Una ópera “en construcción”
Tosca, de Giacomo Puccini. Elenco: Daniela Tabernig, Gustavo López Manzitti, Fabián Veloz, Mariano Mariño, Marcelo Olivera, Alfonso Giancola, Ismael Barrile, Morena Sánchez Mastrangelo. Director de escena. Pablo Maritano. Escenografía: Nicolás Boni. Vestuario: Ramiro Sorrequieta y Liza Tanoni. Iluminación: Esteban Ivanec. Caracterización: Ramiro Sorrequieta. Coro de la Ópera de Rosario. Director. Horacio Castillo. Coro de Niños. Preparadora: Morena Sánchez Mastrangelo. Orquesta Sinfónica Provincial de Rosario. Director: David del Pino Klinge. Teatro El Círculo, Rosario. Función del 24-5-2022.
Siempre es un placer ver ópera en Rosario. El Teatro
El Círculo parece tener la medida ideal para la mayor parte de este repertorio
que lleva ya más de 400 años de existencia y diversidad de formatos y
estéticas. Para mejor, este año nos recibe con un foso ampliado (deuda que el
porteño Avenida no ha podido todavía saldar), el cual permite mayor cantidad de
músicos, más comodidad para la ejecución y –esperamos- títulos más cercanos en
el tiempo.
Y si de cercanía en el tiempo se trata, la trama de Tosca de Puccini sucede en el año 1800,
se estrenó en 1900 y el director de escena Pablo Maritano la ubicó ya dentro del
siglo XX, específicamente en la época del fascismo mussoliniano. El cambio no
hace mella en la dramaturgia original: la lucha de volterianos contra papistas
es apenas un capítulo más de los espasmos emancipadores de nuestra zigzagueante
humanidad. Por otra parte, la “fascinación” por el orden no era ajena al
libertino y melancólico Puccini, que veía en Alemania, anticipándose a la
historia, un modelo para el díscolo espíritu latino. Su muerte en 1924 lo
libró, acaso, de una identificación poco deseable para un artista tan querible
como él, pero esto es apenas una hipótesis contrafáctica.
En Tosca,
estas tensiones están en su esplendor, aunque no siempre es fácil sacarles el
jugo hasta el final. La partitura de Puccini no es sólo musical: incluye las
acotaciones teatrales al detalle, volviendo difícil las innovaciones. Maritano
las dosificó con prudencia y en general con eficacia, aunque en los finales de
acto los habituales riesgos de las extensas codas y las prematuras
resoluciones se acentuaron: Scarpia de rodillas ante el público con la
procesión detrás en el primer acto, Tosca que desaparece sin poner candelabros
ni crucifijo sobre el cadáver de Scarpia (privando de significación a la
alucinante progresión armónica, al forte
que significa su estremecimiento y a su sigilosa huida sobre el acorde de tónica)
y el final de la ópera, donde el régisseur
juega su ficha más fuerte haciendo suicidar a Tosca de un tiro, antes de que la
larga coda orquestal enuncie su idea resolutoria, sume en la inacción a los
circunstantes. Escenografía, vestuario e iluminación acompañaron la idea con
consistencia, aunque no dejó de llamar la atención el desnudo de la Maddalena
pintada por Cavaradossi, poco esperable en una iglesia romana.
En el plano de la dirección musical, el maestro David
del Pino Klinge optó por tiempos lentos, acentuando por su parte esa aptitud de
la música de Tosca a ser ralentada, a
veces a extremos poco funcionales a la voz (como durante “E lucevan le stelle”);
desde el fondo de la platea, maderas, metales y percusión se oyeron
espléndidamente, en desmedro de la cuerda, debilitada, aunque esto no
necesariamente deba obedecer a las condiciones acústicas del espacio. También
hubo problemas de ensamble, como en el dúo del primer acto.
Las tres voces principales fueron el punto fuerte de esta nueva producción de la quinta ópera de Puccini. En primer lugar, Daniela Tabernig, a quien escuchamos el año pasado en Madama Butterfly en la misma sala, refirmó una vez más sus dotes de cantante de primera línea, con un compromiso dramático inclaudicable. Gustavo López Manzitti es un profesional de su cuerda que nunca defrauda: su Cavaradossi fue solvente y convenció de principio a fin. Por su lado, Fabián Veloz se animó con Scarpia, uno de los pocos barítonos que puede encarar ese papel en nuestro país. Una afinación y una emisión impecables fueron de la mano con una cierta falta de peso y decir dramático para un papel que requiere tanto trabajo de composición.
El Coro, tanto de adultos como de niños, se oyó
compacto, con algún desbalance de volumen al final del primer acto. Los
comprimarios, en general, cumplieron sus papeles de manera discreta.
En el balance, se trató de una Tosca con muchas ideas en construcción, tanto desde lo escénico
como desde lo musical; en suma, una obra viva, palpitante, y por eso
disfrutable de principio a fin.
Daniel
Varacalli Costas
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