Para el verano, la mejor música

La Sinfónica de Mar del Plata, con el maestro Becerra al frente, se hizo oír. Foto: Patricia Casañas

Orquesta Sinfónica Municipal de Mar del Plata. Director: Guillermo Becerra. Programa: Obertura de “La flauta mágica”, de Wolfgang Amadeus Mozart. Kamarinskaia, de Mijail Glinka. Sinfonía No. 7 en La mayor, Op. 92, de Ludwig van Beethoven. Teatro Colón de Mar del Plata. Función del 21-1-2023.

Desde hace ya mucho tiempo, en todo el mundo, el verano y sus vacaciones dejaron de ser solamente el periodo de receso de organismos e instituciones musicales, para convertirse en un momento propicio para festivales, encuentros y conciertos en lugares poco convencionales. Una ciudad como Mar del Plata, en plena temporada, no puede darse el lujo de privar a sus habitantes y huéspedes de una oferta musical de calidad, y qué mejor que su orquesta y su banda municipales para brindar ese servicio cultural y social.

La Sinfónica Municipal marplatense está cumpliendo 75 años (si tomamos como fecha de fundación el decreto de 1948 que la incorpora a la comuna) y ha pasado desde entonces, como la mayoría de las orquestas oficiales argentinas, por innumerables vicisitudes. La nómina de su programa de mano consigna 46 músicos estables, a los que se suman algunos contratados, un número que debería ajustarse mediante los indispensables concursos para poder abordar un repertorio mayor. Si a esto se suma un verdadero proyecto cultural para el organismo, que se desarrolle sobre una base de estabilidad y condiciones lógicas de trabajo, la temporada del 75º aniversario (que no se anuncia así) podría ser promisoria.

Por de pronto, el concierto que aquí se reseña sorprendió gratamente por varios aspectos. El primero, que colmó la sala del Teatro Colón de Mar del Plata, quedando bastante público sin poder acceder. El segundo es el regreso al podio del maestro Guillermo Becerra, que dirigió la agrupación entre 1985 y 1997 y que ha quedado indisolublemente ligado a ella. Su dilatada experiencia y su pericia para encauzar la energía de los ejecutantes son dos ingredientes que se vislumbran como esenciales para esta nueva etapa de la orquesta.

El tercer punto –y no menos importante- es el resultado artístico logrado en el concierto. Con un programa bien elegido para el orgánico –y los recursos- con que se cuenta, quedó en evidencia un trabajo detallado de todas las filas, que alcanzaron buen ensamble, criterio estilístico y potencial expresivo. Más complejo resultó el equilibrio de planos, ante la carencia de una campana acústica y un muro de ladrillos como foro.

Se advirtió un buen trabajo de las cuerdas en la Obertura de “La flauta mágica”, y luego, en un salto temporal, de toda la paleta orquestal en la poco frecuente Kamarinskaia de Glinka y su famoso tema folklórico que reaparece como un ostinato en los distintos sectores. El maestro Becerra presentó la obra de manera didáctica y descontracturada, aportando a la comprensión del hecho artístico.

Luego del intervalo, la Séptima Sinfonía de Beethoven se planteaba como un desafío importante que fue asumido con alta responsabilidad, generando un resultado que fue  agradecido con desbordante entusiasmo por el público. Becerra guió con inteligencia, moderando el tempo en el primer movimiento para asegurar un buen balance en términos técnicos (limpieza de escalas, ensamble, afinación); optó por un tratamiento de honda expresividad en el Allegretto, luego un tercer movimiento nuevamente medido para desembocar en un Final a pura energía.

La buena factura del concierto, de principio a fin, convalida la seriedad del trabajo encarado y hace desear el derrotero necesario para toda orquesta sinfónica de cualquier ciudad del mundo: una temporada anual de conciertos, rotación de ámbitos acústicamente adecuados, convocatoria a solistas y directores invitados y un orgánico completo para poder asumir repertorios sin grandes limitaciones. Estos músicos, su director y su público lo merecen.

Daniel Varacalli Costas

 

 

 

 

 

 

 

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