UNA LÍNEA, UN CÍRCULO, UNA SOMBRA: juegos autógrafos sobre Giacinto Scelsi

Una línea, un círculo, una sombra. Música de Giacinto Scelsi. Puesta en espacio y movimiento: Diana Theocharidis. Escenografía e iluminación: Gonzalo Córdova. Asistencia de escena: María Armanini. Asistencia de dirección: Nicole Chierico. Solistas del Ensamble Arthaus: Amalia Pérez, flauta; Federico Landaburu, clarinete; Mariano Malamud, viola; Pedro Salerno, contrabajo. Bailarines: Mariana Banfi, Aníbal Jiménez, Lourdes Fernández Marcón, Sofía Gaetani, Lucía Bargados. En Arthaus, el sábado 8 de junio.


Diálogos entre bailarines y músicos en la obra de Diana Theocharidis (Foto: Máximo Parpagnoli)

Con una vida fascinante que incluyó un período de reclusión en una clínica especializada en desórdenes mentales, Giacinto Scelsi (1905-1988) es prácticamente desconocido para el gran público. “¿Quién es este compositor en torno al cual se ha establecido un culto en ciertos círculos?”, se pregunta Diana Theocharidis en la nota introductoria del programa de mano. Profundo explorador del sonido, escritor, amante de las artes visuales y de diversas corrientes filosóficas y religiosas, Scelsi dejó una obra que abarca tanto creaciones escritas de modo tradicional (qué el mismo se ocupó de destruir) como improvisaciones cuestionadoras de esa tradición y generadas en una ‘dimensión cósmica’. Scelsi sostuvo el concepto de que el compositor es un mero mediador entre esa música y la audiencia, mediador que debe ser imperceptible, y esta postura lo llevó al extremo de neutralizar su imagen identificándose a sí mismo con un círculo con una línea debajo.

Sofía Gaetani y Lourdes Fernándes Marcón (foto: Máximo Parpagnoli)

Esta última figura es el punto de partida de Theocharidis, que encontró en Arthaus el hábitat ideal para Una línea, un círculo, una sombra. Con el público dispuesto en forma de U, en un espacio escénico dividido en tres por paneles de lienzo colgantes, la coreógrafa argentina desarrolló la obra en cuatro fragmentos. En el primero, el círculo es el protagonista, de la mano de la bailarina y acróbata Mariana Banfi en diálogo con el violista Mariano Malamud, también cantante en la onomatopéyica Manto III. La participación coreográfica de los músicos fue una constante y apropiada idea que recorrió toda la obra. El contrabajo (excelente Pedro Salerno), como traductor de un profundo soliloquio interior, protagonizó el segundo segmento, en impactante duelo artístico con una mixtura coreográfica entre contemporánea y malambística, muy bien interpretada por Aníbal Jiménez. Dos prometedores elementos, Sofía Gaetani y Lourdes Fernández Marcón, entrelazaron magníficamente sonido y  movimiento en perfecta conjunción con la flautista Amalia Pérez y el clarinetista Federico Landaburu. La intrincada escritura de Scelsi encontró en ambos músicos recipiendarios solventes, que extrajeron de sus instrumentos los más difíciles efectos. La intervención de la estupenda Lucía Bargados graficó la corporización del sonido en una coreografía circular e imprevisible, con profundos cruces de miradas con los músicos.



La impactante Lucía Bargados, junto a Amalia Pérez y Federico Landaburu (Foto: Máximo Parpagnoli)

Protagonistas imprescindibles en esta obra, los espacios lumínicos trazados por Gonzalo Córdova jugaron de modo cómplice con la coreografía, abriendo y cerrando compuertas, delineando límites,  creando sombras incorporadas a la escena bailada y completando un excelente trabajo final.

Patricia Casañas


Comentarios

Las más leídas

Lo cómico, en serio

Un Nabucco revisitado

Sobre todo, Puccini

Logrado homenaje a Puccini

Tres grandes voces para "Il trovatore"

Buenos Aires Ballet: novedades y reencuentro

Otro Elixir de muy buena calidad

Lo mismo, pero distinto

Una viuda casi alegre

El Barroco, primero