Sombras nada más
Un momento de "La sombra de una nube"
Foto: Adrián Maximiliano Arellano
Un
grupo de refugiados peregrinan sin esperanza mientras un representante del
“discurso del odio” lanza diatribas sobre el peligro de permitir su ingreso a
los países desarrollados. Tal el resumen de “La sombra de una nube”, nueva obra
de David Señoran, coreógrafo y creador de la Compañía que lleva su nombre desde
hace más de diez años.
Nadie
puede desconocer la gravedad de esta temática desgarradora por lo realista, que
requiere un tratamiento muy cuidadoso para no caer en el amarillismo. Señoran
carga las tintas solo sobre el rechazo de los destinos geográficos que deberían
cobijar a este grupo de migrantes, poniendo un opinable acento irónico en el
único personaje actuado. Hubiera sido muy interesante también denunciar las
causas, el por qué de este fenómeno atroz, un punto generalmente silenciado por
miedo o conveniencia.
Es
habitual que desde lo formal, Señoran sostenga y practique la convivencia del
movimiento con otras formas de expresión, lo cual es interesante cuando estas
últimas le sirven de apoyo o complemento. El lenguaje de la danza, sin embargo,
debe autosustentarse, y la inclusión del actor Ariel Osiris explicitando lo
obvio se transforma en un dispositivo que compite y resiente ese lenguaje. Lo
mismo puede decirse de los textos declamados por los bailarines, redundantes
ante tanta imagen desolada. Entre tanta sobreabundancia, el aspecto
coreográfico es el punto fuerte de la obra y los intérpretes son excelentes. Reptando,
cayendo, traccionando sus ropajes unos a otros o despojándose de ellos para
mostrar su indefensión, sus máscaras logran transmitir la angustia y el horror.
Muy
bueno resulta el acompañamiento lumínico, desde la primera escena donde la
sombra del bailarín solista, multiplicada por cuatro reflectores por la
intimidad de los muros de Aérea, se transforma en un refugiado más. Porque de
sombras se trata esta historia tan real como desgarradora.
Patricia Casañas
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