Más allá del lenguaje inclusivo

  

Seda Metamorfa. Ana Ojeda. Buenos Aires, Muchas Nueces, 2021

 

Un par de cosas antes de empezar. No empleo el lenguaje inclusivo ni encararía la escritura de un texto con la premisa de que más allá de las reglas prevalezca el empleo del femenino (ven que se cae de maduro). No por considerarlo un defecto en forma tajante y acusadora, sino porque no me va y será que persisto en aferrarme al siglo pasado; me bastan las herramientas de siempre. Tampoco creo que los veredictos de la RAE sean inamovibles in saecula saeculorum (aclararlo me resulta un exceso; de ser así, aún nos expresaríamos como el Conde Lucanor y Patronio) y al mismo tiempo descreo que los cambios que afectan a esta materia móvil que es el lenguaje se operen de un día para el otro. Pero también reflexiono que el estado crítico por el que pasa nuestra lengua, originado en luchas y reivindicaciones capaces de operar profundos cambios en la sociedad, es algo que no merece ser soslayado y mucho menos ser objeto de esas encarnizadas sentencias que comprobamos a diario. Quizás estemos ante una transformación vertiginosa y en un futuro se vea que los resultados de ciertos cambios llegaron para instalarse. Al respecto ¿puede alguien jugarse de lleno y emitir un dictamen por sí o por no? Es muy difícil, pero a este ritmo hasta es posible que alcancemos a ver el desenlace de la contienda.

Haber conocido a Ana Ojeda en su anterior novela (Vikinga Bonsái, Eterna Cadencia, 2019) fue razón suficiente para leer la última. No cabe duda de que la clave de su escritura está en el empleo del lenguaje de nuestro tiempo y lugar -bien digo, aunque algunos puedan ofenderse o sentirse “aberrados”-. Vikinga Bonsái es la primera novela de nuestro idioma escrita en lenguaje inclusivo -ignoro si existe otra- y a su vez atiende a los hábitos instalados por el uso de las redes sociales; no concibo que esa historia con esos personajes donde la protagonista muere a las pocas páginas pueda ser narrada de otra manera: aquí radica el secreto capaz de hacer que todo funcione. Pero, como se dijo al comienzo, en Seda Metamorfa ya no se plantea el lenguaje inclusivo, sino el uso predominante del femenino: “Seda quisiera externarse de su cuerpa: ser aparte” / “Todo lo cual le desarregla el humor al punto de convertirla en una ser huraña”. Si Vikinga Bonsái arranca con la invocación a la “sombra terrible de Fecunda”, quiere decir que la autora nos propone un salto que va desde el momento fundacional de nuestra literatura hasta la actualidad. Y ese salto, que es el de la lengua de los argentinos desde sus orígenes, continúa.

La de Seda Metamorfa es la lucha de una mujer desencajada que va contra las imposiciones del mundo patriarcal, contra los parámetros estéticos de la sociedad de consumo entre un mar de asimetrías impuestas como regla natural e indiscutible; una lucha por asumirse a pesar de todo y con todo en contra, a partir de un crucial comienzo kafkiano que revela el gusto de la autora por dialogar con otras literaturas. Es para destacar la construcción de algún pasaje que desde un hecho insípido -un camión con altoparlantes de esos que juntan trastos estropea la bicicleta de la protagonista, que termina por el piso y con la rodilla machucada- abre un crescendo que desemboca en un paroxismo capaz de hacer estallar una multicolor paleta de recursos poéticos, junto a una deslumbrante capacidad para captar, da capo al fine, la entonación del habla de un numeroso sector de la Buenos Aires por la que transitamos. Y si en un punto la protagonista se pone en evidencia como una “gran preferiría no hacerlo”, es esa actitud bartlebiana la que, lejos de condenarla a la inutilidad, sella su rebeldía.  

La propuesta consiste en una experiencia del lenguaje que solo merece ser leída y no se malinterprete que pueda tratarse de un significante vacío, una forma por la forma. Es que cualquier intento por explicar esta trama tan sencilla como anticonvencional y sincera no le rinde justicia. Y una vez más compruebo que el acto de leer un libro de Ana Ojeda no se parece a nada y nos presenta una materia en estado bullente, que es la literatura argentina del siglo XXI en plena fase de creación.

Claudio Ratier

 

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