Compromiso y entusiasmo
Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Director: Javier Mas. Ludwig van Beethoven: Obertura Coriolano, Op. 62. José María Castro: Concierto para violín y 18 instrumentos. Solista: Eduardo Ludueña, violín. Felix Mendelssohn-Bartholdy: Sinfonía No. 5 en Re mayor, Op.107 “Reforma”. Usina del Arte. Función del 6/5/2023.
El
sábado pasado un público numeroso colmó el auditorio de la Usina del Arte para
escuchar a la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Siempre aparecen nuevos motivos
de disfrute cuando se plantea un concierto de manera descontracturada, en un
ámbito en el que la platea queda muy cerca de la orquesta (y también por
detrás, espacio que tanto aquí como en el CCK lamentablemente no se abre al
público) y en el que la música llega, auditiva y visualmente, de manera muy
directa al oyente-espectador.
En
este caso, había también otros motivos que merecían esa repercusión. El
primero, el programa elegido, con dos compositores centrales del repertorio
sinfónico –Beethoven y Mendelssohn- pero en obras no demasiado transitadas: Coriolano (una obertura que como la
Trágica de Brahms, es muy conocida pero se hace muy poco) y la Sinfonía “Reforma” (de las más
infrecuentes del otro músico hamburgués). En el medio, el haber incluido el Concierto para violín y 18 instrumentos
de Juan José Castro constituyó la dosis justa de aire fresco en un programa de
difusión bien apoyado en la más consolidada tradición sinfónica.
El
segundo motivo que despertaba interés en ese concierto es que la dirección fue
confiada a Javier Mas, un músico completo, tanto por su perfil de instrumentista
(lo hemos apreciado en trompeta y en piano, en orquesta y en cámara
respectivamente), como docente (del Instituto Superior de Arte) y finalmente
como director. En este carácter, acaba de recibir el premio Estímulo de la Asociación
de Críticos Musicales de la Argentina, y no es ajeno a la distinción su
estupendo trabajo en Viva la mamma! de
Donizetti, ofrecida el año pasado en el Teatro 25 de Mayo.
Sin
poder despojarse de su vocación docente, el maestro Mas ofreció una breve y
didáctica explicación previa a cada parte del concierto, aspectos hoy
necesarios con programas de mano enteramente virtuales y más que discretos en
cuanto a contenidos.
Desde
la obertura Coriolano, el clima de la
velada trasuntó un perceptible entusiasmo de la Filarmónica, manifestado en un
sonido de apreciable volumen y elocuente expresividad.
El
momento de mayor interés desde lo musical tuvo su epicentro en la obra de José
María Castro, uno de los miembros de esa conspicua familia de Avellaneda junto
a sus hermanos, también eminentes músicos, Juan José y Washington; chelista consumado y director de orquesta (se
recuerda su fructífero periodo al frente de la Banda Sinfónica -entonces
Municipal- de nuestra Ciudad, para la que también fue arreglador). Este Concierto de 1953, que hace dialogar a
un violín solista con 18 instrumentos (maderas completas por pares, trompetas,
cornos y contrabajos también a dos, tres violonchelos y timbales), pone de
relieve sus dotes de compositor en un estilo del que supo ser casi profeta en
su tierra: el neoclasicismo. Un paso adelante de su conocido Concerto Grosso, este Concierto remite inmediatamente al
Stravinski de los años ‘20, por su
claridad de líneas y temperamento luminoso. Estrenado en 1954 por Ljerko
Spiller en violín y bajo la dirección nada menos que de Jean Martinon en el
teatro Metropolitan, para Amigos de la Música (entidad que además lo encargó), este virtual reestreno contó con el violinista Eduardo Ludueña
en el rol solista. Su toque rindió espléndidamente al destacarse su línea por
entre la intrincada filigrana que la partitura propone a los restantes
instrumentos, manejados con gesto seguro por Mas. Vibrante la cadencia de
violín del primer movimiento, como el solo de clarinete del último. El aplauso
entusiasta movió a Ludueña a obsequiar al público con una pieza de Bach.
En
la segunda parte, la Filarmónica acometió la ejecución de la sinfonía “Reforma”
de Felix Mendelssohn, el célebre nieto del no menos célebre prohombre judío
Moisés Mendelssohn, pese a lo cual fue educado como protestante en su
Alemania natal. Si bien está numerada como la quinta y última de sus sinfonías
para orquesta completa, en rigor Mendelssohn la compuso en segundo lugar luego
de su clásica primera incursión en el género (sin contar sus previas 12 sinfonías
para cuerdas). La excusa fue el 300 aniversario de la Reforma luterana, más
precisamente de la Confesión de Augsburgo, aunque el autor no llegó presentarla
para esos festejos. Lo hizo dos años después, luego la archivó y fue publicada póstumamente,
lo que le valió el erróneo quinto lugar.
Se
trata de una obra curiosa, cuya escasa frecuentación obedece sin duda a los
aspectos contradictorios de sus dos movimientos extremos, que alternan un
romanticismo incipiente y apasionado con la necesidad de insertar en ese discurso
un homenaje a la Iglesia reformada. Mendelssohn lo hace intercalando en el primero
el Amén de Dresde, que fue luego retomado
por Wagner en Parsifal como motivo
del Grial. La belleza en la escritura para la cuerda de este tan fino como
breve pasaje salta al oído, tanto como que el resto del movimiento poco y nada tiene que ver con esta evocación religiosa. Algo similar sucede en el cuarto movimiento, con la inclusión del coral “Una fortaleza es nuestro Dios”,
enunciado al final por los bronces en un tutti
que corona la obra, pero que debe convivir con la música puramente energética
y menos solemne que le da marco. Acaso solo sea en los dos movimientos interiores,
el Scherzo y el Andante, donde el joven Mendelssohn logra anticipar algo
de las virtudes que lo hicieran inolvidable en sus sinfonías “Italiana” y “Escocesa”.
Javier
Mas y los filarmónicos porteños emprendieron la obra con sonido robusto y ritmo
contagioso, sobrevolando las falencias apuntadas y haciendo de la segunda parte
una velada digna de disfrute. El público, de todas las edades, agradeció la
experiencia que pareció vivirse como parte natural de la vida cultural de una ciudad, sin otros aditamentos que la misma música, aquí servida con
compromiso y entusiasmo.
Daniel Varacalli
Costas
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