Un comienzo prometedor

Festival Argerich. Josef Rheinberger: Noneto en Mi bemol mayor, Op. 139. Fabio Mazzitelli, flauta. Alejandro Lago, oboe. Guillermo Astudillo, clarinete. Abner Da Silva, fagot. Gustavo Ibacache, corno. Freddy Varela Montero, violín, Adrián Felizia, viola. Chao Xu, violonchelo, Elián Ortiz Cárdenas, contrabajo. Robert Schumann: Quinteto en Mi bemol mayor, Op. 44. Freddy Varela Montero, violín I. Tatiana Glava, violín II. Fernando Rojas Huespe, viola. Stanimir Todorov, violonchelo. Martha Argerich, piano. Teatro Colón. Función del 15/7/2023.

Martha Argerich en comunicación con el cuarteto integrado por Freddy Varela, Tatiana Glava, Fernando Rojas Huespe y Stanimir Todorov, en el Quinteto de Schumann. Foto: Arnaldo Colombaroli / Gentileza Prensa TC

La cita anual del Festival Argerich, que alguna vez supo llamarse acertadamente “punto de encuentro”, suele ser una fiesta para los melómanos y también para los que no lo son tanto: la figura de la pianista argentina trasciende lo meramente musical para ser un símbolo de orgullo de los argentinos a nivel planetario.

Lo cierto es que, aun con una extensa pausa de por medio y con el regreso que en su momento sumó a Daniel Barenboim como garante y coprotagonista, el Festival sigue manteniendo los rasgos que lo han hecho único: Argerich comparte su centralidad con otro colegas, de aquí y de allá, incluyendo a otros excelentes pianistas, todo lo cual convierte a este maratón musical en un genuino encuentro de amigos musicales y en un calidoscopio de música para solistas, de cámara y sinfónica de diversas épocas y vertientes.

Este festival 2023, que consta de ocho funciones en dos semanas, dio comienzo la noche del sábado con un concierto de cámara donde la pianista cedió el inicio a un conjunto de músicos latinoamericanos que son miembros de la Orquesta Estable del Teatro Colón y conforman a su vez sus propios grupos de cámara (como el Quinteto de Vientos de la orquesta).

La elección del Noneto de Josef Rheinberger implicó un desafío: se trata de una obra extensa (cerca de 40 minutos), compleja y poco conocida. Su autor, nacido en Vaduz, la capital del principado de  Lichtentstein, dejó una valiosa literatura para órgano y fue un docente de fuste: radicado en Baviera, tuvo alumnos de la talla de Richard Strauss, Humperdinck, Wolf-Ferrari y Furtwaengler. Su Noneto en Mi bemol mayor es de 1884 y sigue en lo formal y en su orgánico el modelo de Spohr (en su momento interpretado por el Ensamble Instrumental de Buenos Aires). Quizás extensión y complejidad no llegan a verse compensadas por una música demasiado original: la pieza plantea un balance entre la tradición clásica y un romanticismo moderado, con melodías bellas pero más bien convencionales. Los músicos de la Estable lo interpretaron extrayendo de la partitura sus potencialidades, bien ensamblados y con algunos solos notables del clarinete de Guillermo Astudillo o el corno de Gustavo Ibacache, bajo el confiable liderazgo del concertino Freddy Varela.

La segunda parte estuvo signada por la aparición de la gran Martha, aclamada por el público que colmaba la sala del Colón. La obra elegida es sin duda una de las más logradas jamás escritas en todo el repertorio de cámara: el Quinteto con piano de Schumann, de 1842. Aquí sí el balance entre los esquemas formales y la expresividad se resuelve de manera genial, sin que la desbordante gama emocional del compositor (que oscila entre la desolación del segundo movimiento y el júbilo del Scherzo, pasando  por múltiples estadios intermedios) se vaya nunca de quicio; hasta la canónica fuga previa al final agrega un plus de emotividad, a la par de probar la destreza de la escritura schumanniana.

Martha Argerich ya había interpretado esta obra en otro de sus festivales: fue allá por 2001, con un conjunto integrado entonces Hasaj, Saraví, Magin y Aepli. Aunque hayan pasado más de veinte años, es dable comprobar que las virtudes –y rasgos de personalidad-  de Argerich siguen, a sus 82 años, absolutamente intactos: la claridad del toque, especialmente apreciable en las escalas, y su ímpetu arrollador, la convierten en una suerte de locomotora capaz de impulsar naturalmente a sus colegas hacia su propio enfoque.

El cuarteto de cuerdas liderado por Freddy Varela contó como segundo violín con la brillante Tatiana Glava y reunió a varios de los mejores profesionales de nuestro medio (Rojas Huespe, Todorov). Ellos hicieron posible que movimientos como el Scherzo, en el que la pianista pareció forzar al límite la velocidad del Molto vivace, llegara a buen puerto y permitiera lucirlo nuevamente como bis, ante una sala enardecida. En el balance, este Opus 44 de Schumann sonó brillante, con acotada respiración en sus grandes frases, pero ejecutado con vibrante virtuosismo por todos sus elementos.

El público, seguramente con gran cantidad de invitados, aplaudió puntual y turísticamente en medio de cada uno de los movimientos, en ambas partes del concierto. En lo estrictamente artístico, fue un prometedor comienzo para una propuesta que ya es parte insoslayable de la vida cultural argentina.

Daniel Varacalli Costas

 

 

 

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