Vertical, de Oscar Araiz: Palabras mayores
Vertical. Recital de solos. Coreografías de Oscar Araiz, Renate Schottelius y Dore Hoyer. Intérpretes: Antonella Zanutto y Yamil Ostrovsky. En El Nacional, próxima función el martes 2 de noviembre a las 20,30.
¡Qué desafío subyugante es entrar en el universo introspectivo de ‘Vertical’! En el breve transcurso de una hora, Oscar Araiz recurre al formato de solos, donde imagen, palabra, música y movimiento forman una argamasa indisoluble que interpela al espectador.
No vamos a redundar sobre la trayectoria de este inmenso creador argentino, ni sobre la versatilidad que siempre lo ha caracterizado. Conviene sí detenerse –y deleitarse- analizando la infinidad de disparadores que laten en esta propuesta, abriendo senderos insospechados.
El concepto de verticalidad recorre los orígenes de Araiz, alternando obras de su autoría con reconstrucciones de piezas de Renate Schottelius y Dore Hoyer, sus mentoras. Y se continúa en la complicidad artística de dos intérpretes excepcionales: Yamil Ostrovsky y Antonella Zanutto. Mezcla de malevo y mimo, Ostrovsky abre la velada con ‘Malandra’; y aquí comienza la estrecha simbiosis que el coreógrafo logra entre danza y palabra. La partitura elegida es el ‘Tango alemán’ de Mauricio Kagel, cantado en un lenguaje ininteligible –salvo algunas pocas palabras clave- cuyas modulaciones, sin embargo, permiten percibir la esencia tanguera. Vestido de fulgurante rojo, el bailarín presta su máscara para dar vida a ese impar ‘malandra’, evidenciado en cada gesto, en cada movimiento, en cada mirada.
Foto: Máximo Parpagnoli
‘Anonimamatum’ está basado en tres poemas de la
argentina Sara Sedler. Una acentuación anticipada y errática va escindiendo a
las palabras de su significado, las cosifica y las remite a su origen latino.
Agigantada en la pantalla que devela detalles de su geográfica anatomía,
Antonella Zanutto dialoga consigo misma, con la sola compañía de una mesa: la
recorre, la explora, todas sus aristas sirven para el equilibrio insospechado,
hasta su trasmutación en lápida en el siniestro final.
En ‘Reminiscencias’, al recogimiento de ‘Aria’ de
Schottelius se opone ‘Dolor’, una pieza donde Araiz recurre a la tercera de las
‘Canciones del caminante’ de Mahler, compositor caro a su sensibilidad. ‘Tengo
un cuchillo al rojo vivo clavado en mi pecho’, reza la letra que Antonella
Zanutto baila con desesperación. Reconstruidas en 2019, ‘Miedo’ y ‘Amor’ son
dos miniaturas de Hoyer. La primera remite a una atmósfera bélica, opresiva,
intimidante, a un miedo que machaca y martilla a través de una percusión
incisiva; mientras que en la segunda hay evocaciones orientales,
desplazamientos breves, manos que semejan colas de peces, serpientes, picos de
cisnes. Nuevamente Zanutto presta su
físico y su personalidad atrapantes como instrumentos de este tributo a esta
gran figura de la danza contemporánea.
Las imágenes de video de Matías Otalora, verdaderas
obras pictóricas, son complementos imprescindibles de cada viñeta.
El fauno debussyano cierra la velada en ‘Tanagra’,
donde alguna pincelada de Araiz cita muy brevemente a Nijinski para componer a
ese ser salvaje que finalmente se torna humano. A estas alturas, cuesta abandonar el
encantamiento de este recital para sumergirse nuevamente en el bullicio y la
cotidianeidad.
Patricia Casañas
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