El patriarcado, en verso
Mujer peor. Ana Ojeda. Random House, Buenos Aires, 2024
La lectura de Mujer
peor confirma que la obra de Ana Ojeda es coherente y lúcida. Entre sus
herramientas sobresalen el disparate, el ingenio que no da tregua, el juego con
un lenguaje que desde el vamos se propuso reventar y lo consigue, porque la
condición es inagotable. El absurdo, la cita, la alusión constante -ni William
de Baskerville y Adso von Melk se salvan, tampoco Livraga, “el fusilado que
habla”-; el comentario que nos toma por sorpresa como quien no quiere la cosa, caracterizan
a una escritora que dice expresarse en rioplatense. Más que el rioplatense, digo
que su lengua es el porteño, el habla de nuestra ciudad y, en este sentido, la
identidad de Ana Ojeda es absoluta. Solamente aquí puede nacer y crecer una
obra como la suya.
El libro está integrado
por tres novelas cortas que reflejan algunos de los males que aquejan a la
sociedad en una fase que parece no dar para más, cuando que lo cierto es que el
capitalismo, el “logro” máximo del sistema patriarcal, a la vez que acrecienta
su poder transita un camino que asusta y, a buen entendedor…
Lograr los logros
tiene por protagonistas a tres monjas almodovarianas y es fácil localizar la
acción hacia fines de 2015: así lo permite alguno que otro dato que la remontan
a ese momento. Pero los desmadres de las protagonistas no deberían
escandalizar, de cara a una realidad en la cual pareciera “natural” que se
mezcle lo que no debería ser mezclado, lo que debería mantener su independencia
o simplemente no debería suceder. Que en un convento aparezcan bolsos que
revientan de tanto dinero y a su lado un fusil automático, o que se ponga a la
venta lo que no debería ser vendido, hacen al verdadero escándalo, y no que una
monja aparezca preñada no necesariamente por obra de concepción sin mácula. En
una sociedad donde la subjetividad es manipulada con una eficiencia que da
escalofríos, nada más fácil que correr el foco para distraer de los verdaderos
males.
Urara es
la historia de una oficinista “poco lectora del príncipe di Lampedusa” (más que
“poco”, nula). Y en este dato mínimo que de mínimo no tiene nada, se cifra la
clave de la nouvelle: sabemos que “para que las cosas sigan igual es
necesario que todo cambie” (así le dice Tancredi Confalonieri a su tío el
príncipe de Salina en un pasaje de El gatopardo). Transcurre a lo largo
de un año que se inicia con sones de Carmagnole como música de fondo, al
punto de que las doce secciones principales son encabezadas con el nombre de
los meses según el calendario de la Primera República, lo que equivale a decir de
la primera Revolución Francesa (Germinal, Floreal, Pradial, Mesidor, etc.). Por
la contundencia de su carácter sentencioso, el final a primeras abierto se
presenta oximorónico. Es que Urara, una oficinista mediocre en medio de un
cambio que da por resultado que todo siga igual, se planta con una demanda que
la reivindica, a cambio de lo cual el patriarcado la pone en jaque -la
demanda no es sino el pedido de reincorporación de Munda, la iniciadora de la
revuelta; Mund en alemán significa “boca”, acaso sea una manera de
señalar, entre tanto entrevero lingüístico, que todo comenzó con un desboque
por parte de una desbocada.
Alcanfor
nos pone de cara a otro mal, el Alzheimer, que no es sino el ataque a la
memoria. Pero la vuelta de tuerca está en que la protagonista logra lo imposible,
que es superar una enfermedad que interpretamos a nivel de símbolo. Porque la
memoria -no nos referimos a la memoria individual sino a la memoria colectiva e
histórica- sufre un constante ataque y deterioro, al punto de que un amplísimo
sector de la sociedad padece una suerte de Alzheimer masivo. Se vive en la
desmemoria, sumado a que el sujeto tiene la subjetividad intervenida y no hay
lugar para quien asuma la osadía de superar tal condición. “Por su parte,
Alcanfor, mujer mejor / manifiesta con ardor / que ni en pedo vuelve a
situación anterior / de Alversa / y su tersa / domesticación perversa”, leemos
cerca del final y queda claro que la resistencia de la memoria no cuaja en un
sistema que ha impuesto sus reglas de juego con tanta eficacia como disimulo. Y
el tener, el poseer de arriba hacia abajo, la avidez por la posesión material
contubernio mediante, así se trate de un pequeño departamento que da asco -una
“inversión”, como se dice-, se muestra como una constante en una cultura que ve
a la mujer como un bien, en el caso de Alcanfor representada por Fámula,
esposa del machirulesco Bangalore. El de la lucha contra el patriarcado es un tema
que ocupa el centro de los debates y reivindicaciones actuales, y que a su vez
representa un elemento medular en los libros de Ana Ojeda. Se puede concluir que
a pesar de la risa que la lectura de estos textos nos pueda desatar, su
carácter no es optimista; tampoco tiene la obligación de serlo.
Lo que aún no fue señalado,
aunque la cita lo evidencie, es que las tres nouvelles están escritas en
verso: en Furor Fulgor -el libro precedente- la poesía daba potentes
indicios, que hacen eclosión en Mujer peor. Intensa, vertiginosa, de a
ratos rabelesiana, la autora nos
coloca frente a una serie de narraciones lineales -a su vez caóticas- con un
dinámico y elocuente dominio de una forma que deforma, a contrapelo de la
recurrente tendencia actual, más bien un canon, según el cual la poesía no debe
ser descriptiva, o narrativa, al extremo de dar lugar a la engañosa sensación
de que hacer poesía es fácil; en cambio, dominar la forma dotada de contenido es
más que difícil.
Ana Ojeda cumple con esa
condición no escrita y es que la labor del intelecto (digamos “intelecta”, por
el gusto de seguirle el juego) está para molestar y no para complacer. Y por la
fuerza del contenido, expresado mediante un tratamiento estilístico que la
define y permite reconocerla con solo leer una línea, nos asegura que no
estamos ante una escritora de paso, porque Ana Ojeda se afirma, libro a libro,
para quedarse.
Claudio Ratier
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