El discreto encanto de Werther

Werther. Ópera en cuatro actos de Jules Massenet. Dirección musical: Ramón Tebar. Dirección de escena: Rubén Szuchmacher. Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari. Iluminación: Gonzalo Córdova. Coreografía: Marian Svartzman. Reparto: Arturo Chacón-Cruz, María Luisa Merino Ronda, Constanza Díaz Falú, Sebastián Angulegui, Gustavo Gibert, Luis Gaeta, Gabriel Centeno, Rocío Arbizu, Mauricio Meren. Orquesta Estable del Teatro Colón. Coro de Niños del Teatro Colón: Directora: Helena Cánepa. Teatro Colón. Función del 26/8/2025.

Arturo Chacón-Cruz (Werther) y María Luisa Merino Ronda (Charlotte) en el último acto de Werther de Massenet. Foto: Juanjo Bruzza / Gentileza Prensa TC

Con excepción de Don Quijote, estrenada en 2005, las ocho óperas de Jules Massenet que el Colón ofreció en su rico historial se estrenaron en la sala entre su temporada inaugural de 1908 (La Cenicienta) y 1921 (Grisélidis). La favorita –por lejos- durante la primera mitad del siglo XX fue Manon, que luego fue evaporándose del cartellone en favor de la que hoy nos ocupa: Werther.

De lo enunciado se infiere que las generaciones actuales conocemos más al desdichado amante concebido por Goethe que a la joven casquivana producto de la mente del cura Prévost (¡que no es el Papa, claro!). Y esa frecuentación, a la hora de la crítica, nos expone a una referencia ineludible, como aquella de la temporada 1991, cuando Alfredo Kraus y Martha Senn asumieron los protagónicos de Werther, bajo la batuta sabia de Miguel Angel Veltri. A la luz de este inevitable paradigma, seguido por otros muy valiosos debidos primordialmente a artistas locales, no podemos menos que anticipar que la producción que se reseña de este Werther ha sido, en líneas generales, discreta. Y esta conclusión anticipada en nada se vincula con haber decidido cubrir el segundo elenco, sino con un concepto desde lo musical en el que la orquesta por un lado y cada cantante por el otro dieron -cada uno en la medida de sus posibilidades- lo mejor de sí, pero sin que se evidenciara en lo audible un trabajo concertado en pos de un objetivo común.

En esta inteligencia, la Orquesta Estable exhibió un trabajo diáfano, con relieve de la belleza melódica y tímbrica de la partitura, aunque poco amalgamada con lo que sucedía en el palco escénico que, por otra parte, estuvo demasiado pendiente de la dirección del valenciano Ramón Tebar. En general, en la función que se reseña, la orquesta sonó con alto volumen, en desmedro del balance necesario para la mayoría de los cantantes del reparto. Curiosamente, no fue así con el tenor mexicano Arturo Chacón-Cruz, quien exhibió una voz de importante volumen y hermoso color, en la que predomina la expresión franca antes que el cuidado del estilo y una expresividad matizada. Con todo, fue un Werther que cumplió y llegó sin duda al público. En relación a la Charlotte de María Luisa Merino Ronda, la cantante hizo saber hoy (día posterior a su debut en el rol), a través de una publicación en redes, que se encuentra atravesando un problema de salud vocal que le impidió llegar al resultado deseado. Se trata de un descargo legítimo, que en nada obsta al valor de contar siempre y en cada título que programa el Colón con artistas locales, precisamente en la que siempre debería ser su casa. En este contexto, Merino Ronda, con problemas de audibilidad en sectores medios de su registro y una restricción evidente en lo expresivo, cumplió una tarea digna que esperemos tenga desquite en las próximas tres funciones que tiene asignadas.

Del resto del elenco, especial destaque tuvieron Constanza Díaz Falú como Sophie, con voz fresca y bien timbrada, en logrado contraste actoral con el personaje de su hermana, y Sebastián Angulegui como el hierático Albert, en una composición vocal redonda y en todo sentido eficaz. En cuanto a los personajes “de la generación anterior”, fue un gusto ver en escena al ya legendario Luis Gaeta, junto a Gustavo Gibert y Gabriel Centeno. El Coro de Niños, dirigido por Helena Cánepa, también cumplió adecuadamente, en un marco donde lo estilísticamente francés, como se expresó, no fue lo predominante.

Una imagen otoñal de la producción de Werther firmada por Rubén Szuchmacher, con escenografía de Jorge Ferrari e iluminación de Gonzalo Córdova. Foto: Juanjo Bruzza / Gentileza Prensa TC

La puesta en escena de Rubén Szuchmacher -referente ineludible del teatro argentino-, que él definió como “conceptual”, tuvo el enorme mérito de la claridad y la concisión. Con pocos elementos, apoyado en la escenografía de Jorge Ferrari y la iluminación de Gonzalo Córdova, marcó no sólo una ambientación que va cambiando de estaciones del año mediante una progresión cromática, sino que transita del afuera hacia el adentro, cerrándose gradualmente hasta el desenlace final. El cambio de época, de fines del siglo XVIII a la entreguerra del siglo XX, no afectó en nada la comprensión de la obra; tampoco la facilitó especialmente, pero resultó creativa y sin duda, funcional al concepto del régisseur.

En cuanto al valor de Werther, bastante se ha escrito y dicho en los últimos días acerca de que se trataría de una ópera cuya trama ha envejecido. Algo curioso, dado que la inmensa mayoría de los títulos que se dan en todo el mundo plantean conflictos que corresponden a épocas pasadas y con los que es casi imposible identificarse hoy de manera directa (lo cual nunca fue un tema para los amantes de la ópera). El estilo de Massenet es un claro puente al teatro musical del siglo XX y lo que va del XXI, así como la fuente directa de los rasgos más salientes del estilo de Giacomo Puccini (como se evidencia hacia el final del primer acto de Werther), cuya preferencia por lo francés y en particular, por lo massenetiano, atraviesa todas y cada una de sus óperas y temas elegidos hasta el primer título del Tríptico inclusive. En cuanto a Werther como obra literaria, la obvia recomendación es leer a Goethe. Las penas del joven Werther es una breve novela epistolar, plena de ideas de tal fuerza que llegaron a generar como efecto cascada una ola de suicidios (otro dato del que no se habla por pura corrección política), pero cuyo centro es la figura del inadaptado social: Werther es alguien que no admite someter su pulsión amorosa a las convenciones sociales, religiosas y familiares de su entorno. Y ello a despecho de una Ilustración que ya estaba en marcha y que Goethe colocó en el centro de una dialéctica entre razón y sentimientos cuya síntesis es -hasta el día de hoy- un desafío siempre abierto.

Daniel Varacalli Costas

 

 

 

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