Una noche luminosa
De pronto la noche. Tres episodios para piano y actor. Intérpretes: Fernanda Morello, piano. Marcos Montes, actuación. José Militano, puesta en escena. Diseño de iluminación: Ana Roy. Asistente de dirección: Guadalupe Montero. Producción general y artística: Fernanda Morello, José Militano. Programa: Movimientos perpetuos No. 1, de Francis Poulenc. Musica Ricercata No. 2 de György Ligeti. El niño se adormece, Op. 15, No. 12 de Escenas infantiles, de Robert Schumann. Nocturno, de Soirées Musicales, Op. 6, de Clara Wieck. Nocturno, de Piezas líricas, Op. 54, de Edvard Grieg. Impromptu, Op. 5, de Jean Sibelius. Preludio en Sol sostenido menor, Op. 32, de Sergei Rachmaninov. Gaspard de la Nuit, tres poemas para piano basados en Aloysius Bertrand, de Maurice Ravel. Auditorio de la Fundación Beethoven. Función del 9/7/22.
El
formato tradicional del concierto genera dos valoraciones encontradas: tanto merece
ser mantenido como repensado. Fernanda Morello es un ejemplo viviente de esta paradoja
enriquecedora y desafiante. A la par de sus presentaciones solistas o con
orquesta, la pianista suele imaginar la música hermanada con otras experiencias
estéticas, de tal manera que el pensamiento se redirige hacia esa forma de arte
de una manera renovada. En 2016 demostró su propia hipótesis con El bello excéntrico, un concierto Satie
con puesta de Eva Halac, en el Teatro Colón. En esta ocasión, hilvana una serie
de piezas para piano inspiradas en la temática de la noche, coronándolas con el
tour de force que supone interpretar el
Gaspard de la Nuit, de Maurice Ravel.
Como si no bastara con esto, presentar estas obras en un formato no
convencional, que supone la plasticidad de la instrumentista para plegarse a
situaciones donde lo visual enmarca y lo teatral envuelve, sin apartarse un
ápice de la esencial musical, constituye casi la demostración de un teorema
sobre la situación del arte hoy, de la que los artistas salieron airosos y
nosotros, gratificados.
“De
pronto la noche”, tal el nombre de esta propuesta que invita a la vez que
inquieta (el adverbio antes del sustantivo no da para menos) y al mismo tiempo
activa los más inesperados circuitos mentales. Pensar en la noche es pensar en
San Juan de la Cruz, quien la vivió como experiencia erótico-mística al
escribir sus poemas desde una mazmorra tenebrosa; es pensar en esa partícula
negativa con que comienza esa palabra en casi todas las lenguas indoeuropeas, y
que supone negación: su ene es la de no, en latín Nox es el reverso de Lux,
porque para nuestra lengua la noche es la falta de luz (no viceversa), el
descansar de la vigilia, la no conciencia, con sus ramificaciones lacanianas (la
falta-falo, la presencia de la ausencia) o freudianas: la noche, de pronto, es
la que nos sorprende y nos lleva en brazos porque no se sabe cuándo llega, aunque
sepamos que sea siempre mujer, como la música.
Uno podría preguntarse cómo un concierto podría hacerse cargo de todo esto (y de mucho más que no sospechamos), pero la propuesta dirigida por el director y guionista José Militano demuestra una vez más la eficacia del maridaje de música y palabra. “De pronto la noche” está definida como “tres episodios para piano y actor” y esta estructura tripartita, que se sucede sin pausa y con fluidez, permite repartir muy bien diversas miradas sobre el tópico. En la primera predomina el humor, a través de la impecable actuación de Marcos Montes. Jugando con sendas piezas de Poulenc y Ligeti, utilizadas por Hitchcock en La soga y por Kubrick en Ojos bien cerrados, Montes despliega toda la seducción y la simpatía de un texto que involucra al oyente en lo que aparenta ser la cocina misma del espectáculo, a tal punto que al principio todos lo creemos… ¡y al final también!
La
segunda parte juega con las sensaciones visuales, ya insinuadas desde antes del
comienzo con la proyección de una parábola que acompaña la silueta del piano en
el escenario. El segmento está integrado por piezas más breves, numerosas y
heterogéneas -son cinco-, que se unen al cobijo de la inspiración nocturnal, la
lograda iluminación diseñada por Ana Roy y una puesta en el espacio de Militano
en la que creativamente participan la pianista, el actor y hasta el piano
mismo, en un despliegue de incansable creatividad.
El
último número vuelca su peso específico en la música, a través del Gaspard… raveliano, jalonado por la
lectura de los poemas, en los que se omite, sin embargo, algún desarrollo sobre
el título mismo como “tesorero de la noche”, según la etimología persa de Gaspard,
que no es otra que la de Gaspar, el rey mago que ofrece sus tesoros guiado por
la estrella de la noche.
La
ejecución de Fernanda Morello recorrió con intensidad y precisión los innumerables
matices de la partitura, desde el lento fluir de Ondine, pasando por la tremebunda basculación del ahorcado en Le Gibet, definida con tempo y pulso justos, hasta desembocar
en el literalmente endiablado Scarbo
que cerró la velada.
Si
esta propuesta se plantea como un espacio de subjetividad y transfiguración,
tal como reza el programa, no es excesivo afirmar que los oyentes, los artistas y la
misma experiencia musical salen de ella transformados gracias al poder de la
inteligencia y la creatividad.
Daniel Varacalli
Costas
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