Músicas para el Día de la Música
Orquesta Sinfónica Nacional. Director: Santiago Santero. Gerardo Gandini: E sarà… Maurice Ravel: Concierto en Sol mayor para piano y orquesta. Solista: Fernanda Morello, piano. Alberto Ginastera: Estudios sinfónicos, Op. 35. Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner. Función del 22/11/2023.
El Día de la Música generó diversas propuestas en la ciudad, entre ellas, este concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional en el que es su hogar, el Centro Cultural Kirchner.
El programa elegido abrió y cerró
con sendas obras de compositores argentinos: Gerardo Gandini y Alberto
Ginastera, a 10 y 40 de años de sus respectivas partidas. Ambas creaciones, muy
cercanas en el tiempo (de fines de los años ‘60 la de Ginastera, de comienzos
de los ‘70 la de Gandini) explican su presencia en el programa si se tiene en
cuenta que la dirección del concierto estuvo confiada a Santiago Santero, un
compositor y docente argentino que además fue amigo personal de Gandini y
conoce bien este repertorio. Entre medio, como una suerte de oasis, se ofreció
el Concierto en Sol de Ravel en manos
de una de las mayores especialistas de nuestro país en música francesa, la pianista
Fernanda Morello.
En cualquier caso, se trata de un
proceso de ida y vuelta, las obras pueden explicar a los artistas tanto como
los artistas a las obras: ambos caminos son válidos y complementarios.
Escribí “oasis” en relación a
Ravel porque las obras que signaron el inicio y el cierre del concierto no se
caracterizan por ofrecerse generosamente a la escucha. Ambas plantean, en su
escritura, ideas y problemas técnicos fascinantes que, como suele suceder con
mucha música del siglo XX, no trascienden de manera inmediata al oyente, al que
sólo se lo confronta en el plano de lo sensible con una paleta emocional muy
limitada. Dejo un margen de ganancia para el primero de los autores: como lo fue su
propia persona, la música de Gandini es siempre irónica, y en la ironía hay
sequedad pero también humor, un humor que debe darse por supuesto como las
pocas palabras para los buenos entendedores.
En 1974 Gandini compuso cinco
piezas para piano (que afortunadamente dejó grabadas, aunque con algunas denominaciones distintas, como Frescobaldi por Scarlatti) bajo el título indudablemente irónico de E sarà…, el cual pone en tela de juicio
la reflexión de Verdi acerca de que retornar a lo antiguo será un progreso.
Gandini no podía ser un neoclásico de la primera mitad del siglo XX (como lo fue,
precisamente, Ravel, pero también lo fueron Stravinsky, Honegger o Prokofiev); par contre, es alguien que ensaya un
estilo en el que no cree para mostrar que no es posible, haciéndolo posible al
mismo tiempo de esa peculiar manera.
En sus cinco piezas, que se escucharon
aquí en la orquestación del autor, Gandini rinde su peculiar tributo a Bach y Rameau, entre otros. El maestro Santero precedió cada obra de
una muy didáctica explicación; en el caso de E sarà…, desafió a que se aportara alguna pista del tercer movimiento
que él anunció como “Plan H”. Recojo el guante y aclaro: no hay tal Plan H sino
Planh (tal como Gandini lo escribió).
“Planh” es una palabra provenzal que significa “Lamento” (tiene el mismo origen
latino que “plañir” en español, “plaint” en inglés o “piangere” en italiano),
una suerte de endecha musical de esas que proliferaron en la Baja Edad Media y el
Renacimiento. Restaría investigar a qué lamento en particular se refiere el
compositor.
La Sinfónica Nacional rindió adecuadamente
en esta transcripción del original para piano de estos cinco movimientos, sin
perder claridad en ningún momento, mérito nada desdeñable.
En el Concierto de Ravel, Fernanda Morello refirmó su profundo
conocimiento de este estilo y de esta obra; en particular el movimiento lento,
con sus primeros 33 compases a cappella,
encontraron a Morello cantando esa frase tan plena de sutileza y sensibilidad
que en sus manos siempre genera una suerte de suspensión del tiempo. En los
restantes movimientos, sobre todo en el primero, dejó oírse cierta diversidad
de criterio con el acompañamiento orquestal, aunque en el balance la
interpretación fue satisfactoria y dejó oír la riqueza de esa convivencia que incluye desde el jazz hasta los orientalismos. Fuera de programa, la solista
ofreció una poco conocida pieza de Sibelius (Impromptu No. 5), cuyos virtuosos rasgos impresionistas quedaron de
relieve.
Sin intervalo, pese al traslado
del piano (y sin programa de mano, supliendo esta omisión las palabras del
director) el concierto cerró con los Estudios
sinfónicos de Ginastera. Obra que originalmente constaba de nueve números,
estrenada así en Vancouver en 1968 y en Buenos Aires en 1974 por el maestro
Calderón y la Filarmónica de Buenos Aires, se oyó aquí en la sucesión de seis
movimientos, tal como quedó sancionada por el compositor. Para los románticos,
la microforma del “estudio” implicaba siempre una trascendencia del mero problema técnico que abordaba; basta para verificar
esto escuchar en el campo pianístico los Estudios
sinfónicos de Schumann, los Estudios
de Chopin, los de Ejecución trascendental
de Liszt o los Études de Debussy o de
Rachmaninov. Ginastera, en cambio, ya en el terreno orquestal, parece limitarse
al alarde técnico, sin una música que logre una comunicatividad y, de nuevo,
una variedad afectiva más allá de su brillante orquestación y su eminente
interés para el profesional de la música. La Sinfónica Nacional, que todavía
espera definir un sonido propio con un director titular, respondió con eficacia
bajo la guía del maestro Santero a este doble reto, en un final que hubiera
necesitado una música con más ángel para una ocasión celebratoria.
Daniel
Varacalli Costas
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