Argerich y Dutoit, un solo corazón
Festival Argerich. Orquesta Estable del Teatro Colón. Director: Charles Dutoit. Igor Stravinski: Las bodas. Martha Argerich, Iván Rutkauskas, Alan Kwiek, Marcelo Ayub, pianos. Jaquelina Livieri, soprano. Guadalupe Barrientos, mezzosoprano. Santiago Martínez, tenor. Hernán Iturralde, bajo. Grupo Vocal de Difusión. Mariano Moruja, director. Lucas Urdampilleta, preparador. Robert Schumann: Sinfonía No. 4 en Re menor, Op. 120. Ludwig van Beethoven: Fantasía Coral en Do menor, Op. 80. Martha Argerich, piano. Laura Pisani, Florencia Burgardt, sopranos. María Luisa Merino, mezzosoprano. Darío Schmunck, Iván Maier, tenores. Fernando Radó, bajo. Coro Estable del Teatro Colón. Director: Miguel Martínez. Teatro Colón. Función del 30/7/2023.
Llegó
a su fin el Festival Argerich 2023, la fiesta de la música más convocante de
nuestro medio que lleva el sello de la gran pianista: sin recitales solistas (que
deja generosamente a otros colegas), rodeada de artistas a los que la unen vínculos
de afecto y camaradería, programas eclécticos y un torbellino que altera las
grillas de un gran teatro, sabiamente modelado por Charles Dutoit y la propia
Martha. Mucho se ha insistido en lo extraordinario de sus edades para un desafío
de esta naturaleza -86 y 82 años respectivamente-, y en sus capacidades de trabajo
que los resultados acreditan; por de pronto, no es un dato menor y en cambio es
un aire de esperanza para quienes venimos caminando detrás en el derrotero
vital. Es más: se trata de una fuerza que actúa como un eficaz catalizador para
los artistas de la casa, que son mejores cuando cuentan con guías y referencias
de este nivel.
El
programa del concierto final parecía, a priori,
por lo menos peculiar. Comenzar con una obra del siglo XX, Las bodas de Stravinsky, con su orgánico de cuatro pianos,
artillería percusiva, cantantes y coro, era casi demasiado para un comienzo;
seguir con la Séptima Sinfonía y la Fantasía Coral de Beethoven, una sucesión
más bien extraña y desarticulada. Con los días, la anunciada Séptima se reemplazó por la Cuarta de Schumann (podría haber sido
una de las poco frecuentes oberturas de Beethoven), tensionando aun más la
ilación del concierto, determinado por la lógica necesidad de presentar a
Martha como solista en la última parte.
Ahora
bien, siguiendo a Carlyle (en frase tan citada por Borges), toda idea puede ser
desdeñable, pero su ejecución jamás lo es. Y en efecto, un programa así armado,
que en otras manos hubiera sellado una suerte cuestionable, en manos del
binomio Dutoit-Argerich se convirtió en una celebración de la música del
comienzo al fin.
En
Las bodas, Argerich se integró, como es habitual, a un equipo de pianistas de
alto nivel: dos de la casa -Iván Rutkauskas y Marcelo Ayub- y uno de sus
colaboradores más cercanos: Alan Kwiek. Todos ellos sonaron bien ensamblados
hasta las campanadas que jalonan el final de esta obra cuyas palabras describen
un rito terrible que rigió nuestra cultura hasta no hace mucho: el matrimonio
como institución vaciada de libertad y basada en el mero interés. El sobretitulado
permitió seguir el texto a través de las diversas voces que lo encarnan, no a
la manera de personajes, sino como narradores que se pasan la palabra: las cuerdas
femeninas predominaron en impacto emocional sobre las masculinas, con destaque
de Jaquelina Livieri y Guadalupe Barrientos. El Grupo Vocal de Difusión asumió
la parte coral de la pieza, bien preparado por Mariano Moruja. La dirección de
Dutoit exhibió gestos amplios y precisos.
Tras
el intervalo, la Orquesta Estable (varios de cuyos elementos habían participado
de la obra previa en la percusión, con apreciable desempeño) ocupó el escenario
para abordar la Cuarta sinfonía de
Schumann. Fue en esta obra donde la presencia de un gran maestro se hizo sentir,
plasmando una interpretación en la que se hizo música en toda la extensión de
la palabra. La Estable se encuentra pasando por uno de los mejores momentos de
las últimas décadas mediante la renovación de sus miembros, aunados a otros que en sabio
balance permanecen y aportan su experiencia, como el concertino Freddy Varela. La última sinfonía que Schumann revisó
(en realidad su segunda aportación al género) tiene sus cuatro movimientos
fusionados y asume una forma cíclica si bien incipiente, poéticamente pergeñada.
Dutoit eligió tiempos amplios, un fraseo de buena respiración sin llegar nunca
a ser lento y un sutil trabajo sobre la transparencia que permitió escuchar las
diversas capas que conforman su textura, lejos de un empaste uniforme. Maderas,
bronces y en especial las cuerdas graves (impecables en la respuesta a los tres
acordes que abren el Final) dejaron expuesto un contrapunto que lecturas de
trazo más grueso suelen ocultar, a menudo bajo la excusa de ser más “germánicas”.
En suma: una sinfonía sólidamente armada y expresada con profunda musicalidad.
La Fantasía Coral es una de las obras más originales de Beethoven. Esbozo preparatorio de la Novena Sinfonía, los recursos heterogéneos que requiere y sus episodios camarísticos que pasean su tema conclusivo por las diversas filas, no la ubican como una partitura que se interpreta con frecuencia. Escucharla con Martha Argerich al piano, a merced de su brillante seguridad en la larga cadenza inicial, y con una orquesta preparada por uno de los directores de mayor experiencia en el mundo, fue un privilegio. A esto se sumaron solistas vocales de nuestro país, formados en el Colón y con un parejo nivel de excelencia. La interpretación discurrió con fuerza o con sutileza según los momentos (impecable el breve pasaje para cuarteto de cuerdas) y concluyó, como corresponde, de manera apoteótica. Para este final fue indispensable el concurso del Coro Estable, preparado por Miguel Martínez, que aportó su fuerza y su homogeneidad sin renuncios.
Las previsibles ovaciones llamaron a Argerich y Dutoit una y otra vez al escenario; llovieron flores en la mejor tradición mientras que el concertino retenía a la orquesta y el director limpiaba la banqueta de flores y acompañaba a la gran Martha con el brazo sobre su hombro para convencerla de brindar un encore. Finalmente así fue, como otras veces, con su hoy íntima, delicadísima visión del primer número de las Escenas infantiles de Schumann, mientras Dutoit, con una ternura que fue leída desde el afecto por todos los que conocen su pasado común, se sentó informalmente detrás del piano, como si fuera en un living, a escuchar algo tan natural y tan complejo como hacer música. O dicho de otro modo: en esas manos y con ese cariño, lo más complejo parece natural y se convierte en seguida, de manera casi impalpable, en un recuerdo que se atesora de por vida.
Daniel Varacalli Costas
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