Un concierto de estrenos

Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Director: Pablo Druker. Unsuk Chin: Frontispicio para orquesta. Thomas Adès: Concierto para violín y orquesta, Op. 24 “Concentric Paths”. Solista: Alejandro Aldana, violín. John Adams: Harmonielehre. Colón Contemporáneo. Teatro Colón. Ensayo general del 22/6/24.

Pablo Druker dirigió la Filarmónica de Buenos Aires en un concierto con tres estrenos. Detrás, el concertino Xavier Inchausti. Foto: Arnaldo Colombaroli / Gentileza Prensa TC

La excepcionalidad de este programa de la Filarmónica de Buenos Aires –integrado por primeras audiciones- justifica que se reseñe aquí el ensayo general, que tuvo lugar con presencia de invitados en la mañana del mismo día del concierto. Escuchar obras nuevas reenvía la interpretación a su función originaria: la de hacer presente la obra y ocultar al intérprete. No porque el intérprete no sea, a su manera, indispensable, sino porque el foco está aquí puesto en la creación y no en su vehículo. La crítica de interpretación –que por lo demás exige siempre referencias- es la consecuencia de que no se haga música del presente, o de la primacía de un canon, lo que es casi lo mismo. Dicho lo cual, vale la pena anticipar que esta propuesta del ciclo Contemporáneo del Colón, a cargo de Martín Bauer desde su creación con la reapertura del teatro en 2010, resultó de sumo interés. Logró reunir a dos compositores de la que suele llamarse “generación X” –la coreana Unsuk Chin (1961) y el inglés Thomas Adès (1971)- junto a un muy personal exponente del minimalismo del siglo XX: el estadounidense John Adams (1947). Un aspecto interesante de la propuesta fue haber permitido pensar a estos tres autores en conjunto, pese a los matices que claramente los distinguen.

En el año 2010 la Filarmónica porteña dio a conocer una obra de Unsuk Chin (acaso por primera vez en nuestro medio): Rocaná (traducible como “espacio de luz”, o sea, lugar o claro). La composición era de 2008 y mi recuerdo la conecta con la aquí escuchada, de 2019, y con los propios fundamentos creativos de la compositora, que en aquella ocasión traduje para el programa de mano: “Trato de volcar en música las visiones de inmensa luz e increíble magnificencia de colores que veo en todos mis sueños, un juego de luz y colores flotando a través del espacio y al mismo tiempo formando una fluida escultura sonora. Su belleza es más bien abstracta y remota, pero es por estas cualidades que genera emociones y puede comunicar gozo y calidez.”

Frontispicio –tal el título de la obra que abrió el concierto- requiere una orquesta grande (incluye, por caso, dos arpas y campanas), y en consonancia con lo transcripto suena onírica, climática y tributaria del impresionismo, con marcados contrastes dinámicos. Pasa de un comienzo agitado a una sección intermedia lenta y con un anclaje armónico más tradicional (de hecho parece evocar los momentos más audaces de Vaughan Williams y su pastoralismo inglés) y a un final que cede a la tradicional retórica de las conclusiones.

Tras este breve portal (que hace honor a su nombre de Frontispicio), se escuchó el Concierto para violín (2005) de Thomas Adès, denominado “Concentric paths” (Senderos concéntricos) y estructurado sobre la base de los habituales tres movimientos. Con una entrada de la línea de violín que lo aleja efímeramente de su toque tradicional, al aprovechar la tesitura más aguda, la obra pronto se asume como portadora de un lirismo tendiente a lo melancólico, sin negarse a combinaciones tímbricas de lo más coloridas: el solista superpuesto a los bronces en el comienzo del extenso segundo movimiento, alternándose con rotundos acordes, o con la flauta en el tercero, donde prevalece una impronta rítmica más clara en una suerte de moto perpetuo como el que abre la pieza y la cierra, una vez más, antes del tradicional acorde resolutivo. Hay una fuerte influencia de la tradición de los grandes conciertos en este aporte de Adès al género, que asume este riesgo.

Se impone aquí una consideración sobre los intérpretes: Pablo Druker es un especialista en el repertorio contemporáneo (aquí sí el adjetivo puede utilizarse sin pudor), que trabajó a conciencia con la Filarmónica, logrando un resultado virtuoso, mientras Alejandro Aldana (concertino en la Sinfónica de San Pablo, Brasil) exhibió un dominio pleno de la pieza de Adès, que no escatima dificultades.

Alejandro Aldana estrenó el Concierto para violín de Thomas Adès. Foto: Arnaldo Colombaroli / Gentileza Prensa TC

Si la orquesta del Concierto de Adès tiende a ser camarística, la de la obra de cierre firmada por John Adams presenta una hipertrofia sonora propia del Schoenberg joven o de Richard Strauss. De hecho, Harmonielehre (que podría traducirse como Teoría de la Armonía) toma su título del famoso tratado del creador del dodecafonismo y parece hundir su escalpelo en ese clivaje que disocia y a la vez conecta las vanguardias con la gran tradición precedente. También en tres movimientos, Harmonielehre comienza con un segmento sin título, de sonido orquestal robusto, que en lo personal me remitió a Shaker Loops, cuya versión orquestal, de comienzos de los años ’80, precede por poco a la aquí se comenta, que por lo demás fue revisada por el autor durante este año. Pero al margen del diálogo totalmente consistente que la partitura establece con otras obras del propio Adams, lo cierto es que las pulsiones à la Wagner parecen aquí muy evidentes, por ejemplo en pasajes como aquel en el que el corno debe frasear sobre las figuraciones de las cuerdas. La huella wagneriana se hace palabra en el acápite del segundo movimiento, no casualmente titulado “La herida de Amfortas”, el cual, a partir de su comienzo en las cuerdas graves propone un interesante trabajo de tensiones y dinámicas hasta concluir con un final casi mahleriano. Cuenta Rodolfo Biscia que el último movimiento, titulado “Meister Eckhardt y Quackie”, remite a un sueño que tuvo Adams donde el famoso teólogo medieval alemán lleva en andas a la hija del compositor. La anécdota le hubiera gustado a Hindemith, pero no es la objetividad de este alemán la que aquí prevalece, sino más bien - e inesperadamente- los procedimientos del austríaco Bruckner: las grandes frases en los bronces sobre el ritmo de las cuerdas en una evolución que puede llegar a ser abrumadora como esforzada coronación de una obra extensa y ambiciosa.

En el balance, el programa pareció trazar un círculo perfecto entre este final y su comienzo. Adams y Chin, sin proponérselo, hicieron realidad la borgesca pretensión concéntrica de Adès: lo que en un comienzo fue soñado en el final fue contundente materialidad sonora.

Daniel Varacalli Costas

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