Para asomarse a Bruckner

Orquesta Sinfónica Municipal de Tres de Febrero. Director: Ezequiel Fautario. Coro Polifónico Nacional. Director: Fernando Tomé. Anton Bruckner: Misa No. 1 en Re menor. Solistas: Soledad de la Rosa, soprano. Melina Maio, contralto. Maico Chia-I Hsiao, tenor. Franco Gómez Acuña, bajo. Auditorio Nacional del Palacio Libertad. Función del 7/6/2025.

La Misa No. 1 de Anton Bruckner en su estreno en el Auditorio Nacional del Palacio Libertad, sin el órgano. Foto del autor.

El bicentenario del nacimiento de Anton Bruckner, celebrado el año pasado, no tuvo en nuestro medio local la intensidad que hubiera merecido un compositor de semejante calibre. Suele compararse ligeramente a Bruckner con Gustav Mahler tan solo por tratarse de dos compositores de sinfonías largas y románticas para orquestas gigantes. Sin embargo, ahí se acaba la comparación. Mientras Mahler es un compositor moderno cuyo tiempo, imprevisiblemente, ha llegado en el siglo XXI, cumpliendo su propia profecía, Bruckner es un compositor nacido y criado en el siglo XIX, alumno en Viena de Simon Sechter, quien había sido también maestro de Franz Schubert, lo que no deja de ser sorprendente. Este mero dato ubica a Bruckner como heredero directo de la tradición clásica, al margen de la indudable influencia wagneriana, que él asumió de manera reverencial pero nunca literal. Casi que podría decirse, aventuradamente, que Bruckner, con su insistencia en el trabajo motívico y las reiteraciones de extensas secciones, nos permite imaginar adónde podría haber llegado un Schubert longevo.

Otros rasgos del artista –su irritante inseguridad, su ingenua devoción, su simpleza rústica- tampoco han ayudado a construir cercanía con el personaje. Pero ahí está su música, y entonces todas las facetas anecdóticas y las especulaciones estéticas se desvanecen: en ella hay poder y simpleza en dosis similares, aunque se requiera esfuerzo y coraje para apreciarlas en toda su extensión.

Acaso como efecto de estas condiciones, Bruckner no ha sido lo bastante frecuentado en nuestro medio, aunque grandes directores ya han dado a conocer aquí todas sus sinfonías. En cuanto a sus tres Misas, la número 2 fue estrenada en el Colón por Pedro Ignacio Calderón con la Filarmónica de Buenos Aires y el Coro Lagun Onak en 1990; la tercera lo fue en la misma sala y por la misma orquesta, bajo la dirección de Hans Rudolf Zöbeley en 1995. Faltaba, por tanto, estrenar en nuestro país la Misa número 1, al menos conforme a la información de que dispone quien esto firma. Durante mucho tiempo -antes de la era Internet- la única grabación accesible en el medio local era la de la integral de Eugen Jochum, con el Coro y la Orquesta de la Radio de Baviera y Elmar Schloter en órgano. Claro que el florecimiento de nuevas grabaciones no obsta a la necesidad de que este repertorio se dé a conocer en vivo, y en este sentido, el aporte del maestro Ezequiel Fautario con esta propuesta que se comenta adquiere un inestimable valor. Máxime cuando sus protagonistas fueron íntegramente artistas locales: la Orquesta Sinfónica Municipal de Tres de Febrero, interesante mixtura de jóvenes músicos con otros experimentados; el Coro Polifónico Nacional, que exhibió aquí su habitual jerarquía artística bajo la dirección de Fernando Tomé, ubicados de pie en torno a la orquesta en lugar de utilizarse las gradas posteriores del Auditorio Nacional, y un cuarteto de solistas entre los que se destacaron la soprano Soledad de la Rosa y el tenor Maico Hsiao, con un correcto desempeño de su colegas Melina Maio y Franco Gómez Acuña.

Siendo que esta Misa en Re menor contiene una parte de órgano en su versión original, llamó la atención que no se utilizara ese instrumento del que tan bien dotada está la sala sinfónica de la “Ballena”. Trascendió que el instrumento está en reparación, lo que obligó a Fautario a optar por una versión que prescinde de dicha parte (de hecho, esto le sucedió a Bruckner en la segunda presentación de la obra en Linz, para la cual reemplazó el intermezzo de órgano del Credo por clarinetes y fagotes).

Para entonces, el estreno de la Misa en Re menor ya había tenido lugar en la Catedral de Linz (ciudad natal de Bruckner). Corría el año 1864, el compositor contaba cuarenta años y tenía experiencia en la composición litúrgica (además de su destreza como organista en el monasterio de San Florián, había musicalizado varios Salmos y compuesto una Missa Solemnis). Comparada con la tercera de sus Misas (apenas un lustro posterior), la primera no tiene su fuerte en la inspiración melódica, sino más bien en la manera en que la música acompaña el texto. En sus cinco partes canónicas (en este caso seis, porque desdobla el Benedictus del Sanctus), la partitura alcanza su máxima intensidad en el Credo. Aunque su inicio en Re menor puede insinuar una atmósfera sombría, los diversos movimientos transcurren en general en tonalidades mayores, trasuntando una confianza propia de la fe del autor. Teniendo en cuenta que algunos materiales de esta Misa fueron reelaborados por Bruckner para obras de mayor aliento (como es el caso del Adagio de la Novena), sin duda esta partitura se ofrece como una buena puerta de acceso a la obra de uno de los compositores más originales, potentes y misteriosos de la historia de la música.

Daniel Varacalli Costas

 

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