En una selva oscura

 
Corazón de las tinieblas. Joseph Conrad. Traducción, introducción y notas de Jorge Fondebrider. Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2021

 

Joseph Conrad encontró su lengua literaria en el inglés; había nacido en Polonia y se asevera que su dominio de la escritura en ese idioma superaba al del lenguaje oral. Oriundo de un país alejado del centro de la vida europea, mediante la labor en su lengua adoptiva se convirtió en uno de los fundadores de la literatura inglesa del siglo XX.

Corazón de las tinieblas -Heart of Darkness, originalmente publicado en tres entregas en el Blackwood Edinburgh Magazine en 1899, lanzado en formato libro en 1902- narra una travesía fluvial que desnuda la cara infame de la empresa colonialista europea en territorio africano -aquí por parte de Bélgica en el Congo, aunque no se menciona-, cosa que Conrad conoció por experiencia directa: antes de dedicarse por completo a la literatura, fue marino mercante y entre los varios lugares que recorrió se contó precisamente el corazón de África. Es que bajo el arrebato de una voracidad que llevó a saquear los territorios más vulnerables, pero ricos en recursos naturales -la región proveía caucho, marfil y minerales-, y detrás del correcto argumento-máscara de la “ardua tarea de llevar civilización allí donde hay barbarie”, el europeo llegó a cometer los peores excesos más allá de cualquier límite. La espeluznante narración de Conrad cuenta con el valor de haber desenmascarado el rostro oculto del mundo victoriano, aquel mundo que ostentaba un esplendor engendrado sobre la muerte y la miseria en aras de un capitalismo que se expandía a cualquier costo.

Marlowe -alter ego de Conrad- es testigo y narrador de los hechos. Kurtz es la cifra de una voluntad de poder arrebatada por la ambición, el exceso, la locura y la degradación. Pero el libro va más allá del señalamiento de los estragos cometidos en África por la libre empresa, dramáticamente encarnados en este alucinado y a su vez hiperlúcido personaje, uno de los más extraordinarios de toda la literatura del siglo XX. Si Marlowe pudo asomarse a las tinieblas y mirarlas como quien mira el abismo con un pie suspendido en el vacío, Kurtz dio el paso para habitar en ellas. Y el hecho de haberse lanzado a “atravesar el umbral de lo invisible” para acceder a esas tremendas revelaciones que depara la oscuridad, aquí representada por una selva donde no penetra un rayo de luz, nos lleva a reflexionar sobre un asunto tan antiguo como la humanidad: el costo que implica transgredir los límites de lo permitido.

Existen varias ediciones de esta nouvelle en nuestra lengua, casi todas ellas disponibles, pero la de Eterna Cadencia -que acaba de lanzar la segunda tirada en lo que va del año- no es una entre tantas. Es que el trabajo de Jorge Fondebrider le otorga un alto valor agregado. No solo asumió la tarea de traducir el texto, precedido a su vez por un prólogo que propone un análisis bajo una óptica actual, sino que lo dotó de numerosas, extensas y enriquecedoras notas al pie, a las que se añaden tres apéndices, fruto de una exhaustiva investigación basada en fuentes esenciales sobre el autor y sobre su tiempo.

Claudio Ratier

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