Un espacio más necesario que nunca
Ciclo Reencuentro.
Programa: Domenico Scarlatti: Sonatas en Mi mayor, K. 380; en Mi menor, K. 198
y en Re menor, K. 32. Serguei
Rachmaninov: Étude Tableau No. 8, Op. 33. Alicia Terzian: Toccata Op. 4. Diana
Lopszyc, piano / Felice Giardini: Tamborino y Giga. Jean-Baptiste Barrière:
Sonata No.10 en Sol mayor para dos violonchelos. Lucas Brass y Pablo De Nucci, violonchelos / Henri
Duparc: Chanson Triste. Gabriel Fauré: Après un rêve. Claude
Debussy: Claro de luna. Xavier Montsalvatge: Cinco canciones negras. Alejandra Malvino,
mezzosoprano. José Luis Juri, piano. En el Palacio Duhau. Función del 23 de
septiembre de 2021.
El
ciclo de música de cámara “Reencuentro” comenzó el año pasado bajo la dirección
artística de Fernanda Morello y Martín Roig, con las presentaciones de Martin
Wullich. Su nombre lo dice todo en cuanto a su objetivo: permitir un espacio
presencial y casi íntimo de reencuentro entre artistas y público. Las veladas son
gratuitas, por invitación, y son sostenidas por un anfitrión o “host”.
Lo
más importante, al margen de los nobles propósitos que lo alientan, es la alta
calidad del ciclo, tanto en lo que hace a los artistas como a la curaduría de su
programación. Por otra parte, nada parece sobrar ni faltar en los comentarios
del experimentado Wullich, capaz de crear con un mínima inflexión de su voz el
clima propicio para el disfrute, además de dar información certera sobre las
obras. Por otra parte, el anfitrión de la velada que aquí se reseña, el español
Walter D’Aloia Criado, presidente de la Asociación de Amigos del Museo Isaac Fernández
Blanco, anunció, frente al Embajador de España y otros miembros del cuerpo
diplomático, un proyecto para el año próximo que vale la pena anticipar: se
restaurará el cuadro de Felipe V que integra la colección del Fernández Blanco,
se hará la ópera La púrpura de la rosa
–la primera ofrecida en América, en Lima, en 1701-, con el ensamble Capilla del
Sol, que dirige Ramiro Albino, y se pondrá en valor la casa contigua al Museo,
que perteneció al poeta Oliverio Girondo y a su mujer, la escritora Norah Lange,
para transformarla en un lugar de alojamiento para artistas que pasen por Buenos
Aires, músicos incluidos. Claro que para llevar a buen puerto este acertadísimo
proyecto todavía se necesitan fondos, y allí se lanzó D’Aloia a entusiasmar a
los presentes con su graciosa verba. Ojalá sé de todo tal como ha sido
planeado.
Ahora,
a lo artístico. El esquema de estos conciertos es como un aria da capo: dos partes exteriores, con artistas consagrados, y
una parte intermedia dedicada a jóvenes intérpretes, como si la experiencia contuviera
amorosamente a la pasión juvenil. Abrió la velada la pianista Diana Lopszyc,
que intentó con éxito sintetizar 300 años de música para teclado, comenzando
por tres perlas de Domenico Scarlatti, en general de carácter introspectivo y
lírico. Contrastó luego el Etude Tableau
de Rachmaninov y aun se dobló la apuesta por la intensidad con la Toccata de Alicia Terzian, una obra
formidable, con muchos anclajes en las diversas estéticas del siglo XX
(Debussy, Prokofiev), pero con una fuerza descomunal que Lopszyc no escatimó.
Para volver a la paz, el primer número de la Música callada de Federico Mompou rindió homenaje a España a través
de la evocación de uno de sus grandes poetas místicos: Juan de la Cruz.
Lucas
Brass y Pablo De Nucci se lucieron en el segmento intermedio con dos obras del
Barroco tardío, como que sus autores, casi ignotos –el italiano Felice Giardini
y el francés Jean-Baptiste Barrière- nacieron ambos en los primeros años del
siglo XVIII. Un buen sentido del estilo dejó oírse en el arco de los dos jóvenes,
que agregaron fuera de programa un arreglo de Eleanor Rigby de Los Beatles, abordado de manera tan refinada como
idiomática.
La
última parte del concierto presentó al pianista José Luis Juri y a la
mezzosoprano Alejandra Malvino en un recorrido francés y español de intenso
maridaje. Duparc y Fauré fueron expuestos por Malvino en toda su sensibilidad,
mientras que el Claro de luna de
Debussy, en las manos de Juri, fue uno de los altos momentos de este reencuentro,
por el control sonoro del piano, la sensibilidad del enfoque y la certeza, nada
fácil de lograr, en el tempo y en el
fraseo. Cerraron la velada las Cinco
canciones negras de Montsalvatge y un encore:
de la zarzuela Los claveles de José Serrano el fragmento “¿Qué te importa que no venga?”,
expuesto con toda la gracia y el estilo propios del género ante un público
selecto y entusiasta.
El
ciclo “Reencuentro” ya tiene un recorrido prometedor: nacido en el corazón de
la pandemia, muy bien planteado por la dupla Morello-Roig para hacer música de
cámara al más alto nivel en un gratificante clima humano, ya trasciende su
intención original y logra establecerse como un espacio, hoy más necesario que
nunca.
Daniel Varacalli
Costas
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