Un comienzo variado
Orquesta Sinfónica Nacional. Director: Mariano Chiacchiarini. Variaciones para orquesta, de Gerardo Gandini. Concierto No. 2 para piano y orquesta en Sol menor, Op. 22, de Camille Saint-Saëns. Solista: Antonio Formaro, piano. Variaciones sobre un tema original, Op. 36 “Enigma”, de Edward Elgar. En la sala sinfónica del Centro Cultural Kirchner. Función del 15/3/2023.
La Orquesta
Sinfónica Nacional dio inicio a una nueva temporada en su hogar, la sala
sinfónica del Centro Cultural Kirchner. Fue un miércoles signado por el calor y
la lluvia, pero el ámbito, prudentemente refrigerado, estuvo repleto. El
programa y los artistas no merecían menos.
El comienzo fue un
homenaje que le hubiera gustado a Gerardo Gandini, que el próximo 22 de marzo
hará 10 años que ya no está entre nosotros. Imagino que su sentido de la
forma y su propensión a la ironía habrían aceptado que el programa comenzara y terminara con
dos obras a manera de variaciones, pero totalmente divergentes en su lenguaje:
sus Variaciones para orquesta, de
1962 (“I was too young”, informó el maestro Chiacchiarini que el autor escribió
en la partitura) y las emotivas Variaciones
“Enigma” de Elgar como cierre.
Pese a la documentada
confesión gandiniana, sus Variaciones… no se perciben como pecados de juventud,
al menos en un sentido convencional; por el contrario, exhiben una forma
impecable, del tipo de obras que rinden más en su lectura que en su escucha,
salvo por la riqueza tímbrica que exhibe: incluye arpa, piano (Marcelo Balat
estuvo en el lugar en el que tantas veces hemos visto al mismo Gandini, que fue
pianista de la orquesta), glockenspiel, vibráfono, celesta. Los destellos que
este colorido propone compensan de algún modo la limitada gama emocional de esta
estética tributaria de la vanguardia, siempre ascética en lo expresivo y más
cercana a ser la banda de sonido de un thriller o de un film de suspense que –naturalmente-
de una comedia romántica o de una tragedia clásica.
La obra solista
volvió a presentar con la Sinfónica a uno de los pianistas argentinos más
activos, como músico y como docente, y al mismo tiempo de mayor estatura
artística: Antonio Formaro. Si bien se puede pensar en el Concierto No. 2 de
Saint-Saëns como una obra de seguro lucimiento, la realidad es que encierra un
desafío nada fácil. Sus tres movimientos, que van ascendiendo en velocidad desde
el Andante hasta el Presto, exigen un dominio total de los tempi, las dinámicas
y los fraseos, que tienden a ser demasiado variables dentro de cada segmento;
por otro lado, pese a su filiación romántica, este concierto, acaso el más
famoso del pianista y organista francés, limita bastante sus efusiones para
recostarse en toda la tradición precedente. El mismo director (quien a falta de
programa de mano debió presentar las obras) señaló que se podía encontrar rastros
de Bach, Mendelssohn, y también del mismo Saint-Saëns en este concierto
(aclaración prudente, tratándose de una obra de Saint-Saëns, aunque confunda la
influencia con la autoría).
Bien secundado por
la Sinfónica, Formaro exhibió a un mismo tiempo una notable flexibilidad y un
fino control del fraseo, sumando virtuosismo puro hacia el final, lo cual despertó
una merecida ovación de pie que dejó flotando el deseo de un breve encore.
Luego de la pausa,
llegó el turno de las Variaciones “Enigma”, obra que inaugura el glorioso siglo
XX musical inglés, pese a haber sido estrenada el último año del siglo XIX.
Resultó curioso que
el maestro Chiacchiarini, en su presentación referida más arriba, afirmase que el
tema de las “Enigma” no aparece nunca. De hecho, el título de la obra es
Variaciones sobre un tema original: son catorce, identificadas en la
partitura con números romanos, y antes de la primera, está el tema, que Elgar
denomina “Enigma”, claramente escrito. El director pareció malinterpretar el
juego que propone el compositor británico al plantear como enigma no sólo la
identidad de los amigos que retrata en cada variación, sino también el tema que
las atraviesa a todas (algo de orden más literario o metafísico) así como la
influencia de otras ideas musicales que pudo haber recibido el propio tema que
toma como referencia y abre indudablemente su partitura (compases 1 a 17).
La Sinfónica
Nacional logró una versión bien balanceada, en particular por la cuerda, que
logró un sonido con la necesaria sutileza para los innumerables matices
expresivos que pide la obra. Más desbocados, por momentos, sonaron los bronces
y la percusión (con alguna anticipación), a menudo no suficientemente
integrados al sonido general del organismo. Como detalle, es una pena que
contando con un órgano excepcional no se optara por incluir la parte ad libitum
para ese instrumento, como hizo la Sinfónica en otras ocasiones menos propicias
(recuerdo, por caso, Guillermo Becerra con Adelma Gómez en el Auditorio de
Belgrano).
Aunque no es
costumbre, en feliz gesto Chiacchiarini ofreció, fuera de programa, una versión orquestal del célebre Salut d’amour, que cerró gentilmente un concierto que el público (que
ya venía aplaudiendo entre cada variación) siguió festejando con entusiasmo.
Daniel Varacalli Costas
... un concierto que el público (que ya venía aplaudiendo entre cada variación). Jajajaja... hay que explicar que entre variaciones no se aplaude. No está mal hacer del concierto un espacio didáctico.
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