Cámara al más alto nivel
Fauré Quartett. Erika Geldsetzer, violín. Sascha Frömbling, viola. Konstantin Heidrich, violonchelo. Dirk Mommertz, piano. Programa: Gustav Mahler: Movimiento de cuarteto en La menor. Gabriel Fauré: Cuarteto para piano No. 1 en Do menor, Op. 15. Johannes Brahms: Cuarteto con piano No. 1 en Sol menor, Op. 25. Mozarteum Argentino. Teatro Colón. Función del 13/6/22.
En
el marco de su 70º aniversario, el Mozarteum Argentino sigue apostando a
temporadas de nivel internacional, sin claudicar un milímetro de su tradición
de traer a los mejores de cada especialidad.
La
música de cámara parece ubicarse detrás de las preferencias del público actual en
relación a la música sinfónica y la ópera; el Colón, por su parte, es un teatro
enorme para un género nacido para la inmediatez sonora y visual, tanto que la
idea de lo camarístico alude a música que puede ser interpretada en un salón o
habitación. Mayor razón entonces para convocar a quienes han hecho del trabajo
con el sonido y del maridaje de sus diversos timbres un eje de sus trayectorias.
El Cuarteto Fauré, por lo visto y oído, hace honor a ese criterio artístico; de
hecho tocan juntos desde 1995, cuando sus miembros eran estudiantes en
Karlsruhe y prepararon un programa dedicado a Gabriel Fauré a 150 años de su
nacimiento. Puede parecer raro que un cuarteto de alemanes tenga por advocación
a un compositor francés, pero nunca está demás señalar el daño que los nacionalismos
han inferido a la humanidad, así como su muy relativa trascendencia en el plano
artístico.
El
largo recorrido juntos hace del Fauré una máquina casi perfecta en cuanto al
entendimiento de sus miembros, la precisión de su ensamble y la posibilidad de
brindar interpretaciones largamente trabajadas. Los arcos se ubican delante del
piano, aprovechando la puesta en el espacio para potenciar ese diálogo de
cuatro. El concepto del conjunto es inobjetable; otra cosa es compartir todas y
cada una de sus decisiones.
Curiosamente,
el primer Cuarteto con piano de Gabriel
Fauré fue objeto de la interpretación más personal de todo el concierto. Su extraordinaria
frase inicial, amplia, profunda, fue abordada, al igual que el segundo tema, de
una manera más bien casual, evitando las grandes líneas y concentrándose en los
matices y los detalles, privándola de su carácter cantabile. La idea de lo francés como asociado a lo vaporoso y
atmosférico pareció predominar en este enfoque que se contagió luego a la
totalidad del cuarteto. Algo similar se escuchó en el insospechadamente juvenil
Movimiento de cuarteto de Gustav
Mahler, donde el trabajo principal giró en torno de los contrastes de tensión y
las dinámicas extremas. En ambos casos, la opción fue por un sonido menos
franco y más propenso a los claroscuros. Como en el canto, también aquí juegan
las preferencias del oyente, en caso de que las tenga.
En
la segunda parte del concierto, quien escribe se ubicó en la última fila de la
platea. No es posible precisar si esto generó un cambio de acústica, claramente
para mejor, pero el enfoque de Brahms pudo oírse desde allí con una
contundencia que no había advertido en la primera parte del programa. Al margen
de la mejor proyección del sonido hacia el fondo y hacia arriba, lo cierto es
que el “germanismo” de Brahms pareció encontrar en el “afrancesado” Cuarteto Fauré
un intérprete prácticamente ideal. Brahms es austero en su escritura de cámara,
y en particular para el piano; es el intérprete el que debe rescatar la
dimensión sinfónica que su idiosincrasia siempre imprimía a su música. El
Cuarteto Fauré encaró con decidida velocidad y generoso sonido cada movimiento
del Opus 25, cuyo epicentro estuvo dado por el Andante con moto, sin duda el momento de mayor calado expresivo de
todo el concierto.
La
ovación final del público fue sostenida y sincera (compensando los numerosos aplausos
previos entre movimientos y alguno hasta dentro de un movimiento) y arrancó de
los músicos dos bises, respetuosamente anunciados en nuestro idioma. El
primero, una pieza del pianista Eduardo Hubert, dedicada a la agrupación y
denominada Fauré-Tango. El Cuarteto
lo tocó con enorme compromiso y entusiasmo, incluso de manera muy idiomática;
la partitura, previsible, reúne todos los guiños conocidos de Piazzolla. Como
correspondía, el segundo encore fue Apres un rêve, la canción de Fauré en el
conocido arreglo para la formación que lo homenajea en nombre y alma.
Daniel Varacalli
Costas
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