Un lenguaje para un destino

 

Río de las congojas. Libertad Demitrópulos. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2020 (reedición)


Señala Ricardo Piglia, en el prólogo a Río de las congojas de Libertad Demitrópulos (1981), que esta novela es parte de lo que podemos definir como una ficcional trilogía del origen. Sus otros componentes son Zama de Antonio Di Benedetto y El entenado de Juan José Saer. Se puede agregar que, si para la tradición judeo-cristiana, el origen está en un paraíso del que fuimos expulsados y que nunca hemos dejado de añorar, el nuestro, como latinoamericanos o como argentinos, radica en un pasado no tan remoto como el bíblico, pero sí alejado de lo idílico y de cualquier añoranza. Porque nada puede ser más fácil de asociar a ese pretérito mundo fundante que aquello que concebimos como infierno. Y lejos de quedar enterrado en los siglos, ese infierno primordial resultó ser la cifra premonitoria de nuestro destino.

Narraciones de vidas -algunas, producto de la invención, otras, como el mestizo Lázaro de Venialvo, de la realidad- que derivan a través de un contexto histórico -la empresa colonizadora de Juan de Garay, fundador de Santa Fe y de Buenos Aires-, Río de las congojas es resultado de una tarea que le planteó a la autora el reto de “inventar” un lenguaje como puente hacia un lejano mundo colonial, que es la célula primigenia de nuestro pasado: “Yo me quedé a acompañar a mis muertos, que no me dan las ganas de seguir, ni las piernas, además. De tener menos años, un suponer, los hubiera secundado en tamaña locura. Por ahora es para mortificación, en derrotas y ventajas. Cuando llegué aquí, con Garay, yo era un mozalbete comedido y me vine sobre las aguas del río, que no soy de los que andan sobre la tierra”, dice Blas de Acuña al inicio de esta compleja ficción que tiene por heroína a su esposa, la mestiza María Muratore, también amante del fundador de ciudades. Una ficción que da voz a hombres y mujeres que vivieron y se sacrificaron para el olvido -o la ignorancia- del gran relato de la historia.

“A diferencia de otras novelas que se detienen en la minuciosa reconstrucción de época -dice Piglia- estos libros -los de la mencionada trilogía- buscan sobre todo definir una voz y una entonación”. Con su deslumbrante dominio de la herramienta que es el lenguaje, la autora construye una narración breve, terrible y de a largos tramos envuelta en una angustiante sensación de vértigo y perentoriedad, a la que reserva un final que nos sorprende. Y siempre el río, “el río tragahombres, más negro que nunca, río de las congojas, enemigo del amor”, omnipresente telón de fondo en su función metafórica de un trágico destino común.

Claudio Ratier

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