Un concierto en familia

Festival Argerich. Johann Sebastian Bach: Partita No. 2 en Do menor, BWV 826. Martha Argerich, piano. Igor Stravinski: La historia del soldado. Director musical: Charles Dutoit. Dirección escénica: Rubén Szuchmacher. Ambientación: Jorge Ferrari. Iluminación: Gonzalo Córdova. Narradora: Annie Dutoit Argerich. Diablo: Joaquín Furriel. Soldado: Peter Lanzani. Princesa: Cumelén Sanz. Teatro Colón. Función del 13/8/2022.

 

Martha Argerich, ejecutando la Partita No. 2 de Bach. Foto: Arnaldo Colombaroli / Gentileza Prensa TC

Martha Argerich volvió a la Argentina, a Buenos Aires, y al Teatro Colón, después de aquel 2018 que la llevó a diversos puntos del país y que en la Capital tuvo su epicentro en el CCK (adonde regresó con Barenboim en 2019). Precisamente en su anteúltima visita, donde compartió escenario con Graciela Reca, el ensamble Estación Buenos Aires, dirigido por Rafael Gintoli, Mauricio Vallina y el dúo Isas-Kwiek, la pianista rompió el hielo tocando sola la Partita No. 2 en Do menor, de Bach. Desde hace muchas décadas Martha Argerich prefiere no tocar sola: la gratifica más hacerlo con amigos que sean buenos artistas –no con estrellas que uno podría suponer sus partenaires obligados-, lo que habla de una sensibilidad no demasiado común, como nada nunca ha sido común en ella. De hecho, sus festivales porteños desde aquel lejano 1999, pasando por los compartidos con Daniel Barenboim y esta réprise de la más auténtica Martha, siempre fueron, como ella misma los definía, un “punto de encuentro”. Haberla podido escuchar tocando sola en el Colón los seis movimientos de esta Partita de Bach fue, como en aquella oportunidad anterior, un privilegio. A su edad, Argerich mantiene intactas las cualidades que la han hecho única: el toque preciso, luminoso, tan preciado para Bach; una mano izquierda notable, un equilibrio de voces que en esta música resulta esencial; sin embargo, no hubo nada maquínico en este Bach, servido con una expresividad perfectamente en estilo y que retomó en el Capricho final el enfoque de la Sinfonía inicial, en inexorable coherencia. No llegaron a ser 20 minutos; la ovación del público demandaba más, pero la pianista respondió con la sorna de aporrear el teclado de pie, poniendo punto final a la primera parte con su peculiar humor.

La segunda parte contrastó fuertemente con la primera, al proponer una de las más curiosas piezas de teatro musical que existen: La historia del soldado de Igor Stravinsky. Charles Dutoit, quien en la primera parte había estado escuchando atentamente en la platea, estuvo a cargo de la parte musical comandando un ensamble de siete músicos. La parte escénica fue asignada a Rubén Szuchmacher, quien resolvió la dramaturgia con su habitual pericia y potencia.

Annie Dutoit, Peter Lanzani y Joaquín Furriel en La historia del soldado, de Stravinsky. Foto: Máximo Parpagnoli / Gentileza Prensa TC


Con todo, podría señalarse que ambas partes –la musical y la escénica- parecieron correr cada una por su cuerda. La principal brecha fue la amplificación asignada a los actores y la narradora. Si bien de buena calidad, el volumen –por más que fuera razonable en otro ámbito- en el Colón desacomoda los oídos para la escucha acústica; dicho de otro modo: la escucha compartida entre acústica y amplificada no es aconsejable en ningún lado, menos en el Colón. La ubicación de músicos a la izquierda del escenario y de los actores a la derecha, en un pequeño tablado con espalda donde la iluminación jugaba con un dinámico cromatismo, acaso acentuó la división entre estos dos mundos.

Annie Dutoit, quien se ha convertido en un personaje querible para el público porteño a partir de su encarnación de Clara Wieck en el teatro San Martín, reforzó su empatía con los locales a partir de este debut en el escenario del primer coliseo, acompañada nada menos que de su padre y de su madre: menudo –y complejo- privilegio, si se lo puede llamar de esa manera. Su dicción extranjera no molestó en absoluto en un texto como el de Ramuz que remite a una época y un acontecimiento específico: la Gran Guerra. La modestia de los recursos que Stravinsky pensó para esta obra, tampoco. Peter Lanzani como el soldado y Joaquín Furriel como el diablo se desempeñaron con espontaneidad y compromiso, en particular en la escena de la partida de cartas, donde no faltó el humor.

En el balance, este tipo de propuestas que mixturan la música y el teatro musical son más que bienvenidas, al desestructurar una idea de concierto que no es sacrosanta. La misma idea se repetirá en la clausura del festival, con Martha en el Tercero de Prokofiev y en El carnaval de los animales, con Annie como narradora. Se extrañará a Dutoit, pero todo anticipa un tour de force para no perdérselo.

Daniel Varacalli Costas

 

 

 

 

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