El regreso de un tenor admirable
Javier Camarena, tenor. Ángel Rodríguez, piano. Vado ben spesso cangiando loco (Giovanni Bononcini); J’ai perdù mon Eurydice (de Orphée et Eurydice, de Christoph Willibald Gluck); Ombra mai fu (de Serse, de Georg Friedrich Händel); Me voglio fa na casa, de Gaetano Donizetti; La danza, de Gioachino Rossini. Spirto gentil (de La favorita, de Gaetano Donizetti). Pourquoi me réveiller? (de Werther, de Jules Massenet); La mia letizia infondere (de I lombardi alla prima crociata, de Giuseppe Verdi); Aprile, Apri!, Vorrei morire!, Chitarra abruzzese (Francesco Paolo Tosti); La roca fría del calvario (de La dolorosa, de José Serrano); No puede ser (de La tabernera del puerto, de Pablo Sorozábal). Mozarteum Argentino. Teatro Colón. Función del 16/5/2025.
Con
más que valiosos antecedentes locales, ha regresado a nuestro país uno de los principales
tenores de hoy: Javier Camarena. Recordemos que en 2017 debutó en el Colón con
un recital junto a la Filarmónica de Buenos Aires, a lo que siguió en 2022 una doble
presentación que incluyó otro recital, esta vez al piano, previo a su
participación junto a Nadine Sierra en L’elisir d’amore.
Camarena
se nos ha mostrado siempre en una plenitud de medios, que en esta ocasión se
encontraron completamente afianzados. Luego de un saludo y simpáticas palabras,
plenas de lugares comunes pero que infaliblemente encuentran eco positivo en el
auditorio, arrancó lo esperado.
Ángel
Rodríguez, su acompañante habitual, se mostró mucho
más expresivo y seguro que en su visita anterior, lo cual significó un aporte de mucho valor
a la feliz velada.
Al
comienzo se apreciaron dos arias barrocas, una de Bononcini y otra de Händel,
con un aria de Gluck en el medio. Si bien la música de estos períodos es, desde
hace tiempo y por regla general, encarada con criterio filológico, no fue el
caso de Camarena, que lo hizo bajo una visión romántica (así comenzó el
historicismo en Europa, entre fines del ‘800 y comienzos del ‘900). Esto es
sumamente valedero, pues para satisfacer las expectativas de quienes hubiesen
pretendido otro enfoque, se hubiese necesitado otra instrumentación (no un
piano Steinway de cola), otra afinación y… otro cantante. Con honestidad
artística, todo enfoque es valedero.
Javier
Camarena es un tenor lírico “de agudos”, o si prefieren “de sobreagudos”, donde
su voz, si bien es entera a lo largo de todo el registro, se explaya en esos
extremos como corresponde a un cantante de su tipo (alguna eventual “suciedad”
en el centro que más de uno señaló sottovoce a lo largo del espectáculo
-¡le sucede a la mayoría de los cantantes!- no hace mella en una labor
soberbia).
El
programa de un recital tiene dos opciones. Girar alrededor de un concepto, o
ser sumamente ecléctico. Lo escuchado
pertenece al segundo tipo y fue acertado apreciar Me voglio fa’ na casa
de Donizetti y la infaltable La danza de Rossini. La segunda parte abrió
-no estaba anunciada en el programa- con Spirto gentil de La favorita
de Donizetti, donde Camarena se mostró bajo todo punto de vista admirable, lo
mismo que en su versión de Pourquoi me reveiller de Werther, y de
La mia letizia de I Lombardi, a no dudar la primera aria verdiana
importante escrita para la cuerda de tenor.
Fue
otro gran acierto dedicarle una sección a Francesco Paolo Tosti, ese admirable
cultor de la romanza de salón que triunfó como maestro de las damas de la
aristocracia londinense (fue él quien le presentó a su amigo Puccini a su
alumna Sybil Seligman, quien se convirtió en la más cercana confidente del
maestro de Lucca). Y para concluir dos arias de zarzuela infaltables en el
repertorio de un tenor hispano-parlante. La roca fría del calvario de La
Dolorosa, de Serrano, y No puede ser, de La tabernera del puerto de
Sorozábal.
Así
concluyó lo anunciado para el recital de uno de los más grandes tenores del
momento (sin olvidarnos de Piotr Beczala, al que también conocimos en vivo y en
directo gracias al Mozarteum hace poco tiempo) y llegaron los bises.
El
tenor es muy generoso a la hora de ofrecer números fuera de programa, para el
caso una selección de canciones de su país entre las que sobresalió Malagueña,
la cual le permitió hacer gala de un generoso virtuosismo en el manejo del
falsete. Es agradable, a modo de agasajo al país anfitrión, ofrecer una serie
de tangos, género cuya fama mundial no es necesario resaltar y que cuenta en
México con gran devoción. Camarena puede cantar música popular, qué duda cabe. Pero,
al menos para quien escribe y dicho con el más sincero respeto hacia el admirable
artista, hubiese sido preferible una breve selección de arias de ópera, o canzonette
napoletane no tan trilladas como O sole mio, la elegida para
despedirse de este público que le guarda tanta admiración.
Gracias
al Mozarteum presenciamos el arte de un artista superlativo y no hay que perder
las esperanzas de volver a recibirlo en Buenos Aires, ¿y por qué no como protagonista
de una ópera sobre el escenario del Teatro Colón? Ojalá los tiempos y la
economía lo hagan posible.
Claudio Ratier
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