Intenso programa francés
Orquesta Filarmónica
de Buenos Aires. Director: Enrique Arturo Diemecke. Programa: Gabriel Fauré:
Pavana, Op. 50. Balada para piano y orquesta Op. 19. Solista: Fernanda Morello,
piano. Maurice Ravel: Pavana para una infanta difunta. Georges Bizet: Sinfonía
N°1 en Do Mayor. Teatro Colón. Función transmitida por streaming el 6/8/2021.
El
Teatro Colón prosigue con su ciclo de conciertos orquestales con orgánicos
reducidos, lo que permite programar un repertorio menos frecuentado. Dejando al
margen la polémica instalada en relación a la ausencia de música argentina, el
programa de este tercer concierto del ciclo de la Filarmónica porteña exhibió
una inobjetable coherencia, al centrarse en música francesa del siglo XIX, pero
en general con una fuerte direccionalidad hacia las nuevas tendencias del siglo
XX. Las obras de Gabriel Fauré que vertebraron la primera parte son más que
elocuentes en este sentido y certifican el lugar que ocupa este notable
compositor como una de las bisagras entre un romanticismo crepuscular y el
impresionismo inminente. Destacado organista, discípulo de Saint-Saëns y
maestro de Ravel, Enescu, Koechlin y hasta de Nadia Boulanger, la influencia de
Fauré sobre el devenir de la música de la centuria pasada resulta evidente
hasta en esta módica enumeración.
El
otro acierto del programa es haber convocado como solista en esta primera parte
a la pianista Fernanda Morello, una especialista en este repertorio desde sus
grabaciones con Patricia Vila de Debussy, Ravel y Bizet, hasta aquel gran
acontecimiento artístico que fue “El bello excéntrico”, una originalísima
velada en torno a Erik Satie durante la temporada 2016 del Teatro Colón, con
puesta en escena de Eva Halac; un acontecimiento que se mantiene en la memoria
como aislado ejemplo de lo mucho que podría hacerse para integrar el formato de
concierto a la vida cultural en un sentido amplio y al mundo audiovisual de las
nuevas generaciones en particular, sin sacrificar sentido ni calidad.
La
Balada Op. 19 de Fauré fue la obra
concertante elegida. Nacida como pieza para piano solo en 1879, y dedicada a
Saint-Saëns, en 1881 el compositor la estrenó desde el piano en una versión con
orquesta. Pese a su división en tres segmentos, tributarios de un esquema clásico,
la obra se percibe sin esa secuenciación, como un fresco sonoro pleno de
contrastes, casi rapsódico, donde el diálogo entre el piano y las maderas
prevalece y logra plasmar un clima de colores variados. También cromática fue
la apuesta de Morello con su vestido de colores salmón y violeta, muy a tono
con una interpretación altamente expresiva, solvente, comprometida con una
estética que conoce a fondo y con una orquesta que hasta el último compás,
genuinamente consensuado, logró generar con ella una intensa simbiosis. Como
bis, la pianista ofreció otra de sus especialidades: la Gnossienne No. 1 de Satie.
Las
obras orquestales rindieron adecuadamente con este formato de la Filarmónica en
manos del maestro Diemecke, en particular la Pavana de Fauré que rompió el hielo en una ejecución muy lograda.
El punto más débil de la función fue la Pavana
para una infanta difunta (no “muerta”, como reza el programa, ya que como se
sabe, Ravel eligió ese título por el sonido que generan juntas en francés las
palabras “infante défunte”, el cual puede replicarse de manera bastante similar
en español. “Infanta” debe entenderse como “princesa”). Un tempo poco convincente sumado a las dubitaciones de los cornos en
su primera intervención no lograron instalar el clima que la obra propicia, y a
la que Ravel interpretaba, según se documentó, de manera muy lenta. En la Sinfonía de Bizet, en cambio, se vio a
Diemecke visiblemente entusiasmado, y no es para menos. Se trata de una sinfonía
de juventud en la que el autor de Carmen se
prodigó en ideas musicales a cual más atractivas y con un don melódico que
parece inagotable. Para quienes además seguimos el ballet, esta obra es el
marco de la increíble coreografía abstracta de George Balanchine –Sinfonía en Do, originalmente El palacio de cristal- que el Ballet
Estable supo tener en repertorio en épocas que hoy parecen lejanas.
Si
bien el formato clásico de esta sinfonía supone un salto hacia atrás en la
lógica temporal del programa (lo mismo sucedió con el concierto anterior, que
fue de Shostakovich a Chaikovski), la energía con que la partitura fue encarada
permitió un cierre de verdadera euforia a un programa consistente e interesante.
Excelente
desempeño de todos los músicos de la Filarmónica, máxime teniendo en cuenta que
no en todas las filas estaban tocando los solistas, en un programa
verdaderamente expuesto. Una palabra final sobre el sonido del streaming de estas transmisiones por lo
demás muy logradas desde lo visual: una tendencia a la saturación y al
desbalance de planos (líneas que se presentan en excesivo primer plano, como el
piano o, en su caso, las voces) y un escaso rango dinámico son aspectos que merecen
ser analizados con un oído musical.
Daniel Varacalli
Costas
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