Arvo Pärt por estonios: sensibilidad e inteligencia

Coro de Cámara Filarmónico de Estonia. Sinfonietta Tallinn. Director: Andres Kaljuste. Programa: Wolfgang Amadeus Mozart: Adagio y fuga en Do menor, K. 546. Arvo Pärt: Stabat Mater. W.A. Mozart: Ave Verum Corpus, K. 618. Arvo Pärt: Which was the Son of… Cantus in Memoriam Benjamin Britten. Adam’s Lament. Mozarteum Argentino. Teatro Colón. Función del 24/11/2025.

Andres Kaljuste al frente del Coro creado pro su padre y de la Tallinn Sinfonietta, en el Teatro Colón. Foto: Liliana Morsia / Gentileza Prensa Mozarteum Argentino

El Mozarteum Argentino concluyó otra temporada de muy alto nivel internacional en el Teatro Colón con una función que coronó la jerarquía artística alcanzada durante este año 2025. Se trató de un programa predominantemente dedicado al compositor Arvo Pärt –que cumplió el 11 de septiembre pasado 90 años- interpretado por dos ensambles –uno instrumental y otro vocal- provenientes de su mismo país de origen: Estonia.

Aunque la nacionalidad como mero dato nunca es de por sí una garantía para un resultado artístico, en este caso, a juzgar por lo escuchado, no fue una mera coincidencia. El Coro de Cámara Filarmónico (sic) de Estonia fue fundado en 1981 por su actual director Tonu Kaljuste, a su vez padre del director Andres Kaljuste, que dirigió este concierto en el marco de su primera gira a América latina. Por su parte, la Sinfonietta Tallinn es un ensamble instrumental creado en 2009, con activa presencia en festivales alrededor del mundo.

Ambas agrupaciones -que se anunciaron con nombres en inglés- dieron vida a una propuesta armada con cuidada inteligencia, algo que en estos tiempos se agradece. Lejos de resultar gratuito, combinar a Arvo Pärt con Mozart en la primera parte del programa pareció remitir a la reflexión que Félix de Azúa realizó sobre el arte del siglo XX, al calificó más bien como una “historia del arte”, una “melancolía hecha forma”. Acaso esta última referencia sea una de las maneras posibles de definir el arte de Arvo Pärt, una música original e interior que no se entendería sin la remisión a un pasado en el que su propio autor abrevó, remontándose a un estadio incluso anterior al mismo canto gregoriano.

Fue en nuestro medio Carlos López Puccio con su Estudio Coral quien primero dio a conocer una obra central del músico estonio –la Misa berlinesa- que estrenó en 1992 y repuso un lustro después en un inolvidable concierto en la Iglesia de la Merced. A partir de aquella experiencia, no pocos quedamos sugestionados por un autor que una y otra vez se dejó oír aquí, incluso coreografiado en 2001 por Mauricio Wainrot (Für Alina), pero sin duda en esta ocasión la manera en que fue presentado permitió acceder a una dimensión nada uniforme su lenguaje, que se mostró en toda la variedad y riqueza de sus materiales a través de una serie de obras bastante diversas entre sí, al margen de cualquier reduccionismo “tintinabular”.

En la experiencia de quien escribe, el Stabat Mater que se ofreció en la primera pare del concierto fue la obra de mayor relieve de las ofrecidas. El contraste entre el comienzo, con las cuerdas en pianissimo y la irrupción de la nota aguda de la soprano solista, hunde el aguijón justo en el punto del dolor, allí donde el texto mariano adquiere su significación más profunda en términos humanos. La obra se dirige luego a dos secciones crecientemente animadas, combinado la voz con interesantes solos de violín, sin apartarse de los elementos que pertenecen a las tradiciones barroca y clásica. Haber enmarcado este Stabat Mater con dos obras de Mozart –una versión de dudosa eficacia del Adagio y fuga K. 546, que hace echar de menos su parcial filiación tecladista, en contraste con un extraordinariamente logrado Ave Verum Corpus, desarmante en su simpleza y sensibilidad, permitió redondear una experiencia poco común.

En la segunda parte, coreutas e instrumentistas tuvieron sendas instancias de lucimiento. La orquesta, en el Cantus que Part escribió a la memoria de Britten, un compositor al que admiraba pero que no llegó a conocer en persona. El segmento –ya interpretado en nuestro medio- abre y cierra con un sutil toque de campana que nos instala en otra dimensión, histórica, temporal, para desarrollar entremedio una serena elegía a cargo de las cuerdas. El Coro tuvo su gran momento con Which was the Son of…, que refleja otra faceta de Pärt: con texto en inglés, esta partitura del año 2000 muestra puntos en común con el spiritual, obrando en el programa como una suerte de remanso gratificante en medio de un clima tendiente a la introspección y la piedad. Para reforzar estos ejes cerró el concierto el Lamento de Adán, una obra de 2010 de hechura clásica, evidenciada –entre otros aspectos- en pasajes de cuerdas graves respondidos por las agudas que llevan el perfume del inicio del Requiem de Mozart. El coro, en especial las cuerdas bajas, lucieron toda su capacidad de matices y una expresividad sin desbordes.

El encore, presentado en español por el maestro Andres Kaljuste, consistió en una canción de cuna de Estonia, en versión del mismo Pärt, una delicada despedida que selló el final de un concierto que apeló en todo momento a la sensibilidad y la inteligencia.

Daniel Varacalli Costas

 

 

Comentarios

Las más leídas

La persistencia de una “idea descabellada”

Lo cómico, en serio

Un Nabucco revisitado

Cuando la música es todo

Sobre todo, Puccini

Tres grandes voces para "Il trovatore"

Logrado homenaje a Puccini

Buenos Aires Ballet: novedades y reencuentro

Otro Elixir de muy buena calidad

“Aurora”: más allá de la ópera