Al rescate de sonidos lejanos

El histórico templo porteño y el Ensamble Extramuros.

Ensamble Vocal Extramuros. Director: Ricardo González Dorrego. Integrantes: Maico Hsiao, Esteban Garreta, Martín Díaz (tenores), Leonardo San Juan, Leonardo Menna, Ezequiel Fautario, Miguel Ángel Pérez (barítonos), Augusto Nureña, Pol González (bajo). Misa de Notre Dame, de Guillaume de Machaut. Salmo 51, de Orlando di Lasso. Ciclo de la Catedral Anglicana San Juan Bautista. Función del 13/4/2022.

 

Por lo infrecuente, por lo compleja, por su significación histórica, toda ejecución de la Misa de Notre Dame de Guillaume de Machaut es a priori un acontecimiento extraordinario. La afirmación choca con la extrema distancia que separa la música medieval y renacentista del oyente actual, a tal punto que ha pasado a ser una música de especialistas (idea que muchos asocian erróneamente con la música académica en general). Es un interesante tema de análisis –que excede esta reseña- reflexionar cómo nuestra constitución en sujetos de la Modernidad nos desvinculó, incluso desde el plano auditivo, con ese mundo que duró mil años –el Medioevo-, que también podríamos reducir a seiscientos, si lo contamos desde la invención de la notación musical moderna en torno al año 1000 y el comienzo del Barroco en 1600. Porque la época del Humanismo, cuyos límites con la Baja Edad Media son tan difusos, adquirió en la música una característica regresiva en relación a las otras artes debido a la Contrarreforma, que depuró los excesos polifónicos a favor de la palabra, pero también delimitó con sus últimas fuerzas, acaso por última vez, el reino de lo religioso frente al de lo profano.

Como fuera, vale la pena poner de relieve una vez más que es un esfuerzo extraordinario tanto hacer hoy esta música como meternos en ella, despojándonos de toda nuestra carga, positiva o negativa, de sujetos de una Modernidad ya puesta en crisis por una presunta Posmodernidad o por el inexorable totalitarismo tecnológico. El Ensamble Vocal Extramuros, que desde hace más de dos décadas dirige con pericia el tenor Ricardo González Dorrego, le puso voz a esta gesta, que se ofreció en la Catedral de San Isidro y luego en la Catedral Anglicana de San Juan Bautista, en el marco de un interesante ciclo programado por Gonzalo Saldívar.

Dispuesto en semicírculo sobre el presbiterio de este histórico templo porteño, el Ensamble asumió las cuatro voces de esta obra que data de 1365 y que se considera la primera Misa musicalizada por un mismo autor de la que se tiene noticia. Estamos en el periodo de la Ars Nova (otro de los tantos corsi e ricorsi entre lo antiguo y lo moderno en la historia de la cultura): la polifonía se instala en el Ordinario de la Misa católica a despecho del viejo canto llano. El nombre de “Notre Dame” no debe relacionarse con el antonomástico de la catedral parisiense, sino con la advocación de la Virgen (“Nuestra Señora”) que también integra la denominación de la Catedral de Reims, donde Guillaume y su hermano Jean Machaut trabajaron en el servicio musical. No importa aquí el pretexto anecdótico a cuyo amparo se escribió esta Misa (lo que está intensamente debatido), sino su nervadura musical: esas cuatro voces que recorren las cinco partes canónicas del género (Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus, Agnus Dei, seguidas del segmento de despedida y gratitud Ite Missa est) y que inauguran una nueva etapa en la rica tradición de la música hoy llamada sacra, la cual concita un casi nulo interés en la Iglesia que alguna vez cobijó su creación.

La obra parece concentrar buena parte del saber musical adquirido hasta aquel momento en la Europa católica: especialmente en el Gloria y el Credo, aparecen los rasgos del Ars Nova y del motete isorrítmico, sin renunciar al subrayado silábico de la tradición anterior -el Ars Antiqua- y hasta del mismo gregoriano y sus melismas. Es en estos dos momentos donde la obra parece adquirir mayor tensión para los oídos actuales, pese a sus distintos sistemas de afinación, de concepción armónica y hasta de fundamentos filosóficos, todo lo cual la separa un mundo de nuestros hábitos auditivos, a tal punto que cualquier obra de música comercial es hoy más cercana a los “clásicos” que este tipo de partituras. De allí que se imponga un esfuerzo compartido: el de los intérpretes, en una obra de exigencias mayúsculas, y el del oyente, si es que desea compenetrarse con esta música y seguir sus complejas líneas (¡y no escapar de angustiarse un poco por eso, claro!).

También hay momentos de la Misa en que la tensión decrece (el suave Agnus Dei), mientras que en otros se advierte una textura más monofónica que lo acerca a una retórica más lineal (la frase con que la comienza el Sanctus).

En todos los casos, el Ensamble Extramuros rindió adecuadamente en términos de conjunto, con especial destaque del tenor Maico Hsiao, producto de una tesitura que lo desmarcó del resto en un rol prácticamente solista. La dirección de González Dorrego fue precisa y propia de un cantante profesional que conoce el material y sus desafíos.

Los miembros del Extramuros bajo la guía del tenor González Dorrego.

En lo que podría pensarse como una audacia adicional, el programa sumó a la Misa de Machaut el Salmo 51 de Orlande de Lassus, uno de los más grandes compositores de la escuela renacentista flamenca. El Miserere Mei data de 1584 (o sea, doscientos veinte años posterior a la obra de Machaut), pero representa ese mundo tridentino que el músico Howard Goodall llama acertadamente “Edad de la Penitencia”. Son otras las armonías de este Lassus de la llamada musica reservata y que en esta serie de Salmos Penitenciales, al cual pertenece el aquí interpretado, anticipa las progresiones armónicas que alimentarán el inminente Barroco y que nos acompañan hasta el presente. Pese al esfuerzo vocal, el Extramuros rindió una vez más, realizando un aporte esencial a esta vida musical porteña que está transitando una indispensable rehabilitación.

Daniel Varacalli Costas

Comentarios

  1. Fue un honor estar presente, en esta ocasión, en la Catedral Anglicana.

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