Un programa para las Américas
Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Director: Roberto Minczuk. Danzas sinfónicas de “West Side Story”, de Leonard Bernstein. Concierto para piano “Universos infinitos”, de Esteban Benzecry. Solista: Sergio Tiempo, piano. Tres movimientos tanguísticos porteños, de Astor Piazzolla. Choros no. 10 “Rasga o coraçao” de Heitor Villa-Lobos. Teatro Colón. Función del 17/10/2025.
En su décimo quinto concierto de abono, la Filarmónica de Buenos Aires presentó un programa modélico por diversos motivos. El primero, por ofrecer obras íntegramente del siglo XX que –es preciso remarcarlo- se trata ya del siglo pasado. La falta de actualización a nivel planetario de los programas de ópera, ballet y conciertos es un hecho con múltiples causas que sería largo analizar aquí, pero entre ellas se destaca el prejuicio de que la música escrita durante los últimos cien años como secuela de la tradición clásica no es del gusto del público. Por suerte, aparece un programa como éste para desmentirlo.
El
segundo motivo de gratificación por este concierto es que presentó música “de
las Américas” –según esa ya abandonada denominación que nos remite a la época
de Roosevelt y que, de acuerdo a cierta lectura, quitaba la exclusividad de la
palabra América a los Estados Unidos para aplicarla de manera correcta a todo
el continente y a su sustrato cultural común: la herencia europea, montada,
primero a sangre y fuego y luego de la mano laboriosa de la inmigración, sobre las
culturas aborígenes. En esto, con sus matices, toda América y su cultura se
parecen, y la música no es la excepción.
La
puesta en práctica de este concepto que se comenta estuvo dada en esta función por
un gran acontecimiento: el estreno argentino del primer Concierto para piano y orquesta de Esteban Benzecry, que lleva el
título de “Universos infinitos”, aunque bien podría haber sido bautizado con el
título del programa en cuyo marco se estrenó: “Universos americanos”.
Seguimos
desde sus inicios la obra de Esteban Benzecry, argentino nacido en Lisboa en 1970,
hijo de uno de nuestros héroes de la música -el maestro Mario Benzecry- y desde
hace por lo menos dos décadas uno de los compositores más apreciados en todo el
planeta. Y si algo impresiona de su ya abundante producción es su consistencia.
Quizás no resulte ocioso señalar que en sus comienzos, Esteban también mostró
vocación por las artes visuales, a las que relacionó con la música en una de
sus primeras obras sinfónicas (El
compendio de la vida), mostrando desde entonces su afinidad con la temática
americana sin distinción de esas fronteras artificiales con las que el poder
mundial segmentó nuestro sub-continente. Esa prescindencia de fronteras a las que
Benzecry hacía honor en sus pinturas luego se hizo sonido y hoy permite a su
autor, como a sus afortunados oyentes, acceder a una música universal a partir de
la local, categoría esta última en la que lo “argentino” es más bien lo “americano”.
Aquí la música señala el camino que nunca América latina se animó a transitar en
otras esferas y que podría darle su lugar en el mundo.
”Universos
infinitos” tuvo en las manos del pianista Sergio Tiempo un enfoque contundente –fiel
a su toque visceral, directo y siempre joven-, con una seguridad que también
deviene de haber llevado esta obra por distintas partes del mundo desde que la
estrenara en 2019 bajo la batuta de Gustavo Dudamel. Aquí fue el brasileño
Roberto Minczuk, quien en el podio mostró un gesto comprometido con un programa
igualmente comprometido.
El
Concierto de Benzecry pone al piano
en el centro de la escena, con sus virtudes percusivas a la par de sus aptitudes
armónicas (basta señalar el momento en que el ejecutante debe tañer las cuerdas
graves del piano con una baqueta). A lo largo de los canónicos tres movimientos,
si bien sucesivamente identificados en sus títulos con “El mundo interior”, la “Madre
luna” y “El retorno del Sol”, la línea pianística es continua y protagónica,
con un acompañamiento orquestal a manera de enjambres, fuertemente atmosférico,
tímbricamente generoso y así y todo, siempre balanceado, mérito tanto del autor
como del director y la orquesta. Hay mucho para descubrir en esta partitura,
desde los ritmos americanos con sus escalas, hasta la evocación de Ravel -no sabemos
si buscada- en un necesario respiro del energético primer movimiento. En suma:
un estreno interesante, bien interpretado y con exitosa aceptación por parte del
público.
El
resto del programa sufrió cambios de orden en relación al anunciado, algo entendible
por las dificultades de su armado técnico. Comenzó con las Danzas sinfónicas de “West Side Story”, de Bernstein, que hubieran
sido un buen final y que aquí sonaron con alguna merma de lo idiomático, con la
orquesta todavía fría, pero sin duda con eficacia. La grada con respaldo de
madera al fondo del escenario acaso contribuyó a restar sonoridad, algo que se superó
con la ubicación de los coreutas para el cierre. La segunda parte abrió con los Tres movimientos tanguísticos porteños
de Piazzolla, estrenados por Paul Kletzki (!) en 1963 como Serie de tangos sinfónicos, uno de los legados más clásicos del gran
Astor, en su etapa aspiracional a integrar la liga de los compositores hoy llamados
“académicos”. Esta música, como toda obra de transición, se redefine a partir
de lo que Piazzolla logró después, como un peldaño más hacia su identidad definitiva.
El
final, con el décimo de los Choros (léase
“lloros”) de Heitor Villa-Lobos, encontró al maestro Minczuk en su salsa brasileira. Con un ritmo pegadizo y una
orquestación brillante, la pieza permitió el lucimiento del Coro Estable, que
tan pocas veces podemos escuchar con la Filarmónica. Preparado por Miguel
Martínez y con la instrucción idiomática de María Castillo de Lima, aportó un
cierre excelente a un concierto bien pensado y ejecutado. A su término, Minczuk
anunció, entusiasmado, haber sido invitado por la dirección del Colón para volver con la orquesta sinfónica del Teatro
Municipal de San Pablo el próximo 11 de diciembre. Lo esperamos.
Daniel Varacalli
Costas
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