Clásicos hasta la médula

Deutsche Kammerphilharmonie Bremen. Glenn Christensen, concertino y director. Programa: Sinfonía simple, de Benjamin Britten. Concierto para piano y orquesta No. 3 en Do menor, Op. 37, de Ludwig van Beethoven. Solista: Jan Lisiecki, piano. Sinfonía No. 38 en Re mayor, K. 504 “Praga”, de Wolfgang Amadeus Mozart. Mozarteum Argentino. Teatro Colón. Función del 17/10/2022.

El pianista Jan Lisiecki como solista con la Deutsche Kammerphilharmonie, dirigida por el concertino Glenn Christensen. Foto: Liliana Morsia / Gentileza Prensa Mozarteum Argentino

En la anteúltima función de su ciclo del 70º aniversario, el Mozarteum Argentino presentó a la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen, una prestigiosa orquesta de cámara alemana de algo más de 40 miembros que tiene su sede en Bremen desde 1992. Su base originaria, sin embargo, fue en la ciudad de Frankfurt, donde fue fundada en 1980.

La gira se había anunciado con el violinista Christian Tetzlaff, cuya cancelación fue sabiamente resuelta por la entidad al convocar en calidad de solista al pianista canadiense Jan Liseicki, de 27 años y enorme y merecida fama.

Pese a su número, la orquesta toca sin un director convencional, dejando esta función en manos de su concertino Glenn Christensen, quien demostró con su amplio gesto al empuñar el arco una acentuada capacidad de liderazgo. Claro está que, con las manos o desde el arco, la dirección de una orquesta de este calibre no se produce por lo que sucede en el escenario, sino por el trabajo previo y sostenido que modela la manera en que suena y encara su repertorio. No de otro modo, la Deutsche Kammerphilharmonie demostró en un programa con tendencia a lo convencional, pero al mismo tiempo diverso, un enfoque interpretativo consistente y uniforme. Sus rasgos no son ajenos a las tendencias en los grupos de cámara ampliados de los últimos 20 años: el historicismo dejó sus marcas y así, aun los conjuntos como el que aquí se reseña, que cuentan con instrumentos modernos, abrevan en el campo de lo históricamente informado, y a menudo resultan más radicales que quienes abrieron en su momento este camino. Como notas salientes, la orquesta de Bremen se caracterizó por tempi predominantemente rápidos y una cierta solemnidad –dos variables que pueden parecer contradictorias- y en particular, un rango dinámico muy acentuado, llevado, si se quiere, a sus extremos, como se acostumbraba en las primeras grabaciones digitales que permitían ese alarde.

Por lo demás, se trata de una orquesta virtuosa, de notable ensamble y, de nuevo conviene resaltarlo, coherencia. Con los rasgos señalados dejó oírse la Sinfonía simple de Britten (por suerte muy tocada en nuestro país, las últimas veces por la Orquesta del Congreso de la Nación), impecable en el pizzicato, y que permitió además lucir, en especial en su último movimiento (“frolicsome”, o sea travieso) la especial de disposición de los instrumentistas: violines primeros a la izquierda, detrás y hacia el centro contrabajos y violonchelos, violas y segundos violines a la derecha.

Si la obra de Britten es un homenaje desde el neoclasicismo a las danzas barrocas y a la rica tradición inglesa en la materia, el resto del programa se atuvo directamente a un repertorio clásico. El tercer Concierto para piano de Beethoven -homenaje al No. 24 de Mozart- encontró en las manos de Jan Liseicki, más allá de algún desliz en el primer movimiento antes de la recapitulación, una lectura contundente, afín a la propuesta orquestal, con pausas marcadas y un cuidado suspenso en el diálogo solista-orquesta. El bis, un Nocturno de Chopin, enfrentó a Lisiecki a un autor y una serie de obras que viene trabajando intensamente y grabando exitosamente.

Tras el intervalo, los “bremenianos”  abordaron la Sinfonía “Praga” de Mozart, curiosamente la obra menos frecuente de las elegidas, dado que en el ámbito local no hay orquestas de cámara ampliadas como ésta, y los organismos sinfónicos suelen evitar reducirse. De modo que esta partitura en tres movimientos del salzburgués fue un punto alto de la velada, tocada con todas las repeticiones (incluso en el final, criterio al que soy adverso), claro sentido del estilo y los restantes rasgos apuntados más arriba en cuanto a dinámicas y fraseos.

El bis hizo honor al trabajo que esta orquesta ha realizado con el maestro Paavo Jarvi desde hace dos décadas, al proponer el último movimiento de la Primera sinfonía de Beethoven, ejecutado con algún desmedro de su gracia haydiana, pero con innegable vértigo y deslumbrante precisión.

Daniel Varacalli Costas

 

 

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