El juego de las ambigüedades

Maestro. Dirección: Bradley Cooper. Guion: Bradley Cooper y Josh Singer. Elenco: Bradley Cooper, Carey Mulligan, Matt Bomer, Maya Hawke, Sarah Silverman, Michael Urie, Brian Klugman, Josh Hamilton, Gideon Glick, Sam Nivola. 129 minutos. Netflix.

Carey Mulligan y Bradley Cooper como Felicia y Lenny: una pareja central de la cultura norteamericana de mediados del siglo pasado.

La idea de hacer una película sobre Leonard Bernstein atrajo en principio tanto a Martin Scorsese como a Steven Spielberg. Ambos estuvieron a punto de dirigirla aunque finalmente quedaron como parte de la producción; la tarea quedó en manos del actor que tuvo a su cargo el protagónico: Bradley Cooper.

La figura del primer gran director de orquesta estadounidense de renombre mundial sigue resultando de interés, y no es poco. Es sabido que en este campo los grandes intérpretes, de manera inversamente proporcional a los grandes creadores, suelen alcanzar en vida una enorme fama, que se disipa tan pronto mueren y son sustituidos por otras figuras del star system de la música clásica (o lo que hoy día queda de él). La fama del creador, en cambio, se afirma de manera póstuma, sin prisa ni pausa.

A diferencia de otros colegas –en particular sus competidores más directos, Karajan y Solti, según la trilogía propuesta por el crítico neoyorquino Harold Schonberg- Bernstein no sólo fue intérprete, sino también compositor. Y al igual que en otros casos –nuestro Héctor Panizza es un buen ejemplo- la batuta terminó barriendo a la pluma. Es esta ambigüedad fundacional del gran Lenny la que permite analizar toda otra serie de ambivalencias que rigieron su vida y su carrera. Y de eso se trata, precisamente, Maestro.

Quien desee conocer la obra y el estilo de dirección de Bernstein, deberá abrevar en otra fuente que la película de Cooper. Y fuentes no le faltarán: Bernstein grabó muchísimo, en audio y video, y también dejó programas televisivos a granel, hoy accesibles en buena medida por YouTube. Ninguna película podría competir con ese tesoro. Maestro tampoco es un documental, sino una biopic centrada en esa serie de tensiones que hicieron de Bernstein un personaje único de la cultura del siglo XX. Quizá defraude a algunos que no sea la tensión compositor-director la que más se trabaje en la película, sino su bisexualidad, que lo llevó a enamorarse y formar una familia con la actriz chilena (nacida en Costa Rica) Felicia Montealegre, con quien tuvo tres hijos, al mismo tiempo que libremente no se privó nunca, ni antes ni durante ni después de su matrimonio, de mantener relaciones con varones.

No fueron éstas las únicas dos ambigüedades de Bernstein. Me permito sumar por lo menos un par más: la tensión entre un compositor que se hace famoso por sus aportes a la comedia musical, de fuerte raíz en el jazz, como sucedió con On the town y West-Side Story, que también tenía capacidad y talento para obras “serias”, como sus tres sinfonías y su extraordinaria Serenata sobre El Banquete de Platón. Quizás hoy no resulte tan claro que en los años '40 y '50 este coqueteo con lenguajes diversos ponía en tela de juicio la “seriedad” de un creador, su pertenencia a lo académico. Actualmente esta simbiosis entre lo mal llamado popular y lo mal llamado clásico (categorías hoy inaplicables) resulta ser la única clave para producir música nueva y original en un campo donde se ha llegado a cimas tan altas que, de otro modo, sólo cabría la reiteración. Y ahí está Bernstein, viéndola antes que muchos. Y obras como su Misa (Mass) o su ópera Candide, donde esa fusión llega a límites de escándalo y de genialidad.

Otra de las ambigüedades de Bernstein que el film de Cooper no explota es la ideológica. En general, y en especial en al auge del macartismo, tanto el director como su mujer fueron considerados parte de la izquierda cultural norteamericana. Ingredientes no faltaban: las propias declaraciones de Bernstein, su judaísmo volcado a su obra, las tenidas en su casa o su carisma didáctico y popular lo alejaban claramente de su competidor del otro lado del Atlántico: el adusto amo de la Filarmónica de Berlín (a quien tanto se parecía de joven). En contraste, Bernstein llegó a ser un importante empresario de sí mismo, dando todos los pasos del cursus honorum que el capitalismo ofrece a las grandes estrellas, llegando a dirigir esa legendaria Novena en Berlín oriental, a días de la caída del Muro y a meses de su propia partida de este mundo. También podría observarse que Maestro enfatiza demasiado la bondad de Bernstein, a través de una mirada de ojos claros que no tiene desperdicio, sin duda en busca de una empatía con el personaje y soslayando el inmenso narcisismo de este hombre, tan típico en su ambiente y tan poderoso en su caso.

Maestro, como se dijo, trabaja mayormente la ambigüedad sexual del personaje, y hace girar en torno de ella todo el interés del film. Esto no impide dejar de lado esta limitación ante otros méritos de la cinta. En primer lugar, la caracterización de todos los personajes: magistral la de Bernstein, con una insospechable nariz postiza; pero igualmente precisas la de la bella Felicia (encarnada por Carey Mulligan), y también las breves encarnaciones de Jerome Robbins, Aaron Copland, Serge Koussevitzky y tantas otras figuras de la música y la danza; en menor medida la de su gravitante hermana Shirley. El juego entre el blanco y negro y el color denota el cambio de época –los inefables ’60 de por medio-; la banda de sonido es de gran calidad, con bastante de la mejor música de Bernstein y el final de la Sinfonía “Resurrección” de Mahler, estupendamente “dirigida” por el actor, mimando al director hasta en sus gestos de descontrol emocional (sólo al final, sobre los títulos, aparece una grabación del propio Bernstein, como para aventar cualquier duda sobre lo magistral de la caracterización). Dos escenas imperdibles: la de un ensayo de Fancy Free, donde Bernstein se suma al grupo de marineros, en un torbellino que habla de su propia libertad interior; la del diálogo, ya mayor, con su hija adolescente, que le pregunta sobre los rumores que corren sobre él, y donde la revelación de la verdad se debate en un silencio con calderón indefinido. Un golpe bajo: la excesiva agonía de Felicia; un detalle esencial: el sempiterno cigarrillo, una de las varias adicciones que sellaron la prematura suerte final de la pareja. Se trata de una película humana, tan humana que no vale descartarla porque ciertos aspectos musicales queden un tanto al margen, pese a su inobjetable documentación histórica al respecto.

Bernstein, en colores pero peinando canas: idéntico al real.

De nuevo: el que quiera conocer a Bernstein músico, tiene material de sobra. En lo personal, recomiendo descartar sus grabaciones posteriores a los años ’80: el paso del tiempo, al igual que con Karajan y con Solti, no ha sido benévolo con estos maestros; en el caso de Bernstein lo tornó, para mi gusto, extremadamente moroso, una suerte de manierista musical que se dejó llevar demasiado por las emociones. Sus grabaciones de los años ‘50 y ‘60 con Nueva York (su integral de Mahler, la Sinfonía Fantástica, su Sinfonía Fausto, también con Boston), sus filmes didácticos, sus partituras dedicadas al teatro musical, se cuentan entre lo más extraordinario que la cultura norteamericana ha sido capaz de dar en ese ámbito, y el tironeado Bernstein fue el eficaz administrador de esas pasiones que dieron razón a su existencia.

Daniel Varacalli Costas

 

 

 

 

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