aunque hubiera una versión en español de los textos
en el programa). Llama la atención que Nono haya optado por el participio sospeso y no por interrotto, el cual parecería cuadrar más para cartas que fueron
escritas por luchadores y perseguidos, condenados a muerte –y luego ejecutados- durante la Segunda Guerra
Mundial. Los testimonios, leídos en ese contexto, son desgarradores y no todos
ellos apuestan a un futuro, salvo quizás el texto final, un reenvío a manera de
misa, que deposita la esperanza en una vida mejor. Se trata de destinos
tronchados, una puesta en acto de lo que en términos existencialistas es igual
para todos: la vida humana como proyecto inconcluso. El romanticismo, que
Beethoven encarna, plantea la muerte no tanto como interrupción sino como
suspensión, un compás de espera esperanzado, un atisbo de redención.
Curiosamente, por los textos Nono parece ir en el mismo sentido, aunque su
música esté lejos de esa triunfante modulación de Do menor a Do mayor que corona el tramo final de la Quinta Sinfonía.
Acaso todavía nuestra época esté esperando una música para esas palabras que nunca
terminaron de ser dichas y que el presente parece haber olvidado casi por completo.
Daniel Varacalli Costas
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