La vigencia de un género

Lalo Schifrin: Modern Quartets Nos. 1 y 2. (Cuartetos “modernos” para cuerdas Nos. 1 y 2). Tango del atardecer. Cuarteto Estación Buenos Aires. Rafael Gintoli, Gabriela Olcese, violines. Ricardo Bugallo, viola. Siro Bellisomi, violonchelo. Sala Argentina del CCK. Función del 2/12/2021.

        Eugenio Scavo presenta los dos Modern Quartets de Lalo Schifrin por el Cuarteto Estación Buenos Aires.

Dos estrenos mundiales se produjeron en la Sala Argentina del CCK: se trata de dos cuartetos para cuerdas del ya legendario Lalo Schifrin. Mucha agua pasó bajo el puente desde la partida de aquel a quien en la Argentina se lo sigue identificando con la música de la serie Misión Imposible: más de medio siglo tiene esa banda de sonido, y ya casi 90 años su creador.

Conocer dos obras nuevas de un compositor que su país no ha seguido, quizás, demasiado de cerca, es de por sí un acontecimiento. Porque si bien Schifrin desarrolló su carrera en Estados Unidos –tan “americano” es que además habita, en Beverly Hills, la casa que perteneció a Groucho Marx- lo cierto es que su figura es un pedazo de la mejor tradición argentina flameando por el mundo. El padre de Schifrin –Luis- era guía de segundos violines en la Orquesta Estable del Colón; su hijo estudió con Enrique Barenboim, el padre de Daniel, y con Juan Carlos Paz, y tocó con Piazzolla, todo esto antes de que el genial Dizzie Gillespie se lo llevara para siempre al gran país del Norte.

La historia de estos dos cuartetos que acaban de darse a conocer también es interesante. Tiene como epicentro a Eugenio Scavo, notable programador musical, como lo demostraron sus temporadas en el Templo Amijai, y también uno de los hombres con más historia en el Teatro Colón, cuya oficina de Promoción capitaneó durante décadas. A comienzos de este año, Scavo recibió la llamada de Daniel de Quesada, nieto de un señero empresario musical, quien le hizo saber de la existencia de estas dos obras aún sin estrenar del compositor argentino. Rápidamente, Scavo reclutó al cuarteto liderado por Rafael Gintoli e integrado por varios de los mejores músicos de cuerdas de la Argentina, y comenzó la tarea de coordinar los ensayos, la grabación y finalmente el estreno de estas obras, cuyas dificultades, según el testimonio de los intérpretes y de nuestros oídos, no son por cierto menores.

Ambas partituras respiran “idiomas” bastante diferentes. El Modern Quartet No. 1, con sus cuatro canónicos movimientos, comienza con un gesto muy típico de la retórica del jazz, aunque pronto despliega un sendero de permanente sorpresa. Frases imitativas, cambios de métrica y una increíble diversidad de ideas musicales lo convierten en un verdadero mosaico, en el marco de un discurso donde, al menos en el primer movimiento, parece prevalecer la tensión y los procedimientos derivativos por sobre la concisión formal. El Scherzo mitiga este carácter con frases, si se quiere, más sentimentales, el tercer movimiento comienza con una lograda línea del chelo contra el pizzicato de sus compañeros, instalando un clima más piazzolliano, y en el final predomina el juego contrapuntístico de las voces. Aunque no oculta su filiación al jazz y la música norteamericana (también Piazzolla se nutrió de esto), el Modern Quartet No. 1 aspira a un status clásico. El enfoque del Cuarteto Estación Buenos Aires privilegió este aspecto, optando por mitigar los arranques idiomáticos en pos de un toque más académico que la obra no sólo permite sino también solicita.

El Modern Quartet No. 2 resulta algo más cercano para el oyente argentino. Está pregnado de un aroma de tango, aunque no se limita a él (como tampoco lo hacen el folklore porteño ni mucho menos el argentino). Hay aires del Piazzolla de Adiós Nonino o Fuga y misterio, en frases que el maestro Gintoli asumió con un sonido y hasta una gestualidad altamente comunicativa; el segundo movimiento incluye golpes en la caja del violonchelo sobre un telón sonoro más bien nostálgico y un ritmo que por momentos evoca la habanera. Fundidos, los dos últimos movimientos comienzan con un retórica tanguera pero conducen a un clima otoñal en el que resuena el canto de los pájaros (“jungle birds”), significativa ofrenda de un compositor que fue, también, alumno de Olivier Messiaen pero que se siente, al mismo tiempo, profundamente americano en toda la saludable extensión de ese término.

En medio de las dos obras se dio a conocer el arreglo para cuarteto del Tango del atardecer (que en otra versión integró la banda de sonido de Tango de Carlos Saura). Se trata de una pieza tanguera evolucionada, con un vibrante diálogo entre los dos primeros violines, lírica o rítmica según los momentos, y con una reminiscencia muy amplia de la mejor música “melódica” popular de todos los tiempos.

Si bien no se incluyó una pieza anunciada periodísticamente (“Carta a mi padre”), no faltó en cambio el esperado bis con el tema de Misión imposible. Con el rostro del Schifrin más joven proyectado de fondo (y hasta un saludo grabado del compositor, que se intercaló), los cuatro avezados intérpretes dieron así un celebrado corolario a una jornada de alto compromiso técnico y expresivo. Aportando un nuevo capítulo a la saga iniciada por el Kronos Quartet, quedó certificada con creces la vigencia y la ductilidad de uno de los géneros centrales del repertorio académico occidental, que todavía, a despecho de su escasa frecuentación, sigue teniendo mucho para decir.

Daniel Varacalli Costas

 

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