Un Falstaff esperanzador
Falstaff. Comedia lírica en tres actos de Giuseppe Verdi. Libreto de Arrigo Boito. Director musical: Silvio Viegas. Director de escena: Rubén Szuchmacher. Director de coro: Santiago Cano. Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari. Iluminación: Gonzalo Córdova. Coreografía: Marina Svarztman. Reparto: Hernán Iturralde, Fernando Santiago, Marina Silva, Carolina Gómez, Rocío Arbizu, Mónica Sardi, Maximiliano Agatiello, Patricio Oliveira, Pablo Gaeta, Walter Schwarz, Miguel Rausch, Luis Caballero. Orquesta y Coro estables. Teatro Argentino de La Plata. Función del 8/10/2023.
Sólo
dos títulos del extenso catálogo de Giuseppe Verdi están dedicados al género
cómico: su segunda ópera, Un giorno di
regno, contemporánea de la pérdida de su esposa y sus dos hijos, y el
último “pecado de vejez” al que lo tentó Arrigo Boito con su genial recreación
del personaje shakespeareano de Falstaff. Aunque puede explicarse por su
biografía, es una pena que Verdi no haya cultivado más su vena cómica, porque a
juzgar por Falstaff, fue la comedia la que le permitió pensar la música para
escena desde un lugar distinto del que definió su lenguaje en toda su
trayectoria creativa. Falstaff es un
producto sui generis, a cuya altura le
sucede solitariamente el Gianni Schicchi
de Puccini (y acaso Compromiso en un
monasterio de Prokofiev); nada hay aquí de “alturas wagnerianas”, como dicen
los germanófilos sin ninguna justificación; sí una enorme tradición bufa detrás
que Verdi reinterpreta, casi sin generar epígonos.
La
elección del postrer título de Verdi para la temporada del Teatro Argentino de
La Plata fue acertadísima. Un teatro cerrado por tanto tiempo debe alentar un
clima de reencuentro y trabajo para nuestros artistas; en la experiencia de
este servidor, las funciones a las que ha podido asistir este año en la sala de
la calle 51, tanto de ópera como de ballet, se desarrollan en un clima de
verdadero disfrute, con un público popular que no necesita ser entendido para
ofrecer respeto y compromiso con lo que sucede en escena, y completar así la
experiencia artística.
Con
dos elencos vocales íntegramente argentinos, la dirección musical confiada a
Silvio Viegas, un maestro de Brasil que actualmente es titular en Santa Fe, y
la dirección de escena a cargo de Rubén Szuchmacher, a los que deben sumarse
preparadores musicales y asistentes de producción de nuestro medio, esta
presentación de Falstaff –la primera que
se ofrece en la historia de La Plata- resultó absolutamente lograda.
En
el plano musical, la orquesta estable platense sonó en manos de Viegas con
nervio, buen ensamble, algo balanceada en favor de los bronces, pero respetuosa
de las voces y del espíritu jocoso de la partitura. La dirección escénica
encontró en Szuchmacher un artista capaz de resolver con elementos mínimos una
obra plena de situaciones complejas. Una escenografía basada en una serie de
paneles móviles, con diversos diseños, acompañados por una buena iluminación -rubros
firmados por Jorge Ferrari y Gonzalo Córdova respectivamente-, sirvieron para
definir desde la taberna del primer acto hasta el bosque del último. La flexibilidad
del concepto permitió construir tanto las escenas de conjunto como las
individuales con absoluta eficacia; la experiencia teatral del régisseur se hizo sentir especialmente
en la convicción con que se plantearon los sendos encuentros de Falstaff con Quickly
y Ford. Los movimientos grupales, en particular a partir del segundo cuadro del
acto II, fueron logrados, con el discreto aporte de la coreografía de Marina
Svarztman. Sólo llamó la atención la ubicación del intervalo luego del segundo
acto en lugar de suceder al primer cuadro del segundo, casi una cesura natural
conforme a la trama y a cierta tradición al respecto, lo que generó una primera
parte demasiado extensa.
En cuanto a lo vocal (se reseña aquí el elenco alternativo al del estreno), fue un lujo contar con Hernán Iturralde en el protagónico. El bajo-barítono argentino, de ya larga carrera en nuestro país, es de un profesionalismo y una solvencia sin fisuras: por la entereza de su registro, su capacidad actoral, su dicción y la pasmosa seguridad que transmite. Su Falstaff, sin atuendo de época, fue comunicativo, tanto en sus desbordes hilarantes como en su faz reflexiva sobre la vejez. El resto del elenco acompañó de manera homogénea, tanto es así que puede decirse que todos contribuyeron al armado de una propuesta persuasiva da capo al fine. Aun así, pueden señalarse matices de especial destaque en algunos roles. Fernando Santiago actuó muy bien su Ford, en picante tándem con Iturralde; Marina Silva refirmó sus dotes de soprano como Alice, bien secundada por Rocío Arbizu, Carolina Gómez y Mónica Sardi. Walter Schwarz fue un Pistola bien audible, mientras Patricio Oliveira cargó las tintas sobre los aspectos característicos del Dr. Cajus; más discretos en cuanto a volumen y llegada pero muy profesionales Maximiliano Agatiello como Fenton y Pablo Gaeta como Bardolfo. El Coro exhibió un muy buen desempeño en el último cuadro de la ópera.
La
fuga final fue plasmada con notable destreza por todo el elenco; se extrañó el
gesto tradicional de señalar al público cuando Falstaff canta a capella, pero casi que no era
necesario: la sala ya estaba involucrada en esta aventura artística que conjuga
profundidad con ligereza y termina con la debida sorna por la condición humana.
La
sensación al término de esta función fue la de una gratificación moral que
cuesta encontrar en la desmoronada coyuntura que vive nuestro país: que un
grupo de artistas argentinos (o mejor, latinoamericanos, para incluir al
director musical) pueda lograr este resultado con una obra tan sofisticada como
es el Falstaff verdiano, y que haya
un público capaz de disfrutarla como lo hizo, reavivan la esperanza en las
reservas de una sociedad que parece estar viviendo en serio el “tutti gabbati”
con que el pancione corona a toda mordacidad semejante cabalgata teatral.
Daniel Varacalli
Costas
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