La chispa del otro Leonardo

L’ammalato immaginario (El enfermo imaginario), tres intermedios de Leonardo Vinci. Elenco: Marta Rossi (Erighetta), Sebastiano De Filippi (Chilone), Adriano D’ Alchimio (Lesbino). Dramaturgia y dirección de escena: Adriano D’Alchimio. Cappella Strumentale Italiana. Eleonora Votti, María Luz Vella, violines; Mercedes Sánchez, viola; Giselle Mirabello, violonchelo, Giovanni Panella, clave y dirección musical. Compañía Intermezzo. Con el apoyo de BA Música. En la Biblioteca Café. Función del 4/12/2021.


Sebastiano De Filippi (Chilone), Marta Rossi (Erighetta) y Adriano D'Alchimio (Lesbino) en el estreno de El enfermo imaginario, de Leonardo Vinci. Gentileza: Compañía Intermezzo

Es casi un lugar común considerar que la comedia envejece más rápido que la tragedia, y la historia del arte da buenas razones para pensar así. Sin embargo, la sospechosa unanimidad que se esconde tras las ideas más arraigadas merece, en ocasiones, ser revisada.

L’ammalato immaginario (El enfermo imaginario), tres intermedios napolitanos de 1726 de Leonardo Vinci, que acaban de ser estrenados en nuestro país, es un buen pretexto para hacerlo. Se trata de una obra que, como tantas de este género ligero, eran insertadas en los intervalos de obras serias más extensas (en este caso, L’ Ernelinda, del mismo autor), una práctica que hoy nos parecería inconcebible (salvo acaso por los no muy lejanos “números vivos” insertos entre películas de los que todavía algunos se acuerdan). Lo cierto es que la ignota Ernelinda (sic) tiene pocas chances de ser mejor apreciada que sus no menos ignotos hermanos menores: la flamante viuda Erighetta y el hipocondríaco Chilone.

In primis, unas palabras sobre Leonardo Vinci, un compositor cuyo nombre, tan cercano al del gran genio del Renacimiento, no ha contribuido a su mejor difusión. Vivió una corta vida (según las fuentes, entre 34 y 40 años), al igual que su epígono Pergolesi (¡tan sólo 26!), pero si además nos enteramos de que reemplazó en la capilla real de Nápoles nada menos que a Alessandro Scarlatti, el gran artífice de la ópera, la cantata y el oratorio napolitanos, y de la entidad de su creación, nuestras antenas se orientan rápidamente hacia su figura.

El amplio catálogo, tanto de óperas serias como de comedias, que vertebra su producción (basta con echar una mirada a la Wikipedia en italiano, que supera cualquier conocimiento previo que pudiéramos tener sobre el personaje) no incluye este intermedio en tres partes que la compañía Intermezzo, bajo la dirección musical de Giovanni Panella, acaba de presentar en la Biblioteca Café. El motivo es que se trata de una obra que se conocía de manera fragmentaria, tanto es así que su tercera parte fue detectada por la cantante Marta Rossi en la biblioteca del Conservatorio de Nápoles, en el marco de su tesis de graduación, y gracias a ese hallazgo podemos hoy disfrutarla en Buenos Aires por primera vez.

Aunque el final deja una sensación inconclusa (acaso por no ahorrar ambigüedades), la historia, inspirada en Molière, es la tantas veces contada del solterón rico y avejentado, y en este caso obsesionado por su salud, que cae en las redes de la viuda joven y ambiciosa, quien finalmente, tras disfrazarse de médico y recetar el matrimonio como santo remedio, logra su cometido. En medio de ellos, funge como engranaje esencial de la pieza el Lesbino (un asistente del obseso), personaje hablado a cargo de Adriano D’Alchimio, responsable además de la concepción escénica, quien aporta en español una dramaturgia actualizada para entender la pieza aun sin sobretitulado, con una chispa y seguridad en sus morcilleos que no tienen desperdicio.

Tampoco lo tiene el Chilone de Sebastiano De Filippi, maestro que reincide felizmente en el canto mostrando una vena actoral notable en esta encarnación del hipocondríaco que resulta contundente en su construcción, apoyada en una voz baritonal robusta en volumen y capaz de dotar al personaje de sus rasgos más desopilantes. Marta Rossi asume el rol de Erighetta en toda su engañosa ingenuidad, de la mano de un registro lírico ligero y una natural belleza que la tornan ideal para el papel.

El aspecto musical, bajo la guía del maestro Panella, también se sumó al humor con sutiles agregados (por ejemplo, la cita de la Marcha Fúnebre de Chopin en uno de los recitativos, entre otras), logrando con un ensamble de cámara un contexto sonoro estilísticamente válido y totalmente adecuado al ámbito.

No podemos dejar de señalar que este Ammalato immaginario revive con tanta actualidad debido al excelente trabajo teatral que atraviesa toda la propuesta, con gags inesperados y una necesaria inmediatez con el público, pero tampoco se puede soslayar que la obra resiste este aggiornamiento: es más, lo pide y se muestra así en todo lo que de genuino tenía en su origen. Este estreno de Leonardo Vinci abre una nueva senda para el teatro musical del siglo XXI, módica en sus recursos, pero ambiciosa en sus perspectivas.

Como dato final, merece consignarse que la propuesta se realizó con el apoyo de BA  Música, un programa de subsidios del Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires que, contrariamente a lo difundido, no está pensado sólo para géneros de música popular, aunque si L’ammalato immaginario no es popular, uno debería preguntarse: lo popular, ¿dónde está?

Daniel Varacalli Costas

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