El Barroco, primero

Altri canti. Espectáculo lírico sobre música de Claudio Monteverdi. Edición musical: Manuel de Olaso y Felipe Traine. Voces: Oriana Favaro, Daniela Tabernig, Martín Oro, Santiago Martínez, Pablo Urban, Alejandro Spies, Iván García, Adriana Mastrangelo, Hernán Iturralde, Constanza Díaz Falú, Víctor Torres. Voces del programa Jóvenes Artistas ISATC. Director musical: Marcelo Birman. Director de escena: Pablo Maritano. Escenografía: Nicolás Boni. Vestuario: Renata Schussheim. Iluminación: José Luis Fiorruccio. Video: Matías Otálora. Teatro Colón. Función del 11 de julio de 2020.

 

Daniela Tabernig, una de las protagonistas vocales de Altri Canti - Crédito Arnaldo Colombaroli - Gentileza Prensa TC

¿Se hubiera imaginado Claudio Monteverdi que su música sonaría en una sala tan grande como la del Colón? ¿Se hubiera imaginado que esa música ayudaría a conjurar los fantasmas de una pandemia a más de 400 años de distancia? Acaso sí, porque ni los desafíos de la espacialización ni el rigor de las pestes estaban fuera de cuadro en ese primer barroco que él representó con tanta eficacia.

Seguramente al abonado le duele la ausencia de un título operístico completo, pero en este contexto la idea de reanudar la actividad lírica con un espectáculo como “Altri canti…” se reveló acertada. No sólo porque los recursos que exige pueden dosificarse de acuerdo con la coyuntura sanitaria, sino porque las emociones que arranca son tan intensas como inusuales, aunque cada vez más frecuentes en los repertorios de los grandes teatros, a despecho de haber sido pensadas para otros espacios.

“Altri canti…” (que suena como “Otros cantos”, en realidad el comienzo de un verso en subjuntivo: “Que otros canten…”, nada más lejano a la propuesta) es un espectáculo lírico en un prólogo, tres partes y un epílogo, especialmente concebido para la ocasión. Un procedimiento que encaja perfecto con la ideología barroca, en la que el concepto de “obra” no estaba sacralizado y se adaptaba a las demandas del momento.

La selección permite recorrer esos tres afectos que el propio Monteverdi reivindica en el Prólogo a su Octavo Libro de madrigales (muy presente en esta selección): la ira, la serenidad y la súplica. El Prólogo con “Hor che’l ciel…”, precedido de un pasaje instrumental de L´Orfeo, nos introduce con cierta pompa en la atmósfera belicosa, retomada en la tercera parte con “Altri canti d´amor…” (paradójicamente un madrigal guerrero, porque el amoroso se titula “Altri canti di Marte…) y con el impresionante Combattimento di Tancredi e Clorinda, sobre texto del Tasso. La primera parte, integrada por el Ballo delle ingrate, incluye la súplica de Venus descendida al averno, mientras la segunda plantea un escenario bucólico, sereno, con selecciones de madrigales de los libros Séptimo, Octavo y el póstumo Noveno. El Epílogo nos conduce a un Monteverdi menos usual, el sacro, con un segmento de Vespro alla Beata Vergine, el bello Ave Maris Stella a ocho voces.

Con esta estructura bien balanceada por base, el camino de los intérpretes queda despejado. Una orquesta de instrumentos de época, con una veintena de músicos en su mayoría especialistas (baste mencionar a los Olaso entre los preparadores y ejecutantes), se ubicó en un foso modificado por la elevación de la plataforma y una mampara de contención que seguramente ayuda a la acústica, mientras dos pares de sacabuches completan la formación desde los palcos avant-scène.

En épocas de “normalidad” uno se hubiera apostado en distintos lugares de la sala para evaluar la acústica, algo hoy imposible por las pautas sanitarias, y más aun en una propuesta sin intervalo. En cualquier caso, si desde la fila 3 el sonido era razonablemente bueno, se entiende que habrá mejorado en calidad y volumen hacia el fondo y hacia arriba de la sala. Marcelo Birman dirigió con compromiso en un repertorio que es parte de su especialidad. Los colores del ensamble generan esos contrastes imposibles de lograr con el empaste de la orquesta moderna; cuerdas bien articuladas, un rico continuo y gratas combinaciones con los colores del arpa, las flautas dulces, el corneto y las partes solistas del violín.

La concepción escénica a cargo de Pablo Maritano fue otro acierto. El director viene trabajando el mundo del barroco, a partir de lo que hemos visto de él en Platée y El enfermo imaginario (en igual sentido el trabajo de Violeta Zamudio en El triunfo del honor), pero más cerca en el tiempo tenemos fresco en la memoria el magistral Siglo de Oro trans, cuyo marco escenográfico reaparece aquí, mutatis mutandi, firmado por Nicolás Boni. También en una plataforma elevada, los cantantes aparecen como dentro de un marco (perfecta alusión al mundo del Barroco), flanqueado por dos bandas espejadas, y con cuatro ventanas laterales que se abren y cierran y permiten dinamizar la acción. El vestuario, a cargo de Renata Schussheim, juega en los momentos fuertes con colores como el negro y el rojo, las golas blancas y las cofias de color carne, que nos remiten de inmediato a una época donde la muerte no se ponía debajo de la cama (una atmósfera similar se vio en el escenario del Colón en Por vos muero, notable coreografía de Nacho Duato, aunque en Altri canti… los pasos de baile apenas se insinúan). La iluminación, a cargo de José Luis Fiorruccio, completa idealmente el marco visual.

 Hernán Iturralde y una voz infernal en Altri Canti - Opera - Crédito Arnaldo Colombaroli - Gentileza Prensa TC

A la eficacia del planteo escénico se suma la de un elenco con varias de las mejores voces de nuestro país. Si bien no todas están especializadas en este tipo de repertorio, sin duda todas, con sus matices, han asumido aquí con inteligencia sus desafíos estilísticos. Excelentes trabajos de Daniela Tabernig (en especial en “Soave libertate” y el Lamento della Ninfa), Hernán Iturralde (como Plutón), Adriana Mastrangelo y Santiago Martínez, en un marco realmente parejo. Especial destaque, desde lo vocal y lo escénico, logró el Combattimento… con la narración a cargo de Víctor Torres, y la pareja a cargo de Oriana Favaro e Iván García (quizás el recuerdo de esta obra que abrió el Centro de Experimentación en 1990 y que fue allí tan trabajada sume un plus a nuestra percepción).

Ira, serenidad, dolor, devoción: quizás sólo faltó una pizca más de humor y algo de danza en este muestrario de pasiones que supera la hora y media y nos devuelve a la esencialidad de lo humano.

En conclusión, volver al teatro de esta manera fue realmente un bálsamo, si es que uno vuelve, porque (parafraseando a Troilo, que nació justo un 11 de julio), uno no vuelve al Colón, porque siempre está llegando…

Daniel Varacalli Costas

Víctor Torres, Oriana Favaro e Iván García en pleno Combattimento... Crédito: Máximo Parpagnoli- Gentileza Prensa TC

 




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