El gran bazar del mundo
Souvenir, de Guillo Espel. Guillo Espel Cuarteto: Oscar Albrieu Roca (vibráfono, marimba, batería, crótalos, gran cassa, gongs, tam-tam, campanas, accesorios de percusión), Damián Foretic (bandoneón), Pedro Carabajal (violonchelo), Guillo Espel (guitarra, guitarra eléctrica, bajo eléctrico, piano, dirección musical). Músicos invitados: Nicolás Guerschberg (piano); Guadalupe Farías Gómez (canto), Elías Gurevich (violín) Horacio "Mono" Hurtado (contrabajo). Recitado: Silvia Hopenhayn. Programa: En el bosque (Guillo Espel), Hiedra al sol (Luis Alberto Spinetta, versión de Guillo Espel), Siempre un nuevo atardecer (Guillo Espel), Impersonation II (Guillo Espel), Piedras sagradas (Letra de Eduardo Guerschberg, música de Guillo Espel), Cada día de Julia (Guillo Espel), La viga del cielo (Letra de Santiago Espel, música de Guillo Espel), Impersonation I (Guillo Espel), Siluetas blancas (Guillo Espel), Tarde de invierno (Manolo Juárez, versión de Guillo Espel).
Guillo
Espel acaba de presentar Souvenir, su
quinto trabajo discográfico, en formato totalmente digital y disponible en
todas las plataformas. En su caso, la ausencia del soporte físico no impide lo
esencial: la organización de los materiales, la búsqueda y la plasmación de un
concepto. Armar un álbum es como programar un concierto, pero también es algo
más difícil y riesgoso: el vivo es efímero, lo grabado tiene vocación de
permanencia.
Y
precisamente Souvenir se llama esta
propuesta, palabra francesa que oscila entre el objeto que trivializa el
recuerdo y lo que subyace a él (sub-venire), lo que soporta la memoria, lo que la
hace posible cuando el objeto está lejos o, lo que es casi lo mismo, ya no
está.
Souvenir es una fragancia concentrada de
todo lo que hemos escuchado de Guillo Espel: está allí su voz, su filosofía
musical, su creatividad sin etiquetas. Tras una primera escucha me tienta
compartir la sensación de que se trata de una música amable, y se impone
aclarar que no encuentro en este adjetivo absolutamente nada peyorativo. Con
amable quiero decir que la música de Espel incluye al otro, o sea al oyente. No
es una música replegada en sí misma, con el blindaje de mucha música académica –o
no- que simplemente se plantea un trabajo puramente endogámico sobre los materiales, un
concepto que se ha hecho extensivo a otras artes –como la poesía- y que
oblitera al otro sin pudor y sin ideología. Nada de esto sucede en Souvenir, donde la música acompaña sin
ahogar y comunica insinuándose, en una verdadera sinestesia de imágenes. Al
mismo tiempo, esa amabilidad inclusiva no parece implicar ningún tipo de
concesión al otro: el creador está allí, con su
bagaje, que es complejo y sensible en un sentido muy propio, y no hay
nada que lo haga claudicar de él.
Espel
organizó su material con un inteligente sentido de los contrastes: de texturas,
orgánicos e intensidades, al mismo tiempo que un sutil hilo conductor
(representado por una suerte de sonido puro) suelen dar una sensación de
totalidad, o dicho de otro modo, nos impulsa a seguir escuchando sin
interrupción. Por otra parte, hay una complejidad que pasa por lo tímbrico: la
elección de los instrumentos (una abundante y colorida percusión, delicadamente
utilizada), bandoneón, cuerdas, guitarra, piano, clarinete, flugelhorn, cada uno aportando su color con
un innegable sentido de la oportunidad, son esenciales a esta música.
Ya
en otro plano, ¿tiene sentido preguntarse qué tipo de música hace Guillo Espel?
Realmente no. De estos diez temas, ocho son de su autoría; los otros dos pertenecen
respectivamente a Spinetta (Hiedra al sol) y el que cierra el disco, a Manolo
Juárez (Tarde de invierno). Son poesía pura, vocal la primera, en la voz de
Agus Voltta, instrumental la segunda, con la guitarra a cargo de Espel, que
parecen jugar con la nostalgia de lo ido, como verdaderos souvenirs. Porque podemos encontrar no sólo estas dos nuevas versiones
sino también muchas huellas de la música argentina en Souvenir: del rock nacional, pero también del tango (es inevitable pensar
en él apenas uno escucha el bandoneón), del folklore del litoral o andino,
y también de cierta elegancia de líneas que la propia música académica
argentina ensayó alguna vez cuando el optimismo, fundado o no, pero real,
soñaba con un país más próspero y, una vez más, inclusivo. La música de Guillo
Espel no renuncia a ninguna posibilidad: como dice Borges, tiene derecho a
todas las tradiciones desde esta orilla del mundo. Y las ejerce.
Algunas
breves sensaciones de cada tema: la placidez y riqueza tímbrica, no exentas de cierta
tensión, de En el bosque; la sutil
insinuación sonora que nos lleva de la mano al tema de Spinetta; las cuerdas en
armónicos que guían, ahora, hacia otro timbre, el de las placas en Siempre un nuevo atardecer; la
sensualidad del flugelhorn en Impersonation II, la nostalgia en Piedras sagradas. Las dos bandas
siguientes convocan a un quinteto de cuerdas, pero utilizado de tal manera que
lo “clásico” aparece en la cualidad del sonido, no en el lenguaje, aunque Cada día de Julia es, probablemente, y sólo en un sentido estrictamente tradicional, la pieza más bella de toda la propuesta.
Sigue un contraste esperado –aparece el ritmo por primera vez de manera patente-
en La viga del cielo, con la voz de
Guadalupe Farías Gómez; Impersonation I
convoca al vibráfono y al clarinete, dos timbres que saben acariciar el oído;
la placidez retorna en Siluetas blancas,
aunque un agudo jalonado por misteriosos golpes de percusión nos conduce a Tarde de invierno, donde la guitarra de
Espel vuelve a seducir con sus armónicos.
El
trabajo, estupendamente grabado, incluye el recitado de un soneto de Baudelaire –Correspondences- que sintetiza el apacible vértigo –si se
me permite el oxímoron- de las imágenes que propone el músico: colores, sonidos, fragancias,
texturas, sabores: el gran bazar del mundo a nuestra disposición. Traduzco con alguna licencia los dos últimos tercetos, que parecen definir mejor que cualquier
teoría la poética de nuestro músico: “Hay perfumes frescos como carnes de niños
/ dulces como oboes, verdes como praderas / y hay otros, corrompidos, ricos y
triunfantes / dueños de la expansión de cosas infinitas /el ámbar, el almizcle, el benjuí
y el incienso / que cantan al transporte del alma y los sentidos.”
Daniel Varacalli
Costas
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