El reino de los afectos

Pecados capitales. Selección de piezas de Claudio Monteverdi. Cappella Mediterranea. Director musical: Leonardo García Alarcón. Solistas: Mariana Flores, soprano; Coline Dutilleul, mezzosoprano; Christopher Lowrey, contratenor; Valerio Contaldo, Matthew Newlin, tenores; Andreas Wolf, bajo. Teatro Colón. Función del 27/11/2023.

 

Cappella Mediterranea, bajo la dirección del platense Leonardo García Alarcón, en su selección monteverdiana titulada "Pecados capitales". Foto: Arnaldo Colombaroli / Gentileza Prensa TC

En 2017 el Mozarteum Argentino cerró su temporada con dos conciertos de Leonardo García Alarcón y su conjunto Cappella Mediterranea. Se interpretó entonces L´Orfeo de Monteverdi y el desconocido Diluvio Universale de Michelangelo Falvetti, pero fue un detalle el que quedó grabado en la memoria de manera indeleble. Fuera de programa, García Alarcón ofreció la fuga final de Falstaff… ¡con instrumentos barrocos! Un gesto que dejó picando la pelota durante mucho tiempo, una suerte de reversión del axioma verdiano que ahora podría escribirse: “Torniamo al futuro e sarà un progreso”.

Esta vez García Alarcón volvió al Teatro Colón, en un concierto fuera de temporada curado por Verónica Cangemi que, bajo el título de “Pecados capitales”, reunió una generosa antología de afectos y pasiones puestos en música por Claudio Monteverdi. El título funge más bien de excusa (como explicó el director, al mundo del arte le queda mejor lo oscuro y lo trágico que lo ligero y lo cómico), porque junto a los pecados desfilan también las virtudes y fortalezas, todo el espectro del sentir humano.

La propuesta tiene un antecedente importante: cuando a mediados de 2021 el Colón volvió a la actividad, al atenuarse los efectos de la pandemia, lo hizo con “Altri canti”, una estupenda selección escenificada de Monteverdi, que comenzó igual que ésta, con “Hor che’ l ciel e la terra”, del mismo Libro Octavo de madrigales donde también se encuentra “Altri canti d’amore” y otras bellezas como el Lamento della Ninfa.

Con once músicos y una plataforma módicamente elevada, iluminación pensada y cantantes que recorren diversos lugares de la sala, integrada así al palco escénico (la orquesta tiene una régie firmada por Frédéric Mazin), García Alarcón y sus huestes, instrumentales y vocales, hacen magia. La magia de una aventura casi onírica que el director platense anuncia, en un español ya multi-europeizado, describiendo una imagen muy al estilo de Horacio Ferrer: la de Borges encontrándose con Monteverdi en el Tortoni y emprendiendo con él un recorrido dantesco por los ripios y las llanuras del alma humana.

“¿Me siguen?” pregunta Alarcón al público cual Virgilio, y no espera la respuesta, porque en seguida pone proa hacia una equilibrada amalgama de fragmentos líricos, madrigales y danzas instrumentales del autor de la primera gran ópera. La sala, más oscurecida que lo normal para un concierto, asiste a un conjunto instrumental virtuoso -¡se oye la tiorba! ¡cantan los cornetos!- y un elenco vocal que no le va en zaga. Los colores del barroco, sus claroscuros, emergen con toda su fuerza en voces de volumen diverso pero igual jerarquía canora: impacta el bajo Andreas Wolf, la mezzo Coline Dutilleul, el tenor Valerio Contaldo, de tinte casi baritonal. Pero también se lucen en el Lamento… la cuyana Mariana Flores y el tenor Matthew Newlin, con otros dos colegas prolijamente escandidos en medio de la platea, y el contratenor Christopher Lowrey en “Altri canti…” y todos en el final que completa como un arco simbólico ese comienzo del Libro Octavo. Al igual que los músicos en el virtuoso comienzo de “Voglio di vita uscir”, titulado “L´Aria” en referencia a uno de los cuatro elementos.

A lo largo de todo el derrotero, García Alarcón es un piloto de tormentas cuyo tablero de mando es el doble teclado del órgano y la espineta, uno sobre el otro, a la vez que busca el quicio para dirigir con una urgencia expresiva que arroba al oyente, pero que también sabe encontrar la serenidad cuando es menester.

Una hora y media de travesía fue coronada con dos gestos igualmente conmovedores. El primero, el homenaje que el director rindió a Alejandro Meerapfel, que tan joven partió cantando bajo su guía en Ambronay, hace apenas dos meses. Alejandra Malvino y Pablo Politzer, en representación de la Asociación de Cantantes Líricos de la Argentina (CLARA), subieron al escenario del Colón para entregar una placa a su familia. Tras este entrañable recuerdo, la velada se prodigó en una emoción más cuando Mariana Flores, acompañada de guitarra y tiorba, entonó morosamente Alfonsina y el mar, de Ariel Ramírez y Félix Luna. El mundo de la cultura y de los afectos habían trascendido todas las fronteras.

Daniel Varacalli Costas

 

 

 

 

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