El genial camarada Shostakovich
Orquesta Sinfónica Nacional. Director: Gustavo Fontana. Programa: Obras de Dmitri Shostakovich. Obertura Festiva, Op. 96. Concierto para piano No. 2 en Fa mayor, Op. 102 (Solista: Anna Miernik, piano). Sinfonía No. 5 en Re menor, Op. 47. Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner. Función del 17/9/22.
La Orquesta Sinfónica Nacional prosigue con su ciclo de conciertos en el Centro Cultural Kirchner, con carácter gratuito, interesantes programas y apreciable respuesta de público. La noche del concierto que se comenta, la Filarmónica de Buenos Aires tocaba en el Colón; es bueno que haya público para todo, pero no que se den estas disyuntivas de hierro para el oyente inquieto (a favor de la Sinfónica rescato que, desde hace muchos años, los viernes han sido sus días de presentación).
La
presencia en el podio del maestro Gustavo Fontana garantiza un alto nivel
artístico. Trompetista, arreglador, músico integral si se quiere, Fontana se
mueve con igual destreza en la música popular en formato sinfónico como en la
dirección orquestal pura y dura; esta suerte cinta de Moebius parece
retroalimentar su experiencia con elementos que enriquecen su enfoque y hasta
su relación con los músicos.
En
esta ocasión encaró un concierto monográfico, esto es, dedicado a un solo compositor:
el ruso Dmitri Shostakovich, personalidad central no sólo de la música
soviética, a cuyo través puede leerse casi la historia de un siglo, sino de la
música del siglo XX en términos universales. Las obras elegidas hicieron de
este programa un buen muestrario de las capacidades creativas del autor: la Obertura Festiva es de 1954 y fue
compuesta para celebrar el 37º aniversario de la Revolución Rusa, el Concierto
para piano No. 2 es de 1957 y Dmitri se lo dedicó a su hijo Maxim, pianista, en
su 19º cumpleaños, y la Quinta Sinfonía
data de 1937.
La
Obertura es breve, brillante, de gran
lucimiento para los bronces; la Sinfónica la interpretó con tempo ágil y energía inusual para el
comienzo de una función.
Los
dos conciertos para piano de Shostakovich son obras maestras en su género; el Segundo es más “clásico” que el primero,
ya alejado del compositor revolucionario de la Cuarta Sinfonía, su ópera Lady
Macbeth de Mtsensk y cercano a su intenso octavo Cuarteto para cuerdas; la dedicatoria a su hijo parece haberle
inspirado un lirismo que se hace patente en el bellísimo, en término tradicionales,
movimiento lento (acaso como a Wagner el Idilio
de Sigfrido).
La Sinfonía No. 5 de Shostakovich es una piedra angular del repertorio sinfónico de todos los tiempos, y se ubica en el cruce justo de los gestos estéticos que fueron definiendo la personalidad artística del compositor. Es precisamente esa ambigüedad entre propaganda y denuncia, ese cruce entre lo aparentemente festivo y lo profundamente angustioso, lo que hace de esta partitura un juego apasionante de develaciones y misterios. El momento culminante de este juego se da en el corazón del primer movimiento, cuando al cesar de repente la caricaturesca fanfarria militar que lo corta por la mitad deja oírse nuevamente el tema inicial, de una manera agónica, como un fantasma que siempre hubiera estado allí debatiéndose. La genialidad del autor es que esta dicotomía, si bien plantea un desafío interpretativo nada menor, está resuelta en la misma partitura de manera brillante, en las dosis justas, producto de quien vivió estos tironeos existenciales en carne propia.
La
interpretación de Fontana y los sinfónicos fue eficaz en términos generales y
muy bien recibida por el público. Ahora bien, desde el centro de la platea, se
confirma lo que viene advirtiéndose desde presentaciones anteriores, y es que
la Sinfónica Nacional, saludablemente renovada en buena parte de sus filas,
debe trabajar en la mejora de una sonoridad global (en especial en las cuerdas
más agudas, que carecen de espesor y volumen, como se oyó en el largo comienzo)
y que no haga de sus filas compartimentos estancos, sino planos adecuadamente
balanceados (por caso, el arpa sonó desvinculada del resto de la orquesta en cuanto
a volumen y tono, lo mismo sucede a menudo con los vientos). Se trata de un
desafío que no puede lograrse en unas pocas sesiones, sino que es producto de
un trabajo concertado y sostenido en el tiempo que sin duda está destinado a
lograrse.
Finalmente,
cabe agregar que estas presentaciones carecen de programa de mano, lo que
dificulta (al margen del buen servicio de prensa) el seguimiento de la
información mínima de obras e intérpretes, máxime en un ámbito donde no se
puede, ni se debe, utilizar el teléfono. Supliendo esta deficiencia, los
maestros suelen dirigirse al público, y en esta ocasión Gustavo Fontana lo hizo
con especial esmero, poniendo en contexto con elementos mínimos (dada la
obligada brevedad), la génesis de la Quinta
Sinfonía (además de hacer docencia pidiendo con respeto no aplaudir entre movimientos en favor de la concentración de los músicos). Las encontradas lecturas que tras el concierto algunos asistentes
manifestaron, informalmente o en redes, me obligan a destacar la precisión de
lo expresado por el director junto a la virtud de lo programado por el organismo.
La particular coyuntura que vive el mundo no habilita a objetar a un compositor
soviético como tampoco a uno polaco, ni mucho menos a atenuar o relativizar el
horror que estos pueblos atravesaron durante buena parte del siglo XX. En cualquier
caso, susceptibilidad y paranoia fueron los ingredientes básicos del veneno
stalinista, cuyo mejor fruto en materia de cultura acaso haya sido el
torturado, ambiguo y genial camarada Shostakovich.
Daniel Varacalli
Costas
Como siempre ,acertados e ilustrativos los comentarios de VC . Comparto la excelencia de la pianista en la interpretación del Concierto y lo deslucido del Nocturno
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