Plácido Domingo: Cincuenta años no es nada

 Ciclo Grandes Intérpretes. Plácido Domingo, acompañado por la soprano María José Siri. Orquesta Estable del Teatro Colón. Director: Jordi Bernàcer. Función del 7-4-2022.

 


Plácido Domingo junto a la soprano María José Siri
Foto: Arnaldo Colombaroli

Como si se necesitara alguna excusa para el reencuentro con Plácido Domingo, el medio siglo desde su debut en el Teatro Colón fue una ocasión ideal para el festejo. Muchos son los personajes que Domingo encarnó en el escenario del Colón, y que sellaron su versatilidad artística: don Álvaro (1972, La forza del destino), Dick Johnson (1979, La fanciulla del West), Otelo (1981), Mario Cavaradossi (1982, Tosca), Sansón (1997, Sansón y Dalila), Loris (1998, Fedora). Esas visitas sirvieron también para despertar la admiración y el afecto de sus colegas, de todo el personal del Teatro y del público en general ante la sencillez y simpatía sin afectación de Domingo, siempre propenso a la charla espontánea y al gesto amistoso con todo aquel que se cruce en su camino.

Por todo esto, era muy esperada esta apertura del ciclo Grandes Intérpretes con el recital del cantante español, otrora tenor que, como se sabe, en los últimos años ha vuelto al registro baritonal de sus orígenes. Y allí estuvo Plácido, el hombre, el artista, cuyo cabello renegrido el tiempo se encargó implacablemente de encanecer, saliendo una vez más a la escena que no se resigna a abandonar. Le dio la bienvenida la ovación de un público leal y afectuoso, derramándose sobre su gesto emocionado y agradecido. Una comunión sincera, vibrando en el aire.

Nemico della patria, aria emblemática de Andrea Chénier, fue dicha por Domingo con su habitual vena dramática, la cual se hace más evidente aún en sus recitales, donde su expresividad suple la falta de escenografía y vestuario que lo apuntalen. A sus ochenta y un años, no puede dejar de sorprender la entereza de su voz que aún con altibajos lógicos, se deja oír con limpieza, como también sucedió en O vin, dissipe la tristesse, de Hamlet de Ambroise Thomas.

La soprano uruguaya María José Siri, de espléndida presencia, fue una acompañante de lujo. Notablemente emocionada, por la circunstancia y por el ámbito, su actuación comenzó nada menos que con La mamma morta, también de Andrea Chénier. Precedida por un solo de violonchelo, magistralmente tocado por Stanimir Todorov, Siri transitó con profesionalismo todo el segmento, desde el trágico relato inicial hasta el potente final. Con cuidada emoción cantó en la segunda parte de la función la bellísima Pleurez, pleurez, mes yeux, de El Cid de Massenet.

Giuseppe Verdi fue el elegido por Domingo y Siri para sus dúos. El del acto II de La traviata, entre Violetta y Giorgio Germont, fue interpretado con convicción y absoluta teatralidad por los cantantes; al igual que el perteneciente al acto IV de Il trovatore, anticipatorio de la tragedia que cierra la obra.

La Orquesta Estable del Teatro Colón acompañó a Siri y Domingo en un terreno que el organismo domina ampliamente, aunque no siempre fue certera la batuta del valenciano Jordi Bernàcer. Las obras orquestales elegidas implicaron momentos de gran exigencia, los cuales el cuerpo sorteó con profesionalismo, como la obertura de I vespri siciliani de Verdi, y el vertiginoso trabajo escrito para las cuerdas por Berlioz para la obertura El corsario Op. 21 (y no de El corsario, como reza el programa de mano, puesto que no pertenece a una obra mayor). Los solistas también tuvieron su momento de lucimiento: además del mencionado Todorov, el concertino adjunto Oleg Pishenin en la célebre Meditación de la ópera Thaïs y el clarinetista Carlos Céspedes en el aria de El cid, ambas de Massenet.

Finalizado el programa anunciado, vinieron los bises, de la mano del otro género que Plácido Domingo más cultivó en su carrera: la zarzuela. Un par de lo que fueron sus top hit, transportados a su actual registro: Amor, vida de mi vida (de Maravilla, de Moreno Torroba) y el dúo de Soledad y Rafael de El gato montés (de Penella Moreno), y en medio Qué te importa que no venga (de Los claveles, de José Serrano), cantado con vehemencia por María José Siri.

"No puedo irme sin cantar un tango", dijo Domingo. Y recordamos entonces la decantación de Plácido en este género, desde aquel fallido Plácido Domingo canta tangos (1981) hasta la actual captación de un estilo no sencillo si se quiere encararlo correctamente. Acompañado por la Estable, los bandoneonistas Nicolás Enrich y Horacio Romo, el guitarrista Joaquín Molejón y el siempre eficaz Marcelo Ayub al piano, desgranó Volver, de Gardel y Le Pera. Toda una promesa de esta legendaria figura de la lírica mundial, que provocó las lágrimas de más de un espectador. Le tomamos la palabra, maestro Domingo.

Patricia Casañas


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