Klein y Caramés: las poetas y las cosas

Laura Klein. La vara y el río.Hilos editora. Buenos Aires, 2025.

Virginia Caramés. Bloque de hueso. Ediciones del Dock. Buenos Aires, 2025.


Este año se presentaron dos libros de poemas escritos por dos reconocidas poetas: Laura Klein y Virginia Caramés. La cercanía de su aparición me los ofreció a la lectura como experiencias conectadas, lo que puede parecer difícil tratándose de algo tan personal como la poesía. Personal sí, pero universal también como expresión humana. La vara y el río de Klein, y Bloque de hueso de Caramés, me asaltaron desde sus títulos. Sin un lirismo predispuesto, esas palabras me llevaron a pensar que el poeta es una suerte de demiurgo que hace hablar a las cosas. Aunque esas cosas sean fluidas como un río, flexibles como una vara –aunque más dura que la carne- o en apariencia inexpugnables como un bloque de hueso. Claro que las cosas hablan siempre del hombre, de su ser, de una manera profunda, tanto que vuelve absurda esa jerarquía que suele poner las cosas por debajo de las personas. Como si las personas pudieran existir fuera de un mundo de cosas, como si las personas no fueran esencialmente cosas que tienen su modo especial de existir. Como todas.

En La vara y el río, Klein se presenta como quien se golpea la cara con un junco que tomó junto al río. Ese acto –que en el epígrafe, tomado de Saer, se define como algo serio- no es acompañado por el cuerpo. El cuerpo duele. Pero un par de páginas más adelante, el mismo acto es visto como realizado por una tercera persona. El punto de vista cambia, pero esa es la inflexión que permite suponer una historia. Una crónica mínima que va siendo contada en versos también mínimos, pero potentes, tan herméticos como elocuentes cuando quieren.

El mundo aparece como marco (“le colocó el río”, quién sino la poeta), por más que se reivindique la propiedad de la vara, junto a la propiedad de esos misteriosos “pequeños” o “indigentes”. Y por más que se los contraste con el río que deforma caras y cuerpos, que arrastra y fluidifica, el acto es irreversible. Un acto que permitirá “conocerse y dar con uno”, porque el golpe es auténtico.

“La vara con que me he fortalecido (…) la dejaré en la cara del primer amor que escapó de la ternura.” “Asestar no es lo primero. Lo primero es saber entre golpe y golpe, permanecer”. “Minimicé la vara sin pedir perdón. Porque había atado mi junco al rostro inexpresivo de mi propia vida.” “Pienso en el dolor de los otros y en el mío / en cuánto se diferencian.” El poeta también es el junco: “Atrás de mi extensión cortada (…) no hay nada, ninguna historia, nadie que alumbre las ganas de aplastar una cara en plena alegría de vivir”. No es preciso contar el final de la historia, acaso porque no hay final, hay un río, pero también una decisión de mirar hacia adelante.

En “Bloque de hueso”, antes de abrir el libro me interrogaron dos datos. Caramés es escultora. Conoce entonces ese viejo oficio de hacer hablar a las piedras. A puro golpe, sobre el rostro, los pies o los tendones que todavía no existen, si es necesario. Y que existirán por el dolor, como decía Leon Bloy. Y allí está Klein con su vara-cincel, también. El segundo dato es que pensé enseguida en esos versos de Alfonsina que siempre me atrajeron y asustaron: “Oponer una frase de basalto / al genio oscuro que nos desintegra.” Y sí: dentro del libro está Alfonsina, con sus “Variaciones Storni”, está el genio desintegrador, incluso en esas naranjas que se pudren en una bolsa y que también pueden ser poesía, como la omnipresente basura citadina, y sobre el final, claro, en el último poema del libro, está el basalto, entre las piedras que enterraron los dioses, aunque la autora los ponga en mayúscula. Ellos también son cosas, sustantivos comunes. Ahí encuentran su dignidad.

El hueso –como la piedra, el mármol o el ladrillo- habla todo el tiempo. En “Los niños de Roma”, la poeta espera ”Una suelta de niños alados que nunca volaron”, porque “Hay cosas que primero fueron alguna cosa y, recién luego, tal cosa”, porque “la palabra deviene hecho”, pero “llega siempre distorsionada / y al fin no te salva” (¡solo el poeta tiene derecho a decir esto!), porque lo impalpable en el cuenco de tu mano ya es algo, aunque sea nada, o ”Poseer una sombra, tal vez, le hubiera bastado”. Y porque los poetas –Klein, Caramés- se encuentran también en “Quiebres”: “cuando el agua resiste (…) permite en resistencia”. “Y vos ¿En cuántos fragmentos te deshiciste al pasar / a ese otro espacio desconocido? Todos estamos un poco mojados.”

En esa experiencia de lectura -sucesiva, simultánea-, se volvió cierto que el poeta no hace más que agregar, a la manera borgesca, un par de líneas a ese gran poema que se viene escribiendo desde los comienzos y se seguirá escribiendo hasta el final. Al menos mientras haya lenguaje. Y también, no menos cierto, es lo que pensaba Novalis y que me permite reconstruir libremente la desmemoria: “Nos la pasamos buscando el Absoluto, y solo encontramos cosas”.

Daniel Varacalli Costas

 

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