El mal, el mal…
Qué
novedad si digo que Martín Kohan es un escritor imprescindible. Cuando en un
futuro se busque dilucidar ciertos mecanismos del poder durante la última dictadura
cívico-militar, Ciencias Morales será una de las más aconsejadas
lecturas. Porque ilustra con total acierto la estrategia y su táctica al
momento de penetrar en los más recónditos estamentos de la sociedad, valiéndose
de las flaquezas de tantos individuos anónimos e insignificantes que están
dispuestos a todo.
En
Confesión, novela en tres partes lanzada en 2020, va más allá. Uno de
los temas principales es el mal, que astutamente se sirve de gente que puede
definirse como “normal e intachable”, para ponerla a su servicio y colocarla al
frente de las más oscuras operaciones. Dicho de otra manera: ciudadanos
ejemplares tienen la oportunidad de revelar su peor costado y superar todo
extremo, lo que equivale a aplicar el mal sin límites. Como uno que nos es
presentado de adolescente, que cada sábado al mediodía llega a su pueblo para
dejarlo al caer la tarde del domingo, momento de regresar al colegio de Buenos
Aires donde estudia como pupilo. Con el guiño de Tánatos desde su nacimiento, lleva
los nombres de sus hermanos mellizos muertos a poco de nacer y se llama Jorge
Rafael Videla. Esto corresponde a Mercedes, el primero de los tres
relatos que conforman la novela y cuyo personaje principal es Mirta López, la
abuela del narrador en su etapa preadolescente, obsesionada con ese joven
algunos años mayor que ella. Ese joven que, visto en perspectiva, desde
temprano y con la bendición de la cruz estuvo destinado a velar por un estilo
de vida y a restituirle a la patria el orden que le dieron sus dueños en el
siglo XIX, a espaldas de las mayorías. La descripción del joven Videla y su
familia en plena misa da escalofríos.
En
el segundo relato, Aeroparque, el mal está instalado y su poderío en
etapa de pleno despliegue, lo que lo hace invulnerable. Una célula del ERP
desarrolla una operación desde las entrañas de la ciudad de Buenos Aires, que
previsiblemente -al menos para el lector- resulta fallida. Y de fondo Videla,
pulcro y erguidito como en las fotos y filmaciones -esas que según las épocas
vimos con hartazgo o espanto-, con su pelo corto y esa nuca rígida que es signo
de una personalidad y una manera de vivir. Este relato se basa en la acción
guerrillera conocida como “Operación gaviota” (18 de febrero de 1977).
Kohan
también aborda el tema del Río de la Plata, en cuanto a lugar al que la ciudad
decidió darle la espalda -al menos hasta la puesta en marcha de ciertos
emprendimientos inmobiliarios que buscan acapararlo en forma exclusiva-. Ese
estuario de ignominia con esas aguas color barro o color cloaca, al que van a
parar los más variados desechos. Y las entrañas de la ciudad, con todos esos
cauces de agua que fueron tapados por el progreso y que también van a
desembocar allí. Un submundo que refleja una Argentina oculta bajo cuyas capas
se confeccionan y desarrollan tramas siniestras, o alguna operación fallida
como la del comando guerrillero.
Pero
Confesión también trata sobre la fatalidad y el ocultamiento de eso que
siempre yace en el fondo de la conciencia, y que no es más que la verdad que
termina por destaparse. Mirta López reaparece en Plaza Mayor, la última
parte. En medio de un partido de truco con su nieto -juego que para practicarlo
requiere saber mentir- lleva a cabo la acción que da sentido al título del
libro. La confesión de una verdad contra la que nada puede la devastación de la
vejez, que ya no resiste el silencio y que sale a la luz porque no hay nada más
grande que la necesidad de contar, de confesar. Y es con su última confesión
-en la primera parte ir al confesionario es una práctica reiterada-, que se
pone al desnudo lo lejos que puede llegar el ciudadano común con su fatal
inocencia, cuando en la sociedad el mal se ha desbocado y opera sin freno.
La
técnica narrativa de Martín Kohan, tan alejada de adjetivaciones y giros cuya
finalidad hubiese sido describir el infierno que fue la Argentina durante un
período nefasto, le da a Confesión un funcionamiento de admirable y
precisa eficacia. Un estilo llano y distanciado de ese golpe de efecto al que asistimos
tantas veces, sumado un magistral manejo de lo “no dicho”, modelan este texto
que no necesita de excesos del lenguaje para exponer la gestación del mal hasta
su apogeo y el posterior alumbramiento de la verdad.
Claudio Ratier
Excelente crítica!
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