Turbas torvas

Orquesta Sinfónica Nacional. Directora: Natalia Salinas. Coro Polifónico Nacional. Director: Antonio Domenighini. Coro Nacional de Niños. Directora: María Isabel Sanz. Solistas: Ricardo González Dorrego (tenor),  Alejandro Spies  (barítono), Walter Schwarz (bajo). Alberto Ginastera: Turbae ad Passionem Gregorianam, Op. 43. Centro Cultural Kirchner. Función del 18/11/22.

Toda la artillería de los organismos nacionales al servicio de Turbae de Alberto Ginastera.

Habitualmente, a la hora de reseñar un concierto sinfónico, suelen suceder dos cosas. La más frecuente es que la obra de fondo sea de repertorio, y por lo tanto la valoración se centre en el aspecto interpretativo, dando por descontado el valor de la partitura y su posición relativa dentro de la historia de la música. El predominio de la “crítica de interpretación” es un fenómeno acentuado por el rasgo casi museístico de las programaciones, integradas mayormente por música del pasado, cuya comparación con versiones referenciales se ve hoy día ampliamente facilitada por Internet, al margen de la memoria personal de quien escribe. Luego viene el caso de obras poco o nada conocidas, sean estrenos o reposiciones largamente demoradas, en las que el oyente, por falta de referencias, se ve obligado a preguntarse hasta qué punto una mejor interpretación podría dar a conocer aspectos de la obra no debidamente subrayados, que contribuyan a su mejor conocimiento y por lo tanto, a una más completa valoración. Tal podría ser el caso, por ejemplo, de las aun inexploradas sinfonías de Alberto Williams, que la Orquesta Sinfónica Nacional viene exhumando, asumiendo el desafío –junto con el oyente- de hacerlo sin una tradición interpretativa debidamente asentada.

Por rara paradoja, el concierto que aquí se reseña no se ubica en ninguno de estos dos supuestos, y torna preferible valorar por un lado la interpretación, y por el otro la obra en sí misma, en la medida en que esta distinción resulte posible.

Por de pronto, es dable anticipar que la reposición del oratorio Turbae ad passionem gregorianam de Alberto Ginastera fue uno de los mejores conciertos de la temporada de la Orquesta Sinfónica Nacional, acompañada eficazmente en esta ocasión por otros dos cuerpos estables: el Coro Polifónico Nacional, dirigido por Antonio Domenighini, y el Coro Nacional de Niños, dirigido por María Isabel Sanz. Turbae, de la que se hablará sintéticamente más abajo, es una obra enorme, compleja, con recursos importantes y tan heterogéneos como los estilos que recorre, un arco que va desde un muy recreado canto gregoriano hasta un expresionismo atonal con cierta dosis de aleatoriedad. El trabajo realizado por la maestra Natalia Salinas se percibió altamente profesional y comprometido, lo que se contagió a cada uno de los elementos de la orquesta, bien nutrida en cuanto a bronces y percusión, y con inclusión de órgano; a los coreutas –tanto los adultos como los niños-, que se presentaron con su plantilla prácticamente completa- como también a los solistas, de impecable desempeño. La parte más extensa –y objetiva- le cupo a Ricardo González Dorrego, en el papel de Evangelista (narrador), ubicado en la bandeja a la derecha del escenario; del otro lado, tuvieron su veta logradamente dramática los aportes de Alejandro Spies (Jesús) y Walter Schwarz (Sinagoga). En el contexto general, las masas corales resultaron de alto impacto, en particular el Polifónico, encargado de haber vibrar a las turbas mediante interjecciones no siempre “musicales”, sino de puro efecto sonoro, lo que logró sobradamente. En una obra con una tendencia a lo violento a través de una suerte de radicalización de los recursos, incluso se justifica cierto sonido crudo, directo, que dejó oírse en la primera parte, para luego ir amoldándose a un ámbito como el CCK en el que el volumen tiende a trepar muy rápidamente. En el balance de una primera escucha, se trató de una interpretación de alto nivel.

Ahora bien, a partir de esta última afirmación, puede resultar paradójico –y hasta contradictorio- pretender distinguir la obra de su ejecución. Sin embargo, es exactamente al contrario: esa cota interpretativa es la que nos permite referirnos a la huella emocional de la obra sobre la base más segura de que ha sido bien servida, tanto en su dimensión técnica como expresiva.

La mejor información y descripción de esta partitura se encuentra en el último de los tres libros que Pola Suárez Urtubey dedicó al compositor argentino (Ginastera, 20 años después, Academia Nacional de Bellas Artes, 2003). De esa fuente tomamos que la idea de Turbae surgió en Ginastera tras haber escuchado, por una parte, las Turbas de Tomás Luis de Victoria, y asimismo a raíz de su propia sensación angustiosa tras verificar que las Pasiones musicales suelen terminar con la muerte de Cristo, o sea, sin esperanza. Estos ingredientes hicieron ignición cuando en 1974 recibió el encargo del Coro Mendelssohn de Filadelfia, y de su director, Robert Page, de escribir una obra para celebrar el centenario de esa entidad. Fue entonces cuando Ginastera pensó en reunir textos del Antiguo y Nuevo testamentos, y en este último caso todos los que hacen referencia a las turbas que intervienen en la historia de la Pasión de Cristo. Respetando los textos en latín, Ginastera compuso una obra en cuatro partes (que cubren la Entrada de Jesús en Jerusalén, la Pasión, el Gólgota y el agregado de la Resurrección). Page estrenó la obra en Filadelfia en 1975 y luego en el Teatro Colón, en 1980, al frente de sus cuerpos estables. Se registra una reposición en la Trinity Church de Nueva York en 2016, para el centenario del autor.

Turbae no es una obra litúrgica (la diversidad de sus textos no lo permite), sino una obra sinfónico-coral para su ejecución en concierto. La idea de las multitudes enardecidas permite al autor despegarse de un canto lírico o aun melódico para centrarse en la expresión caótica, desbocada: el apóstrofe hecho música. La orquestación es rica, y destaco dos momentos: el solo de contrabajo al momento de la crucifixión, y la percusión con el anuncio de la resurrección. Los efectos corales son de interés, incluyendo bocca chiusa y portamentos varios, hasta otros que se ven remarcados por la pronunciación eclesiástica del latín (parecida al italiano) que incorpora algunos sonidos (como el de la “ch” o “sh”) bastante discutibles.

La impresión general de la obra, sin embargo, se da de bruces con el declamado propósito de su autor de mitigar el sabor amargo que las Pasiones –relatos interruptos por excelencia- solían dejarle. Turbae es una obra angustiosa, poco y nada gratificante en toda su hechura; incluso su pretendido final feliz está nimbado de una luz oscura, y en este sentido va a tono con la atmósfera de toda la obra expresionista, con toques atonales o seriales, del periodo europeo de Ginastera, y de su propia escritura para la voz, que alcanza su mayor crispación en Beatrix Cenci. Turbae no logra tejer un vínculo con la tradición como la Pasión según San Lucas de Penderecki, y en ese sentido, por esa falta de referencias, este despliegue de recursos cae en un vacío anacrónico o -podríamos agregar sin temor- en una fealdad deliberada, producto de un mensaje sin destinatario, una brecha que el oyente actual no puede salvar más que con su reconocimiento a los abnegados intérpretes.

Daniel Varacalli Costas

 

Comentarios

  1. VC como siempre con medulosos comentarios . Impactante concierto,se lucieron todos

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