De monstruos y demonios lares
Nosotros, los Caserta. Aurora Venturini. Buenos Aires, Tusquets, 2021
Algunas familias logran
ser infiernos sin escapatoria. Se podrá tomar distancia física y cada cual
seguir su camino, pero las brasas sulfurosas y las pinchaduras del tridente siempre
acechan y cada tanto salen al encuentro. Creo que el exorcismo de los monstruos
y fantasmas familiares no es como el que se practica con los posesos, a quienes
en definitiva se les expulsa el demonio del cuerpo (y del alma) y a otra cosa.
Si un autor, autora para el caso, vuelca en su escritura todo aquello que lleva
en las entrañas y que desde temprano le produjo esas múltiples heridas infectadas
que no cierran -uso palabras de Ingmar Bergman, que de eso también sabía mucho-,
no es que expulse definitivamente a esa caterva de íncubos y súcubos que siempre
seguirán estando allí. Pero dar cauce a la urgencia de la escritura tiene sus efectos
purgativos. Cambia el ángulo de la mirada, el aire se torna más respirable y
gracias a la nueva perspectiva con respecto a esa fauna acosadora, la balanza
se vuelca a favor del que debe cargar con semejante bagaje.
Nosotros, los Caserta,
novela de larga y cambiante génesis, en orden de escritura precede a Las
primas y Las amigas, que ya fueron reseñadas en este espacio. La
edición continúa el plan de Tusquets de dar a conocer la obra de una escritora
que permaneció en secreto, hasta ganar el Premio Nueva Novela de Página 12
en 2007 (contaba entonces 85 años) y convertirse, tras su muerte en 2015, en
una figura que no deja dudas de ser una de los más significativas de la
literatura argentina contemporánea.
La génesis de Nosotros,
los Caserta se remonta a la década de los ‘60 y la primera vez que vio la
luz en formato libro fue en 1992 (Pueblo Entero), seguida por otra en 2000
(Corregidor) -ambas de muy baja repercusión- y una tercera en 2011 (Mondadori),
cuando la obra de Aurora Venturini pasaba a cobrar resonancia. Sumadas a una
serie de documentos, las tres sirvieron a una exhaustiva investigación de María
Paula Salerno, base de la presente edición que se puede dar por definitiva.
No sé si es necesario
remarcar que Nosotros, los Caserta no es una autobiografía sino una
ficción, poblada por personajes en lugar de personas, que desahoga esa carga de
vida de la escritora que ya conocimos en Las primas y Las amigas,
esa permanente confrontación con monstruos, demonios y fantasmas del hogar que
aquí tiene como protagonista a Chela Stradolini: un monstruo (así se siente,
así se lo han hecho creer) de una inteligencia superior, que está fuera de
lugar porque las sociedades “normales” no dan cabida a las personas como ella:
“Medio siglo después releo los papeles que María Assuri -una tutora-
rotuló ‘Informe’; cuántos errores, cuánto desconocimiento de la psiquis y sus
zonas luminosas y de las oscuras y de todo. María no era psicóloga, era
‘profesora elemental de psicología’; una docente semiculta.”
Con su estilo narrativo
filoso y punzante, pródigo en toques de humor negro y alcances extremos, nos
arroja al mundo de una estirpe rancia y endogámica de “sangre repetida y sin
alma”, acechada por espiroquetas y transitada por enanos y macrocéfalos: “El
señor es el Condestable, su dama es la Condestablesa, los enanos no son
bufones, sino los malos retoños de la desdichada pareja”. Y llega a descubrir
que las raíces del tronco penetran en los orígenes de la civilización: “Somos
los descendientes del Toro y del Minotauro, y hasta de Caribdis y Scilla;
nuestra gens monstruosa debe cercenarse”. Tal es la sobredimensionada carga de
esta familia, los Caserta, que Chela soporta y decide confrontar en toda su
magnitud. Se trata de una abismal experiencia que la llevará hacia lo más
recóndito de esas raíces familiares, cuya culminación será el encuentro en
Sicilia con su tía abuela Angelina.
En La memoria de
Shakespeare, de Borges, Ricardo Piglia analiza la metáfora de una
experiencia en que la escritura interviene la memoria del lector, pasa a formar
parte de ella e inclusive desplaza el recuerdo ajeno (El último cuento de
Borges, en Formas breves). Dice Chela Stradolini: “Tramaba mi
universo íntimo con hilos de prosapia ilustre, aspiraba a una muerte personal,
fuera de lo común, que permitiera grabar mis huellas notables en el recuerdo de
los otros.” Se trata de lo más grande a lo que pueda aspirar un escritor y, en
el caso de Aurora Venturini, es un logro.
Claudio Ratier
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