Una voz para despedir la primavera

Carla Filipcic Holm (soprano). Fernando Pérez (piano). Ciclo Liederabend. Canciones de Antonin Dvořák, Franz Liszt, George Enescu y Alma Mahler. Salón Dorado del Teatro Colón. Función del 20/12/2024. 

 

Fernando Pérez y Carla Filipcic Holm, simbiosis perfecta en un recital de intenso programa en el Salón Dorado del Colón. Foto: Gentileza Carla Filipicic

Como sucede con algunas expresiones singulares, el recital de cámara representa un mundo en sí mismo. Cantante y pianista asumen una colaboración que deriva en una entrega directa, con el fin de ensamblar una sucesión de microcosmos que conforman secciones definidas, cuando no una totalidad. Un ámbito como el del Salón Dorado del Teatro Colón ayuda a construir la cercanía, esa atmósfera íntima mediante la cual el público disfruta de un momento irrepetible, del que solo es capaz este tipo de arte vocal. A modo de ejemplo, es común decir que, por estar libre de los artificios vocales y dramáticos de la ópera, la canción de cámara se apoya en la expresión de la palabra unida al elemento musical en estado puro. Esto no quita que eventualmente se presenten arduas dificultades vocales, tal como plantea el primero de los tres Lieder de Franz Liszt (Der Fischerknabe…), en la ocasión resuelto de manera magistral.

Carla Filipcic Holm y Fernando Pérez no necesitan ser presentados, tampoco elogios que correrían el riesgo de ser insuficientes, con el agregado de que aquello que es efecto de tan alto nivel artístico pasa al plano de lo intransferible: loas y epítetos tropezarían entre sí en el intento por describir algo que, en definitiva, despierta en cada receptor sentimientos y sensaciones muy personales, más allá de las palabras. En cambio, es posible subrayar que ambos conformaron una dupla tan dúctil como sólida, con unos cuantos instantes de fulgor y sin la más mínima dispersión o flaqueza. Carla Filipcic Holm, una artista en el apogeo de sus medios, demostró profunda familiaridad con cada uno de los autores, contrastantes en carácter, en lengua y en época; la construcción de cada frase musical, plena de sentido, y un decir atento hasta la mínima célula que es la sílaba, se mantuvieron con delicada y firme concentración en todo momento. Claro que semejante logro cuenta con la herramienta imprescindible de un pleno manejo de los recursos técnicos, y del saber estar presente ante el auditorio.

El repertorio también fue un gran acierto, porque no es nada común, al menos en nuestra ciudad, que en un recital de cámara se hayan dado cita autores como Dvořák, Liszt, Enescu y Alma Mahler, sumado un bis que significó un total cambio de carácter -de eso se trata-, para la ocasión un aria de la opereta La princesa de las czardas de Kálmán (Heia, heia, in den Bergen).

Antes de dar esta reseña por concluida, un comentario sobre el público. Solemos quejarnos de su inapropiado comportamiento, pero esta vez no fue el caso. No solo que todos escucharon en absoluto silencio, sino que supieron cuándo aplaudir; así debería ser siempre, solo que, lamentablemente, suele suceder lo contrario. Sumemos que entre los numerosos asistentes -tanto Carla Filipcic Holm como Fernando Pérez son artistas que convocan seguidores- se contó mucha gente joven, lo cual no es un dato para soslayar. Que esto no sea algo casual y que, de una vez por todas, se instale la tan esperada y necesaria renovación del público.

En resumen, un hecho artístico feliz bajo todo punto de vista, como cierre de ciclo en el último atardecer de primavera de un año que comienza a despedirse.

Claudio Ratier


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