Concord de alto vuelo
Sonata Concord. Joonas Ahonen, piano. Arnold Schönberg: Suite para piano, Op. 25. Bernhard Gander: Peter Parker. Charles Ives: Sonata No. 2 “Concord, Massachussetts (1840-60)”. Músicos invitados: Diana Gasparini, viola. Patricia Da Dalt, flauta. Ciclo Colón Contemporáneo. Teatro Colón. Función de 15-7-22.
Se
preveía como un gran acontecimiento musical, y conviene anticipar que lo fue. Desde
hace más de una década, el Ciclo Colón Contemporáneo, curado por Martín Bauer,
nos conecta desde el Teatro Colón con lo que ya son clásicos -y no
contemporáneos- para la historia de la música occidental, y lo hace a través de
los intérpretes más comprometidos con este repertorio. No en vano denunciaba Boulez
que uno de los motivos de resistencia a la música del siglo XX eran sus
deficientes interpretaciones: este ciclo, par
contre, le da la razón a Boulez.
El
concierto que se reseña fue dedicado a Pedro Pablo García Caffi, fallecido el
pasado 1 de julio, quien además de haber sido director general del Colón
durante seis años y en su reapertura, fue quien creó este ciclo y lo incluyó en
la programación regular.
La
propuesta fue titulada con el plato fuerte del menú –la Sonata “Concord”, de Charles Ives- aunque su ubicación en el
programa, como se verá, no resultó un dato tangencial.
Tampoco
lo es el haber elegido para interpretarla al finlandés Joonas Ahonen, quien
cuenta ya 38 años pero sin duda, desde su aspecto, su vestimenta y su actitud frente
al teclado, se ve más cercano a las generaciones que hoy atraviesan los 20 que
a la de aquellos pianistas que todavía ejecutan Chopin de impecable frac. Pero atención:
Ahonen no es menos que ellos; es un virtuoso indisputable, lleno de energía, de
un desenfado sin alardes, una concentración pasmosa y una comunicatividad capaz
de hacer brotar agua a las piedras.
Alertábamos
más arriba acerca de la relevancia del programa in totum: efectivamente, el concierto abrió con la Suite Op. 25 de Schönberg –acaso la
primera obra sistemática para piano donde la serie recorre cada movimiento-, prosiguió
con una pieza del austriaco Bernhard Gander, nacido en 1969 e inspirada, como
su nombre lo indica, en el alter ego
del Hombre Araña; y cerró con la obra que le da título: la monumental segunda sonata
de Charles Ives, el norteamericano que, al margen de todo contexto cultural
(era un exitoso empresario de seguros de la pujante Norteamérica de comienzos del
siglo XX) se adelantó a las vanguardias europeas experimentando con la música a
todo nivel. El recorrido del concierto colocó a Ives como coronación de un
camino, pero demostró que funge como bisagra entre el patriarca consagrado y el
compositor de hoy; como prueba de que el arte tiende puentes entre culturas y
tiempos distintos, y que permite un hecho mágico: el diálogo entre ellos.
Ahonen
abordó el Opus 25 de Schönberg con profunda expresividad y al mismo tiempo
total soltura. Esta flexibilidad hizo evidente al oído –aun sin que éste se
entere formalmente- de que esta suite apuesta a la unidad del material mediante
una serie que se va transformando por diversos procedimientos. Algo similar logró
Barenboim cuando hizo Farben, pero
Ahonen es distinto: su enfoque está liberado del fantasma de las solemnidades
románticas, no necesita remitirse a ellas para ser expresivo, salvo quizás en
la Giga final, donde el pianista arriesgó una direccionalidad de vieja data. No
es necesario en todo caso ese gesto para emancipar la singularidad de la música
de Schönberg, que quizá sólo en el siglo XXI comience a ser comprendida más
auténticamente.
La
obra de Gander resultó la más sencilla del concierto; no para interpretarla -ya
que es exigente, una suerte de estudio para el vértigo-, sino por ciertas
convenciones que delatan su anclaje en la cultura del comic, el cine y genéricamente lo audiovisual: usa las tesituras
extremas del teclado, es motórica a más no poder, y sus guiños pueden ser
seguidos por una oreja actual medianamente predispuesta a reconocerla como eco
de otras escuchas más o menos conscientes.
Con
Charles Ives, la complejidad vuelve a entrar en escena porque, en efecto, la Sonata Concord es una cosa seria. Es sonata
por sus cuatro movimientos que siguen en un plano formal la alternancia de tempi y de carácter de la sonata
clásica. Pero hay mucho más: su concepción es primordialmente filosófica.
Concord es un lugar de Nueva Inglaterra donde se puede decir que nació Estados
Unidos culturalmente; cada movimiento está dedicado a un gran escritor o
pensador de ese país: Emerson, Hawthorn, los Alcott (Bronson y su hija Loiusa
May) y finalmente el iconoclasta Thoreau. Está escrita para piano, aunque en el
segundo segmento algunos clusters
requieran un taco de madera para hacerlos sonar, y también aparecen, al final
del primero y el último movimientos, unos compases respectivamente dedicados a
la viola y a la flauta, muy bien servidos desde un palco avant scene por Diana Gasparini y Patricia Da Dalt.
Joonas
Ahonen demostró una seguridad total en el control de los materiales a su cargo.
En el primer tiempo su enfoque fue macizo, con dominio pleno de las tensiones,
que son muchas, como corresponde a un movimiento de presentación en un sentido
clásico. Por otro lado, se aprecia aquí un motivo que seguirá oyéndose en la
obra como tributaria que es de la forma cíclica (consistencia interna que la
vincula al Schönberg inicial). El segundo movimiento sacude con sus acordes
intempestivos y sus ramilletes de notas, remedando al viejo Scherzo. El tercero
es un ejercicio de solemnidad casi religiosa (uno imagina el entorno de los
Alcott), interrumpido por el tema de la Quinta
de Beethoven; el último podríamos ubicarlo en el bosque y la laguna de Walden,
cuya atmósfera es reconstruida a partir de una cantilena misteriosa, un
registro agudo sorprendentemente regido por la mano de Ahonen, y la
intervención de la flauta que remite a Pan, a una antigüedad sin fecha, como acaso
hubiera querido Thoreau.
El
pianista finlandés logró que un vector emocional recorriera todas estas obras de
comienzo a fin; la recepción del público demostró que los clásicos ya han
engrosado su canon, y que por consiguiente éste atraviesa un proceso de
reformulación. No en vano Ahonen es un cultor tanto de los instrumentos de la época
barroca como de la música del siglo XX: la sutil coherencia de esos extremos es
la base de la escucha de hoy.
Daniel Varacalli
Costas
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