Un desopilante concentrado de ópera
Le convenienze ed inconvenienze teatrali (¡Viva la mamma!). de Gaetano Donizetti. Director Musical: Javier Mas. Director de Escena: Pablo Maritano. Escenografía: Nicolás Boni. Vestuario: María Emilia Tambutti. Iluminación: Verónica Alcoba. Reparto: Marina Silva, Alejandro Spies, Luis Gaeta, Víctor Torres, Florencia Burgardt, Iván Maier, Gustavo Gibert, Alejo Alvarez Castillo, Estefanía Cap. Pianista: Cecilia Fracchia. Coro: Bruno Sciaini / Agustín Draniczarek / Flavio Fumaneri. Ópera de Cámara del Teatro Colón. Centro Cultural 25 de Mayo. Función del 3/9/2022.
Esta temporada Donizetti está de parabienes, como diría un español. La reposición de Viva la mamma! del compositor de Bérgamo por la Ópera del Cámara del Teatro Colón demostró que el espíritu del extraordinario Elisir que la precedió dejó su huella, poniendo la vara muy alta.
Los
memoriosos recuerdan cuando esta farsa donizettiana se ofreció en los años ’70
con África de Retes y Renato Cesari; más cerca Adelaida Negri propuso en el
Xirgu una versión con diálogos en español; fue preciso reponer el título ahora
para ratificar la vigencia de su comicidad cuando se sabe exponer. Y justamente
es ésa una de las especialidades de Pablo Maritano: trabajar con una hilaridad
no exenta de ironía, siempre al filo de una desmesura salvada por el
profesionalismo de su oficio y el de los artistas de los que sabe hacerse
acompañar.
La
convenienze ed inconvenienze teatrali (nombre más formal de esta suerte de
opereta belcantística) es una obra abierta, con posibilidad de inserciones
como El murciélago, con toda la ligereza de un intermezzo y
el humor burbujeante del mejor Rossini. El mismo Donizetti lo consideró así,
permitiéndose más de una versión para sacudir la modorra de esa Italia de 1830.
En dialéctica con este carácter abierto, Viva la mamma! se cierra a
su vez en su autorreferencialidad: es un concentrado de la esencia de la ópera
al retratar las rivalidades y los guiños de un arte duro de matar. Y también
propone en clave de humor una manera de salvar a una compañía en crisis, o a un
arte, ayer como hoy, en jaque frente a un mundo que cambia vertiginosamente
pero no se atreve a darle la espalda, porque en algún punto lo sigue
necesitando.
Aparte
de su único intervalo, la farsa se extendió por unas dos horas
disfrutables da capo al fine. La dirección musical, a cargo de Javier Mas,
con una orquesta de cámara liderada por Sebastián Masci (que ejecutó un estupendo
solo de violín), sonó totalmente en estilo, bien ensamblada y con una
transparencia digna de oírse. En los diálogos, el piano a cargo de Cecilia
Fracchia apoyó la narrativa de manera eficaz.
El
elenco vocal fue homogéneo, tanto que destacar la calidad de un cantante sobre
otro sería injusto: en todo caso es la longitud o el protagonismo de la parte
lo que puede marcar la diferencia. Por caso, la veta cómica de Marina Silva,
poco conocida, resultó impactante; también las más conocidas de Iván Maier y la
de la Mamma: el barítono Víctor Torres, en un rol travestido que despertó en el
público un entusiasmo desbordante. Dos veteranos de la escena dejaron en claro
el valor de la experiencia: Luis Gaeta, como el severo compositor, y Gustavo
Gibert como el apremiado libretista. En la segunda parte, más breve, el
agregado de un aria y un dúo (de Lohengrin y de Norma,
respectivamente) resultó anacrónico pero disfrutable por la calidad canora con
que se asumieron, antes de que la pieza se adentrara en la recta final de
la acción.
Varias conclusiones pueden extraerse de esta experiencia. La primera, al margen de papeles principales o secundarios, la importancia del compromiso colectivo, algo tan inefable como esencial para llegar a un resultado como el que se logró, en ésta como en cualquier otra ópera. La segunda, la incidencia del ámbito: la sala del 25 de Mayo viene demostrando ser un espacio ideal para propuestas de cámara, no sólo por lo acústico, sino por la inmediatez con que los cantantes pueden conectarse con el público; sería imposible lograr lo mismo en el Colón con este tipo de partitura (sabiamente reducida por Augusto Reinhold). Tercero, la eficacia de encontrar a la actualización de estos títulos un anclaje en la tradición, de la que al apartarse se asumen riesgos (por ejemplo, las alusiones a Putin y el blandir un revólver en escena implicaron un evidente riesgo simbólico para la coyuntura actual). Por lo demás, nadie podría reprochar que se intervenga un texto en una obra que pide a gritos ser modelada por la época a la que se dirige.
Viva
la mamma! fue un gratificante momento para un público que necesita
disfrutar del arte de la ópera, que no siempre es tragedia (y que suele ser más
difícil cuando no lo es). La Ópera de Cámara ya tiene su lugar ganado en la
oferta del Teatro Colón; merece fortalecerse para que pueda seguir ofreciendo
con mayor frecuencia estas dosis concentradas del mejor perfume de un arte
secular.
Daniel
Varacalli Costas
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