La alegría del reencuentro
Ciclo Reencuentro. Programa: Erik Satie: La Diva de l’Empire. Francis
Poulenc: Sanglots. Les chemins de l’amour. Pastorale. Henri Duparc : Au
pays où se fait la guerre. Kurt Weill: Je ne t’aime pas.
Eugenia Fuente, mezzosoprano. Javier Mas, piano / Girolamo Frescobaldi: Canzona
No. 19. Juan Carlos Cobian: Mi refugio (Arr. Astor Piazzolla). Nicolás Di Bella,
bandoneón / Frédéric Chopin: Nocturno en Fa menor, Op. 55 No. 1. Claude
Debussy: Claro de luna. Francis Poulenc: Sonata para clarinete y piano. Marcela
Roggeri, piano. Mariano Rey, clarinete. En el Palacio Duhau. Función del
23/11/2021.
El
ciclo Reencuentro, producido por Martín Roig, programado por Fernanda Morello y
presentado por Martin Wullich –impecable trinidad-, prosigue con sus presentaciones
de música de cámara en el Palacio Duhau. Esta vez con un cambio de locación: se
abrió el más amplio salón Posadas, que da a la calle homónima y que funciona
muy bien acústicamente. Por lo demás, el esquema sigue siendo el mismo que en las
ocho funciones anteriores: un anfitrión financia el encuentro –en este caso fue
Nicole-, al que concurren invitados. Los programas tienen tres segmentos: uno al
comienzo y otro al final, a cargo de artistas profesionales y consagrados,
respectivamente, más uno intermedio dedicado a un artista joven. Lo que también
se mantiene, y quedó demostrado en la ocasión, es la riqueza y consistencia de
los programas. En suma: cuando todos estos elementos mencionados –y no son
pocos- funcionan tan bien y con tanto cuidado, uno puede concentrarse en la
escucha pura, sin otras distracciones que atender.
La
primera parte de la velada contó con la mezzo Eugenia Fuente (a quien seguimos
desde su debut en El cónsul de
Menotti en el Teatro Avenida) y el activísimo maestro Javier Mas, aquí en su
faceta de pianista. Predominó lo francés en un repertorio donde hubo sensibilidad
(Sanglots), melodismo (Les chemins de l’amour) y profundidad (Pastorale, para piano solo); volumen y virtuosismo
vocal en el exigente Duparc, y ligereza en Kurt Weill, con su recitado al final
que delata su filiación al mundo de melodrama.
El segmento intermedio subyugó por presentar a un joven bandoneonista –Nicolás Di Bella- en dos obras ejecutadas sin solución de continuidad, donde se pudo apreciar al fueye en su impronta originaria –la de instrumento litúrgico- en un Canzona de Frescobaldi y de estilizado tango en Mi refugio de Cobián. ¿Cuándo convenceremos los argentinos al mundo de que el bandoneón no es un mero instrumento exótico o folklórico, sino un timbre único con credenciales clásicas? Lo sabía su creador y también en su momento el legendario Alejandro Barletta; hoy lo sabe Di Bella que tiene futuro para afrontar ese desafío cultural.
La última sección presentó a dos consumados artistas en sus sendos instrumentos: Marcela Roggeri en piano y Mariano Rey en clarinete. Roggeri reafirmó su habitual seguridad en el Nocturno en Fa menor de Chopin, con el que rompió el hielo (¡cuando llegó a los apasionados arpegios finales ya se había derretido!); Mariano Rey se sumó luego en un arreglo del Claro de luna de Debussy, acaso poco necesario frente al original. Fue en la Sonata de Poulenc donde ambos instrumentistas hicieron ignición en una obra plena de contrastes, de lo mejor de ese ajetreado mosaico estético que fue el siglo XX, logrando un ensamble notable en el difícil final. Dos bises, de Milhaud y de Falla, demostraron la versatilidad de ambos artistas, coloristas o contemplativos según los casos. Fue una nueva fiesta para la música, que necesita seguir creciendo en propuestas de esta jerarquía, para que esos “nuevos puentes entre los artistas y su público”, como reza el lema del ciclo, puedan seguir tendiéndose en el futuro.
Daniel Varacalli
Costas
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